Seguimos muy interesados en las imágenes que transmiten nuestros líderes y modelos de conducta, y esto sigue influyendo en nuestra propia comprensión de cómo se ve la autoridad y cómo evoluciona la identidad.
Aunque a la luz de todo lo que está pasando en Washington D. C. parezca lo de menos, el domingo una filtración de la portada de la revista Vogue con la vicepresidenta electa Kamala Harris provocó un inesperado alboroto.
La edición de febrero presenta a Harris con una chaqueta oscura de Donald Deal, pantalones ajustados, tenis Converse y su collar de perlas característico. Está de pie sobre un fondo color verde hoja dividido por una cortina rosa, colores que evocan su casa de hermandad de la Universidad Howard. Parece que la capturaron mientras reía con las manos juntas a la altura de la cintura.
La imagen fue tomada por Tyler Mitchell, quien, en 2018, se convirtió en el primer fotógrafo negro en fotografiar una portada de Vogue (con Beyoncé) y es conocido por su estética poco afectada. Aunque Gabriella Karefa-Johnson recibe el crédito como editora de las sesiones, también conocida como la editora de moda a cargo, Harris eligió y usó su propia ropa. La foto seleccionada es decididamente poco elegante. Un poco desaliñada. La luz es poco favorecedora. El efecto es bastante poco digno de Vogue. “Irrespetuoso” fue la palabra más usada en las redes sociales.
Mientras comenzaba la tormenta de opiniones, Vogue publicó otro retrato más formal de Harris, con un traje azul de Michael Kors Collection, con un prendedor de la bandera estadounidense en la solapa, los brazos cruzados en una especie de pose de poder ejecutivo frente a una cortina dorada, era la “portada digital”.
El periodista Yashar Ali escribió que esta era la portada impresa que el equipo de Harris había esperado, y que, al igual que los comentaristas de internet, su gente no estaba contenta con la versión más casual. Se consideró que Vogue estaba actuando de mala fe.
Sin embargo, según la gente que sabe del arreglo, ambas fotografías habían sido acordadas de antemano, desde la ropa hasta los telones de fondo. Sin embargo, aunque el retrato se había considerado el “ensayo de portada” (como en las revistas se le llama a la portada prevista, pero no definitiva) y la toma de pie fue concebida como la fotografía interior, Vogue no había concedido ningún tipo de derechos contractuales de aprobación de la portada a Harris. Eso significaba que el equipo de Harris no había visto la elección final, que quedaba en manos de Vogue, y no sabía que la revista había decidido intercambiar las fotografías.
El equipo de Harris se negó a comentar lo que pasó. La revista publicó una declaración: “Al equipo de Vogue le encantaron las imágenes que Tyler Mitchell tomó y sintió que la imagen más informal capturó la naturaleza auténtica y accesible de la vicepresidenta electa Harris. Creemos que ese es uno de los sellos distintivos del gobierno de Biden y Harris”.
Tienen razón, pero a la vez no.
Harris quizá sea auténtica y accesible, pero también está a punto de convertirse en la segunda persona más poderosa del país. Y, ahora mismo, el país está en medio de una crisis y necesita profundamente autoridad y fiabilidad. Harris también ha hecho historia, por ser la primera vicepresidenta, la primera vicepresidenta negra y la primera vicepresidenta de ascendencia sudasiática.
Ella es, sin importar lo que suceda durante el gobierno de Biden, una participante que ha cambiado la historia, alguien que merece estar en un pedestal. Y aunque Harris no es la primera política de Washington que sale en la portada de Vogue Estados Unidos, sí es la primera funcionaria electa en hacerlo. Eso significa que la portada automáticamente es una pieza de colección. La imagen es parte del registro visual del país.
Así que, mientras Vogue podría haber imaginado su elección como un reflejo de la modernidad de los tiempos, su decisión también contravenía la trascendencia de la ocasión. Quizá sea cierto que Harris forma parte de un nuevo tipo de gobierno, pero sigue siendo la autoridad.
Vogue también es una autoridad, lo cual es probablemente parte de la razón por la que Harris aceptó salir en su portada en primer lugar.
El asunto inevitablemente iba a ser objeto de un escrutinio más profundo, lo que se complicó aún más debido al historial desagradable que Vogue ha tenido respecto al asunto de la raza. Se han publicado noticias sobre la editora de la revista, Anna Wintour, y la relación que ha tenido con el personal de color.
Las portadas anteriores que presentaban a mujeres negras como la gimnasta olímpica Simone Biles han causado que la gente critique a la revista por su falta de fotógrafos negros y por no entender cómo usar la luz al fotografiar a las mujeres negras (un tema que también surgió con respecto a Harris). Todo ello, filtrado a través de la óptica del racismo sistémico en este país, garantizó que el retrato que la revista hizo de Harris estuviera especialmente plagado de controversias.
Antes de Harris, por supuesto, hubo mujeres como Michelle Obama (tres portadas de Vogue) y Hillary Clinton (la primera primera dama que apareció en la portada de Vogue), aunque no Melania Trump (o al menos Melania no después de que su marido resultara electo; apareció en la portada de Vogue con su vestido de novia de Dior en 2005). Sin embargo, todas ellas eran primeras damas cuando aparecieron en Vogue; su trabajo era, en parte, ser el lado accesible del presidente. La moda era una parte ampliamente aceptada de ese papel.
Y aunque la portada de Vogue no es la primera portada de la revista de moda de Harris —también posó para Elle durante la campaña—, sí es su primera portada desde que fue certificada como la próxima vicepresidenta. El estilo siempre ha jugado un papel complicado en la imaginación del público cuando se trata de nuestras funcionarias electas, dada la historia del uso de la vestimenta como una forma de socavar a las mujeres. Esto solo hace que haya más cosas en juego.
Por eso hubo una reacción tan extrema a la portada y a la sesión de fotografías de Alexandria Ocasio-Cortez en Vanity Fair. La congresista de Nueva York fue criticada con un poco de histeria por posar con prendas caras de marcas como Loewe y Carolina Herrera, decisiones que, aunque no son suyas, fueron consideradas como algo opuesto a sus posturas políticas y la desvirtúan (también fue fotografiada por Mitchell, lo cual quizá no es casualidad). Los políticos a menudo son castigados cuando parecen demasiado aerografiados o seducidos por el elitismo asociado a la moda.
Y esa puede ser la razón por la que líderes mundiales como Angela Merkel y Theresa May evitaron el tema por completo. También podría ser la razón por la que Harris no responde preguntas sobre la ropa que usa y los diseñadores que la han vestido también se abstienen de hacer comentarios. Además, es la razón por la que, en el artículo largo de Alexis Okeowo que acompaña la portada de Vogue, casi no se menciona la moda.
(Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda, es una excepción extraordinaria, ya que apareció en una portada de la edición británica de Forces for Change de Vogue, pero fue fotografiada en blanco y negro y de cerca).
Sin embargo, seguimos muy interesados en las imágenes que transmiten nuestros líderes y modelos de conducta, y esto sigue influyendo en nuestra propia comprensión de cómo se ve la autoridad y cómo evoluciona la identidad. La elección de Harris se siente personal para muchos. Cualquier portada también se iba a considerar de manera personal. Y aunque nadie estaba contento con esta o con la reacción, nos sirvió para revelar lo mucho que nos importa el asunto.