En vez de cumplir su promesa de incrementar de manera considerable el ingreso de refugiados a Estados Unidos, Biden se estaba apegando al límite ideado por Stephen Miller, el arquitecto de las políticas de inmigración de Trump
El secretario de Estado Antony Blinken estaba en el Despacho Oval suplicándole al presidente Joe Biden.
Según varias personas informadas sobre esta conversación, en la reunión del 3 de marzo, Blinken le rogó al presidente que pusiera fin a las restricciones en materia de inmigración de la era de Trump y permitiera que ingresaran a Estados Unidos decenas de miles de afligidos refugiados que huían de la guerra, la pobreza y los desastres naturales.
No obstante, Biden, quien seguía bajo muchísima presión política debido al incremento de niños migrantes en la frontera con México, no se inmutaba. De acuerdo con alguien a quien después le relataron la conversación, la actitud del presidente durante la reunión fue en esencia de ¿por qué me molestan con eso?
Lo que había sido una promesa fácil de campaña —dar marcha atrás a lo que los demócratas denominaban los topes “racistas” del presidente Donald Trump para la aceptación de refugiados— se ha convertido en una prueba de lo que es en verdad importante para el nuevo inquilino de la Casa Blanca, según un recuento de su toma de decisiones por parte de más de una docena de funcionarios del gobierno de Biden, de funcionarios de agencias de reasentamiento de refugiados y otros más.
Algunas personas familiarizadas con su modo de pensar señalaron que Biden estaba impaciente por recibir los elogios que vendrían por aumentar de manera considerable el tope mínimo histórico de Trump y decidió incrementarlo incluso antes del 1 de octubre, que es el inicio acostumbrado del año fiscal.
Sin embargo, apenas unas semanas después de que comenzó su mandato, los temas de la inmigración y la frontera ya lo estaban distrayendo mucho de sus esfuerzos por acabar con la pandemia del coronavirus y por convencer al Congreso de invertir billones de dólares en la economía, asuntos que algunos colaboradores como Ron Klain, jefe de gabinete de la Casa Blanca, consideraban más fundamentales en su mandato.
Ahora, la decisión de aumentar el tope de refugiados a 62.500 —como había prometido Biden a los congresistas tan solo unas semanas antes— provocaba nuevas acusaciones de hipocresía y de abrir las fronteras por parte de los republicanos, aun cuando el presidente hacía un llamado al bipartidismo. Biden les dijo a los funcionarios que había sido un pésimo momento, sobre todo porque las agencias federales ya estaban teniendo dificultades para gestionar la cifra más alta que había habido en más de una década de niños y adolescentes migrantes en la frontera.
La conversación del 3 de marzo tuvo lugar poco tiempo después de que Biden había enviado a Blinken y a otros dos secretarios del gabinete a decirle de manera oficial al Congreso que subiría el tope de admisión establecido por Trump de 15.000 refugiados al año a 62.500 personas durante los siguientes seis meses.
En cambio, el presidente restringió a sus emisarios y dejó a cientos de refugiados en el limbo durante varias semanas.
Durante el mes y medio siguiente, los colaboradores de Biden estuvieron inmovilizados y varias veces les dijeron a los reporteros y a los grupos defensores de los refugiados que el presidente seguía teniendo intenciones de seguir adelante. Pero el retraso tuvo consecuencias reales: se cancelaron los vuelos para más de 700 refugiados que ya habían recibido una evaluación completa y a quienes se les habían enviado boletos para viajar a Estados Unidos.
Bajo la presión de dejarlos ingresar, los miembros del gabinete de Biden llegaron a un acuerdo que creían iba a satisfacer al presidente y a las agencias de reasentamiento. Mantendrían el tope de 15.000 refugiados, pero suprimirían las restricciones de la era de Trump para permitir que se reanudaran más vuelos. El viernes, las autoridades de la Casa Blanca les informaron a los reporteros sobre la nueva política.
La reacción en contra fue inmediata.
El senador demócrata por Illinois, Richard Durbin, publicó en Twitter: “Dígame que no es cierto, presidente Joe. Esto es inaceptable”.
En pocas horas, el presidente dio marcha atrás. La Casa Blanca emitió un comunicado diciendo que Biden seguía teniendo la intención de permitir que entraran más refugiados al país y prometía dar más detalles el 15 de mayo.
Jen Psaki, secretaria de prensa de la Casa Blanca, justificó el episodio como errores “en el envío de los mensajes”. Pero para Biden fue otro ejemplo de las dificultades de su gobierno para cumplir la promesa de restaurar la reputación de Estados Unidos como un santuario para las personas más vulnerables, un compromiso que los demócratas hicieron con entusiasmo para diferenciarse de Trump durante la campaña presidencial. También fue una lección inicial de lo que sucede cuando un presidente genera expectativas y no logra cumplirlas.
El compromiso
El Día Mundial de los Refugiados del verano pasado, Biden, quien entonces era candidato para la presidencia, emitió una declaración en la que hacía explícito su respaldo.
