“Esto tiene sus orígenes en cómo se ha culpado a las mujeres desde la antigüedad, en cómo se ha hecho todo lo posible por debilitar a las mujeres en la escena pública, a las mujeres con voz propia”, dijo Clinton.
Un claro indicio de que Marjorie Taylor Greene era más que una simple aficionada de Qanon, fue el respaldo que le dio en 2018 a “Frazzledrip”, una de las líneas más torcidas y grotescas de la mitología del movimiento. “Hay que sumergirse en varios lugares oscuros para llegar tan lejos”, opinó Mike Rothschild, cuyo libro sobre QAnon, “The Storm Is Upon Us”, saldrá más adelante este año.
La fantasía escabrosa de Frazzledrip hace referencia a un video imaginario que muestra a Hillary Clinton y su exasesora, Huma Abedin, atacando y desfigurando a una niña pequeña y bebiendo su sangre. Asegura que varios policías vieron el video y que Clinton los mandó matar.
Cuando Greene publicó en Facebook una foto de Donald Trump con la madre de Miosotis Familia, un oficial de la policía de Nueva York que fue asesinado, una de las personas que comentó describió a Frazzledrip y escribió: “Este fue otro golpe de Hillary”. Greene respondió: “Sí, Familia”. Luego continuó: “A veces publico cosas para ver quién sabe algo. La gente casi nunca sabe. Me alegra ver tu comentario”.
Al contemplar Frazzledrip, se me ocurrió que QAnon es la obscena apoteosis de tres décadas de demonización de Clinton. También es otras cosas, por ejemplo, una versión readaptada del libelo de sangre de la antigüedad contra los judíos (que los acusaba de usar sangre de niños cristianos en sus rituales) y un culto que tiene sed de ejecuciones masivas en público. Según el FBI, es una amenaza terrorista nacional.
Sin embargo, QAnon también es la etapa terminal de la locura nacional por Clinton que comenzó en cuanto entró en la vida pública. “Creo que QAnon de verdad despegó porque se basó en Hillary Clinton”, opinó Rothschild. “Se basó en específico en algo que muchos habitantes de 4chan querían que ocurriera: que Hillary Clinton fuera arrestada y casi arrastrada en cadenas”.
Me dio curiosidad saber la opinión de Clinton sobre todo esto, y resulta que ha estado pensando mucho al respecto. “Para mí, en efecto, se remonta a mis primeros días en la política nacional, cuando me quedó claro que había un mercado para traficar con las acusaciones más absurdas y las historias más descabelladas sobre mí, mi familia, la gente que conocemos, la gente cercana a nosotros”, me comentó.
La diferencia es que, aunque Fox News o Rush Limbaugh difundían mentiras dementes sobre los Clinton, no había ningún algoritmo que alimentara a su audiencia con contenido cada vez más retorcido para maximizar su interés. Para la mayoría de la gente de a pie, no hubo descargas de dopamina como las que causan las máquinas tragamonedas para aumentar las apuestas por la que tal vez sea la difamación colectiva más grande en la historia de Estados Unidos.
En una mirada retrospectiva a la década de 1990, es fácil notar los antecedentes de QAnon. En “Clinton Crazy”, un artículo de 1997 publicado en The New York Times Magazine, Philip Weiss hurgó en una subcultura de muchas aristas dedicada en cuerpo y alma a anatematizar al matrimonio presidencial. Weiss describió a “obsesivos por su propio gusto, la gente para la que se inventó el internet, aficionados a los pasatiempos cerebrales que han encontrado en los escándalos de los Clinton un drama moral de altura que podría sacudir a la sociedad hasta sus cimientos”.
La gente sobre la que escribió Weiss atacó a los dos Clinton, pero siempre hubo un veneno especial reservado para Hillary, percibida como un súcubo feminista que buscaba aniquilar las relaciones familiares tradicionales. Una persona que asistió a la Convención Nacional Republicana de 1996 le comentó a la escritora feminista Susan Faludi: “Se sabe bien que Hillary Clinton perteneció a un culto satánico; todavía forma parte”. En 2014, cuando se postulaba al Congreso, Ryan Zinke, quien a la postre se convirtió en el secretario del Interior de Trump, la describió como el “anticristo” (luego dijo que estaba bromeando). El mismo Trump llamó a Clinton el “diablo”.
Para Clinton, estas calumnias supernaturales son parte de una historia antigua.
“Esto tiene sus orígenes en cómo se ha culpado a las mujeres desde la antigüedad, en cómo se ha hecho todo lo posible por debilitar a las mujeres en la escena pública, a las mujeres con voz propia, a las que levantan la voz en contra del poder y el patriarcado”, dijo Clinton. “Es una línea tomada del argumento de los juicios de Salem por brujería en contra de las mujeres ambiciosas, francas e independientes. Y comenzó a hacer metástasis a mi alrededor”. En este sentido, Frazzledrip es tan solo una versión particularmente desagradable del odio misógino con el que siempre ha batallado.
La idea de que es una asesina tampoco es nueva; ha sido un principio rector de la derecha desde 1993, tras el suicidio de Vince Foster, un asesor de Bill Clinton y amigo cercano de Hillary. Hace poco hablé con Preston Crow, quien, cuando era estudiante de posgrado en 1994, creó uno de los primeros sitios web anti-Clinton, donde publicaba sobre cosas como el “número de bajas de los Clinton” (ahora es demócrata y votó por Hillary en 2016). “En cuanto empiezas a seguir las teorías de la conspiración, todo es bastante similar”, me comentó. “QAnon las ha llevado varios pasos más allá”.
Greene ahora asegura que ya no cree en QAnon. En un discurso que dio el jueves, antes de que la Cámara de Representantes votara a favor de expulsarla de los comités en que participaba, Greene culpó a su propia incapacidad para confiar en los medios tradicionales de haberla convencido de que había demócratas importantes merecían morir por su participación en un grupo de pedófilos diabólicos. “Se me permitió creer cosas que no eran verdad”, dijo.
Para mi sorpresa, Clinton considera que la explicación pasiva de Greene sobre su propia radicalización no es del todo absurda. “Estamos frente a una adicción masiva debido al suministro eficaz de desinformación en las redes sociales”, comentó Clinton. “No siento un ápice de simpatía por alguien como ella, pero ahora más que nunca estamos entendiendo que los algoritmos son verdaderamente adictivos. Y que hay algo en nuestros cerebros que hace que la gente que cae en esos lugares obscuros y empieza a habitar esa realidad alternativa, en efecto, se vea obligada a creer”.
Clinton ahora piensa que la creación y promoción de esta realidad alternativa, que han posibilitado e incentivado las plataformas tecnológicas, es, en sus palabras, “el principal suceso de nuestros tiempos”. Nada de lo relacionado con QAnon o Marjorie Taylor Greene es del todo nuevo. Las redes sociales tan solo han tomado la disfunción que ya habitaba en nuestra política y la han vuelto más desagradable de lo que cualquiera pudo haber imaginado.