Tal vez este sea el mejor momento para encontrar el amor en los videojuegos de rol multijugador masivo en línea.
Cuando conocí en persona a Jessica fue cuando salió caminando por las puertas automáticas del Aeropuerto Internacional Minneapolis-Saint Paul vestida con una falda suelta, collares de cuentas y una bolsa de papel que le cubría la cabeza.
Las primeras palabras que le dije fueron: “¡Jessica! ¿Por qué tienes una bolsa en la cabeza?”.
Nuestro primer encuentro había ocurrido un año antes, en una plaza de piedra blanca desde donde se podía ver el océano debajo de un cielo sin nubes, pero no podíamos oler el agua salada ni sentir la brisa océanica. Nos conocimos como avatares en “Final Fantasy XIV”, un videojuego de rol multijugador masivo en línea.
Ella recién había llegado a la ciudad y parecía un poco perdida, así que me teletransporté a su ubicación y le pregunté si podía ayudarle.
Su nombre era Zutki; el mío era Nabian. Ambos pertenecíamos a la Miqo’te, una “raza” de personas con orejas de gato y colas peludas. En línea, nos sentimos muy cercanos, pero en la vida real estábamos a más de 3200 kilómetros de distancia, yo en Minneapolis y ella en Miami.
Los videojuegos de rol multijugador masivos en línea (MMO, por su sigla en inglés) se desarrollan en mundos virtuales poblados por miles de avatares que son controlados por personas reales. (Probablemente has escuchado hablar de “World of Warcraft”, uno de los juegos de mayor antigüedad de este género). A diferencia de los videojuegos tradicionales, estos son más como segundas vidas: siempre cambian, continúan después de que un jugador se desconecta y principalmente son experiencias sociales y pensadas para jugarse en equipo.
En la actualidad, cuando las personas preguntan cómo Jess y yo nos conocimos, yo digo “en línea”, pero siempre me siento un poco avergonzado al respecto. No conectamos en una aplicación de citas, como la mayoría de las personas asumirían. En Navidad, tenía la esperanza de solo tener que decirles a mis familiares que nos habíamos encontrado en internet.
“¿En qué sitio?”, preguntó mi madre.
“Te digo después”, le respondí.
Es probable que las citas en línea hayan perdido su estigma, pero no estaba totalmente seguro de cómo explicar que conocerse en internet para nosotros significaba hacerlo como criaturas de ojos muy abiertos y con orejas de gato en las costas de Limsa Lominsa mientras jugábamos PlayStation 4.
Aunque, como yo lo veo, conocerse en un MMO se parece más a conocerse en la vida real que mediante una aplicación de citas. No eres juzgado por un perfil diseñado para presentar tus mejores características. Hay más espacio para ser tú mismo, para conocer a alguien al azar.
La ventaja más obvia de conocerse en un MMO es descubrir un interés en común desde el principio. Con ello llegan muchos intereses posiblemente relacionados: otros videojuegos, fantasía y ciencia ficción y, en el caso de “Final Fantasy”, la cultura japonesa y el anime.
Además, hay otro beneficio: para triunfar en el juego, los jugadores deben trabajar en conjunto para superar desafíos difíciles. Es fácil percibir qué tanto se ajusta alguien al equipo, qué tan generoso o egoísta es, así como sus habilidades de comunicación.
Como Zutki y Nabian, Jess y yo emprendimos varias aventuras antes de que las cosas se tornaran personales: exploramos calabozos, combatimos monstruos, hicimos carreras en chocobos (aves grandes parecidas a las gallinas). No era romántico; sencillamente disfrutábamos de la compañía del otro. Me hacía reír al hablar como pirata: “¿Quieres hacer esta misión?” “Claaaaarro que sí”. Vestíamos a nuestros personajes con atuendos ridículos (armadura de metal con gafas para sol y sandalias) y bailábamos en la playa.
Cuando ella y yo nos conocimos en el juego, yo acababa de terminar una relación con mi pareja de tres años y vivía por mi cuenta, solo y deprimido. Se sentía bien reír con alguien, incluso si la persona era una jugadora anónima, alguien a quien no había visto o siquiera escuchado.
De hecho, pasaron meses antes de que escuchara la voz de Jess. La primera vez que hablamos fue a través de un servicio de chat para videojuegos. Un nombre de usuario apareció en el canal y esperé a que ella encontrara un micrófono que funcionara.
“¿Hola?”, dije.
“Hola”, respondió ella con un ligero acento que me sorprendió. Uno no piensa cómo suena la voz de una persona cuando lees un canal de mensajes de texto. A excepción de algunas palabras que tecleó en español, había pocos indicios de que era, de hecho, una hispanohablante nativa. Disfruté ir descubriendo esas capas de su identidad más que verlas publicadas en la página principal de un perfil de usuario.