“Aumentaré el número de refugiados que recibimos en nuestro país y estableceré una meta anual a nivel global de 125.000 refugiados”, señaló, y también prometió “aumentarlo aún más con el tiempo, acorde con nuestra responsabilidad”.
Después de ganar la Casa Blanca, su equipo de transición se puso en marcha para cumplir esta promesa y analizó las ventajas y las desventajas en una serie de reuniones que tuvieron lugar en diciembre. A solo seis meses de terminar el año fiscal, los asesores de Biden le recomendaron ir más allá de su compromiso de campaña.
Es común que los presidentes aumenten la admisión de refugiados al final del año fiscal, pero Biden permitiría que ingresaran a Estados Unidos 62.500 refugiados antes del 1 de octubre cuando calificó de emergencia a los “serios problemas humanitarios” en todo el mundo.
El 12 de febrero, el presidente habló al Congreso sobre ese compromiso concreto y prometió reasentar a 62.500 refugiados que huyen de la guerra y la persecución en sus países de origen. Blinken llevó el mensaje a los legisladores junto con Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional, y Norris Cochran, secretario de Salud en funciones en ese momento,.
“Fueron a presentar un plan en verdad cuidadoso y nosotros estábamos muy contentos”, comentó Mark Hetfield, director ejecutivo de la Sociedad Hebrea de Ayuda al Inmigrante, una agencia de reasentamiento.
“Y luego, de la noche a la mañana, esto se desvaneció”, afirmó Hetfield.
El impacto
El efecto del retraso del presidente en Washington se sintió en todo el mundo.
Las agencias de reasentamiento ya habían reservado vuelos para cientos de refugiados.
Según el Foro Nacional de Inmigración, un grupo de defensa, los inmigrantes deben ser identificados como refugiados por la Organización de Naciones Unidas u otras organizaciones y aprobar diversas fases de investigación que pueden durar dos años en promedio. Aproximadamente, 33.000 refugiados han recibido esa aprobación, y alrededor de 115.000 están en proceso de ser reubicados.
Aunque el Departamento de Salud y Servicios Humanos ha trabajado para brindar albergue a los menores que se encuentran en la frontera, su participación en la ayuda de los refugiados internacionales se limita principalmente a ofrecer apoyo económico a las familias después de que llegan a Estados Unidos. Los Departamentos de Estado y de Seguridad Nacional tienen una participación más importante en la investigación de los refugiados internacionales.
A medida que las semanas se convirtieron en meses, se hizo evidente que la presidencia de Biden no sería la panacea que algunas personas habían pensado.
“Es absurdo darle un boleto a un refugiado después de que espera su turno, obedece las reglas y pasa por un proceso intrusivo para luego arrebatarle el boleto de las manos porque el presidente no firmó un trozo de papel”, señaló Hetfield.
La negativa
Según varias personas que estaban al tanto del rechazo del presidente a la idea de topar la admisión de refugiados a 62.500, Biden había expuesto de manera clara su opinión dentro de la Casa Blanca. Al ir en aumento los cruces en la frontera, no tenía intenciones de aprobar esa cifra.
Ned Price, vocero de Blinke, señaló que “no debería de sorprender que el secretario Blinken haya tenido la oportunidad de hablar con Biden sobre reajustar y fortalecer” el programa de los refugiados. Los funcionarios al tanto de esta conversación mencionaron que ellos dos, quienes tienen una cercanía a nivel personal, no riñeron sobre el tema, pero el presidente no dejó dudas de cuál era su postura.
Psaki estaba transmitiendo en público un mensaje muy distinto.
El 1 de abril, negó que el retraso en firmar la decisión presidencial tuviera algo que ver con los recursos que ya se estaban gastando en la frontera suroccidental.
“No, no, no tiene que ver con eso”, aseveró. “No”.
También el 8 de abril, le preguntaron a Psaki si había ”alguna dificultad en aumentar el límite de refugiados”, y ella negó que la hubiera.
“No, seguimos comprometidos con ello”, afirmó.
La marcha atrás
La espera terminó finalmente el viernes pasado. Pero no fue lo que alguien externo a la Casa Blanca esperaba: se mantendría el tope de Trump.
“La admisión de hasta 15.000 refugiados se justifica por cuestiones de problemas humanitarios y de intereses del país”, escribió Biden en un memorando presidencial al Departamento de Estado. El memorando decía que este tope podría volver a aumentarse, “según proceda”, cuando se alcance el límite establecido por Trump.
En vez de cumplir su promesa de incrementar de manera considerable el ingreso de refugiados a Estados Unidos, Biden se estaba apegando al límite ideado por Stephen Miller, el arquitecto de las políticas de inmigración de Trump.
Para el viernes en la noche, la Casa Blanca estaba en modo de control de daños.
Jon Finer, asesor adjunto de Seguridad Nacional, convocó a una conferencia urgente con los defensores de los refugiados a las 7:30 p. m., en la cual subrayó que el gobierno trabajaría con rapidez para recibir a los refugiados.
“Solo espero que el gobierno de Biden recupere la energía que tuvo durante sus tres primeras semanas en funciones para demostrar su liderazgo en la crisis global de refugiados”, señaló Hetfield. “Perdieron mucho ímpetu”.