En un mundo que trata de resolver las consecuencias de la creciente desigualdad económica, las cooperativas están ganando atención como una posible alternativa interesante al modo establecido del capitalismo global.
Si el Grupo Erreka operara como la mayoría de las empresas, la pandemia habría asestado un golpe traumático a sus trabajadores.
Con sede en la escarpada región vasca de España, la empresa produce diversos productos, entre los que se encuentran puertas corredizas, piezas de plástico utilizadas en autos y dispositivos médicos que se venden en todo el mundo. Cuando el coronavirus asoló Europa a finales de marzo, el gobierno español ordenó a la empresa cerrar dos de sus tres fábricas locales, lo cual puso en riesgo el sustento de sus 210 trabajadores.
Sin embargo, el Grupo Erreka evitó los despidos al recortar los salarios de manera provisional un 5 por ciento. Continuó pagando a los trabajadores que se quedaron en casa a cambio de la promesa de que recuperarían algunas de sus horas cuando regresaran los mejores tiempos.
Este enfoque flexible fue posible, porque la empresa forma parte de un vasto conjunto de cooperativas, con sede en la ciudad de Mondragón. La mayoría de sus trabajadores son socios, lo que significa que son dueños de la empresa. Aunque las 96 cooperativas de la Corporación Mondragón deben producir ganancias para mantenerse en el negocio, como cualquier empresa, estos negocios han sido diseñados no para prodigar dividendos a los accionistas ni para dar opciones de compra de acciones a los ejecutivos, sino para mantener la nómina.
Puede que el concepto de cooperativa conjure nociones de socialismo jipi, lo cual limite su valor como modelo para la economía mundial, pero Mondragón sobresale por ser una gran empresa genuina. Sus cooperativas emplean a más de 70.000 personas en España, lo que la convierte en una de las mayores fuentes de trabajo del país. Sus ingresos anuales superan los 12.000 millones de euros (14.500 millones de dólares). El grupo incluye a Eroski, una de las mayores cadenas de supermercados del país, junto con una cooperativa de crédito y fabricantes que exportan sus productos por todo el planeta.
“Mondragón es uno de los hitos del movimiento de la economía social por su escala”, dijo Amal Chevreau, un analista político del Centro para el Emprendimiento de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos en París. “Demuestran que es posible ser rentable y aun así actuar con objetivos sociales”.
En un mundo que trata de resolver las consecuencias de la creciente desigualdad económica, las cooperativas están ganando atención como una posible alternativa interesante al modo establecido del capitalismo global. Hacen hincapié en un propósito definitorio: la protección de los trabajadores.
La pandemia ha enfatizado y exacerbado los escollos a los que se enfrentan las empresas creadas para maximizar los beneficios de los accionistas. El cierre de gran parte de la economía mundial disparó el desempleo y puso en jaque la capacidad de los trabajadores para alimentar a sus familias y mantenerse al día en el pago de alquileres e hipotecas, en especial en Estados Unidos. Los paquetes de rescate del gobierno han hecho hincapié en la protección de activos como las acciones y los bonos, lo que ha dado apoyo a los inversionistas y ha dejado a los trabajadores vulnerables.
Muchas grandes empresas han distribuido gran parte de sus ganancias entre los accionistas en forma de dividendos y compras de sus propias acciones, lo que eleva su precio. Cuando llegó la pandemia, muchas carecían de las reservas necesarias para sortear una crisis, lo cual hizo que los gerentes dieran licencias sin goce de sueldo y despidieran trabajadores para reducir los costos.
Las cooperativas se crearon expresamente para evitar esos resultados. Por lo general, exigen que los gerentes reinviertan el grueso de sus ganancias en la empresa para evitar los despidos en tiempos difíciles.
“Tenemos la filosofía de no despedir a la gente”, dijo Antton Tomasena, el director ejecutivo del Grupo Erreka. “Queríamos que la gente no tuviera tantas preocupaciones”.
Sin embargo, aunque las cooperativas son cada vez más parte del debate sobre cómo actualizar el capitalismo, siguen confinadas a los márgenes de la vida comercial. Se encuentran en Italia y Bélgica. En el norte de Inglaterra, la ciudad de Preston ha promovido las cooperativas como antídoto a una década de austeridad nacional. La Colaboración para la Democracia, una organización sin fines de lucro, estableció una serie de cooperativas en Cleveland.
En Mondragón, las cooperativas surgieron de las ruinas de la guerra civil española a principios de los años cuarenta, cuando un sacerdote, José M. Arizmendiarrieta, llegó a la zona con ideas poco ortodoxas sobre la mejora económica.
