En España, las instituciones culturales fueron autorizadas a reabrir el verano pasado, después de uno de los confinamientos más severos del mundo.
Pese al cierre de numerosas instituciones, España presume de ser un oasis cultural en una Europa dislocada por la pandemia, ya que al contrario de varios países vecinos sus salas de espectáculos, cines y teatros han seguido globalmente funcionando.
“Estar aquí delante de ustedes lo considero como una gran bendición, y aplaudo con todo el alma el esfuerzo tan grande que se está haciendo en este país por defender la cultura”. Así expresaba su gratitud, con la mano en el corazón, el tenor mexicano Javier Camarena, la semana pasada ante el público del Teatro Real de Madrid.
Delante de él estaban 1.200 espectadores, con sus mascarillas y sentados en sus butacas tras seguir una siñalética minuciosa y someterse a un control de temperatura.
En España, las instituciones culturales fueron autorizadas a reabrir el verano pasado, después de uno de los confinamientos más severos del mundo. Y siguen trabajando pese a la actual tercera ola de la epidemia de covid-19, al contrario de lo que ocurre en Francia y Alemania.
Para operar, eso sí, observan un estricto protocolo sanitario, que incluye aforos reducidos, distancia de seguridad entre espectadores, guardarropas y bares cerrados, sistemas mejorados de ventilación y un seguimiento de los eventuales casos.
Para algunas salas, la inversión para ponerse al día ha sido colosal. El Teatro Real gastó un millón de euros en un sistema capaz de desinfectar con rayos ultravioleta la sala, los camerinos e incluso el vestuario.
Los cantantes de ópera son sometidos a pruebas PCR, al igual que los músicos de orquesta, que deben llevar mascarilla, con la excepción de los vientos.
– “Espacio seguro” –
“Se puede y se debe” ofrecer estos espectáculos, dijo a AFP el ministro español de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, quien quiere demostrar que “la cultura es un espacio seguro”.
La epidemia, no obstante, obligó a cerrar temporalmente algunas instituciones de renombre, como el Liceu de Barcelona en noviembre.
Y es que entre los toques de queda nocturnos, el temor del público a contagiarse y las dificultades económicas derivadas de una primavera sin espectáculos, varias instituciones culturales del país siguen sin poder abrir y batallando por su supervivencia económica.
Según Javier Olmedo, director de la asociación “Noche en vivo”, que aglutina a 54 salas de conciertos en la región de Madrid, “el 80% no han abierto desde marzo”. “Es un momento de desesperación”, afirma.
En las redes sociales se han promovido iniciativas como #TeatroSeguro o #LaCulturaEsSegura, insistiendo en que no se detectaron focos en este tipo de lugares.
Marta Rivera de la Cruz, consejera de Cultura en el gobierno regional madrileño, señala que “las salas de música en vivo son las que tienen un horizonte más complicado”, y necesitarán “para recuperarse al 100% que la vacuna esté generalizada”.
A la espera de eso, las autoridades se interesan por los tests rápidos.
En Barcelona, 500 personas asistieron a un concierto, de pie, muy cerca unos de otros pero con mascarillas y previamente sometidos a un test en el marco de un estudio clínico, realizado en diciembre. Ocho días más tarde se supo que nadie resultó infectado.
Una receta que podría constituir “la solución más segura para reactivar el ocio”, según el especialista en enfermedades infecciosas Boris Revollo, artífice de este estudio.
– “Falta el sudor” –
En el cine Renoir, en pleno centro de Madrid, el micrófono de la empleada de taquilla, sentada detrás de una mampara, anuncia “sala 3, al fondo después de las escaleras”.
“Como vas con la mascarilla, no hablas. La gente que come palomitas, eso sí que es una cosa un poco peligrosa, sí lo he pensado”, dice divertida Paloma Arroyo, una mujer de 38 años que vino a ver una retrospectiva de Wong Kar-Wai, y defiende que la cultura ayuda a preservar también la “salud mental”.
Y si el transporte público se considera seguro, los cines lo son aún más, apunta otro espectador, Pablo Blasco, quien dice no comprender “por qué en los otros países no es así”.
A unos pocos cientos de metros, el “Café Berlín” alimenta las diversiones “del mundo de antes” en su última sesión, antes de cerrar hasta nueva orden. Bajo unas luces azulonas y una potente música, el público, a falta de poder bailar en la pista, se contonea en sus pequeños sillones de terciopelo colocados frente al DJ.
Un sucedáneo de baile, ya que, como muy bien explica la veinteañera María Llorens, falta “la fiesta, sentir la gente junta, ¡el sudor!”.