Hubo un momento, meses después de que nos habíamos conocido como Zutki y Nabian, en el que nuestros personajes estaban vagando por las cubiertas superiores de una ciudad cerca del mar, sentados en una mesa desde la que se veía la bahía. Nos estábamos mandando mensajes privados; me contó sobre cómo su madre crio a tres hijos por su cuenta, cómo su padre se alejó de la familia y a menudo se metía en problemas legales.
Mientras estaba sentado en mi silla y observaba a nuestros avatares en la pantalla, me di cuenta de que estaba en una cita. Sin embargo, a diferencia de una cita real, no tenía que preocuparme sobre el lenguaje no verbal, la ropa o responder rápido.
En cambio, estaba sentado en mi piyama y tecleaba de manera considerada cada respuesta.
A la larga, decidimos comenzar a mandarnos mensajes de texto fuera del juego, lo cual cambió todo. Antes, nuestras interacciones se limitaban al tiempo en que nuestros avatares estaban en línea. Cuando uno de nosotros se desconectaba, nuestro avatar desaparecía y no estaba disponible hasta que el usuario se conectara de nuevo. Lo más que podíamos hacer era enviarnos cartas virtuales para recibirlas la siguiente vez que nos conectáramos.
Ahora, con la posibilidad de escribirnos por mensaje de texto, estábamos conectados todo el tiempo. Debido a que habíamos pasado incontables horas juntos en el mundo virtual, sabíamos que éramos próximos en edad. La primera pista real de que ella estaba interesada en mí como más que un amigo de videojuegos llegó poco después de que comenzamos a mandarnos mensajes de texto.
Estaba acostado en el sillón una tarde cuando mi celular vibró con un mensaje de ella: “¿Cuánto mides?”.
“1,75”, escribí. “¿Por qué?”
.“Soy alta para ser mujer”.
Ahí aprendí dos cosas: que ella medía 1,72 y que prefiere que los hombres sean más altos que ella.
Poco después, compartimos fotografías de nosotros.
Después de casi dieciocho meses de comunicación en línea, decidimos conocernos en persona o, como en ocasiones lo llamábamos, en “el servidor de la vida real”.
Compró un boleto de avión a Minneapolis. A medida que se acercaba su llegada, estaba lleno de ansiedad. ¿Qué pasa si es completamente diferente en persona? ¿Qué pasa si ni siquiera nos atraemos el uno al otro? E incluso si nos atraemos, ¿qué tan posible es tener una pareja que vive tan lejos? ¿Cómo podría explicar esto a mi familia?
Ella también estaba preocupada. Por teléfono, mencionó: “Soy gorda y fea”.
“Soy calvo y muy delgado”, dije.
“¿Qué pasa si no puedes soportar mi tonta cara?”, preguntó.
“Te pondré una bolsa sobre la cabeza”, comenté, “y fingiré que eres Zutki”.
El día de su llegada, salió del aeropuerto con una bolsa de papel que le cubría la cabeza y caminó hacia adelante a ciegas. Las personas que pasaban cerca de ella la miraban con incredulidad mientras a mí me avergonzaba el espectáculo que estaba dando.
Sin embargo, cuando se quitó la bolsa, me tranquilicé. Ahí estaba mi compañera de juegos de grandes ojos y cola de gato, con la excepción de que en la vida real era la mujer que había visto en fotografías: una mujer latina de tez clara, cabello oscuro con un tatuaje de girasol en la clavícula.
Un año después, tras varias visitas más, se mudó de Miami a Minneapolis para vivir conmigo. Nuestro primer año juntos no fue fácil; experimentamos todas las peleas y la claustrofobia que no se sienten en el mundo virtual, donde el estrés de cohabitar no existe.
De cierta manera, me tocó conocer a la misma persona dos veces. La primera vez, conocí a la persona detrás del avatar, pero siempre en el contexto del juego: alguien que saludaba a los otros jugadores con un abrazo animado, que se sentaba durante horas solo para charlar con amigos en línea sobre sus problemas de la vida real.
Sin embargo, llegar a conocerla en persona reveló a la mujer que realiza trabajo como voluntaria en refugios para animales, insiste en cocinar la cena del Día de Acción de Gracias para toda la familia, toca la guitarra, canta y compone música.
Entre más tiempo vivimos juntos, pasamos menos tiempo juntos en el juego. A veces casi olvido ese día en que Zutki y Nabian se reunieron junto al mar pixelado. Y está bien. Prefiero pensar sobre Jess y Erik y los recuerdos que hemos construido en el mundo real.
Nos casamos en Miami en febrero pasado, unas semanas antes de que la pandemia convirtiera a los MMO en uno de los lugares más seguros para reunirse en grupos grandes. El día siguiente a la ceremonia, tomamos un largo paseo en Miami Beach, en el que pudimos sentir la brisa refrescante y nada estaba pixelado.