El País Vasco, rico en minerales, durante mucho tiempo había sido el escenario de la industria, en particular de la siderúrgica, pero la mayoría de los trabajadores estaban mal pagados. La gente solía empezar a trabajar a los 14 años y su situación mejoraba poco.
Cuando el sacerdote se acercó al dueño de un instituto de formación profesional para ver si lo abría a todo el mundo, fue rechazado. Así que fundó su instituto, que hoy se conoce como Universidad de Mondragón.
El sacerdote vio los principios de cooperación como la clave para elevar el nivel de vida. En 1955, convenció a cinco de los primeros graduados del programa de ingeniería local para que compraran una empresa que fabricaba calentadores y la dirigieran como una cooperativa. Convirtieron a los trabajadores en propietarios (socios es el término técnico), en el que todos tienen un solo voto en un proceso democrático que determina los salarios, las condiciones de trabajo y la participación en el reparto de utilidades que se distribuirán todos los años.
A lo largo de las décadas, decenas de otras cooperativas echaron raíces y dominaron la economía de la ciudad. Cada empresa es autónoma, pero funcionan bajo principios compartidos, en especial el entendimiento de que, si alguien pierde un empleo en una cooperativa, tiene derecho a ocupar un puesto en otra de las que conforman el grupo. Si no hay trabajo, los socios tienen derecho a recibir capacitación profesional y prestaciones por desempleo de hasta dos años de duración.
En Estados Unidos, los directores ejecutivos de las 350 empresas más grandes reciben una remuneración unas 320 veces superior a la del trabajador típico, según el Instituto de Política Económica de Washington. En Mondragón, los salarios de los ejecutivos solo pueden ser de seis veces el salario más bajo.
El nivel más bajo es ahora de 16.000 euros al año (unos 19.400 dólares), que es más alto que el salario mínimo de España. La mayoría de la gente gana al menos el doble de eso, además de recibir beneficios de salud privados, participación en los beneficios anuales y las pensiones.
Cada cooperativa paga a un fondo común de dinero que cubre los beneficios de desempleo y la ayuda a las cooperativas miembros que tienen dificultades. Cuando una crisis requiere limitar la producción, los trabajadores siguen recibiendo su salario normal, mientras acumulan horas de trabajo adeudadas que la dirección puede asignar más tarde.
Durante la primavera, como muchos de los clientes de Mondragón tuvieron que cerrar sus fábricas debido a la pandemia, los pedidos de piezas disminuyeron de manera drástica. La producción de las fábricas Mondragón se redujo al 25 por ciento de su capacidad. Las cooperativas respondieron con el recorte del 5 por ciento en los salarios. Nadie estaba contento con ello, pero la oposición fue limitada.
Desde entonces, casi todas las cooperativas han vuelto a estar casi a plena capacidad, ya que los socios pagan las horas que se les retribuyeron cuando las fábricas cerraron. En general, las cooperativas esperan ser rentables este año.
Mondragón cita su desempeño en la pandemia como evidencia de su agilidad, así como las ventajas operativas de la confianza que emana de un sentido de propósito compartido.
“Cuando se explica la situación con mucha claridad y cuando las personas saben que son los dueños del negocio, se pueden hacer este tipo de esfuerzos”, comentó Iñigo Ucín, presidente de la Corporación Mondragón.
Para la mayoría de las empresas multinacionales que se adaptan a la pandemia, los intereses de los accionistas y de los empleados suelen divergir. Los ejecutivos han continuado cobrando las compensaciones basadas en acciones, impulsadas por los rescates públicos, incluso en las empresas que han recurrido a los despidos.
En Mondragón, los trabajadores saben que, como propietarios, se benefician de los sacrificios que fortalecen a sus negocios.
“Esto es más que un trabajo”, dijo Joana Ibarretxe Cano, gerente de producción del Grupo Erreka, cuya fábrica estuvo cerrada todo el mes de abril. “Esto es ser parte de un equipo”.
La madre de dos hijos dijo que estaba ansiosa mientras se desarrollaba la primera ola de la pandemia, por su familia, por el equipo que supervisa y por la empresa. “A nadie le gusta no poder ir a trabajar”, confesó.
Pero la forma en que la empresa ha superado la crisis ha reforzado su fe en la estructura de su empresa. Sus ingresos casi no se vieron afectados, aun cuando la fábrica permaneció cerrada.
“El sistema cooperativo nos ha dado tranquilidad”, dijo.