En mayo, hay que recordarlo

En mayo, hay que recordarlo
El autor es ingeniero. Foto, cortesía.

Desde el cadalso, sin rencor y en alta voz: “Señores: Oíd una palabra pública, ya sabéis de quien es la palabra. Victoriano Lorenzo muere; a todos los perdono, yo muero como murió Jesucristo”.

El hermano de Cecilia, Martina y Sinforoso “No era un hombre viejo, sino joven; tampoco alto, al contrario, más bien bajo; como son los indios”. (El guerrillero transparente, C. Changmarín).

Los comentarios que he escuchado de algunos conocidos, sobre este petiso personaje, vasto en inteligencia, arrojo, valor y brío, son diversos y contradictorios. Más de uno recuerda de sus abuelos relatos de un cholo borracho, ladrón y violador, jefe de una pandilla de bandoleros que arrasaban con los negocios y las fincas ganaderas. Una media verdad relatada desde el punto de vista del bando conservador. Pero, al menos, otros reconocen que luchó como los grandes en esa nefasta guerra de los mil días.

Les recopilo algunas notas de libros que he tenido la dicha de leer y que retratan, a mi entender, lo vivido por este paisano, oriundo de El Cacao, en las faldas del Cerro Trinidad, que entonces pertenecía a la provincia de Coclé. Y es que al Cholo y a mí no solo nos une la provincia que nos vio nacer, sino también nuestra educación bajo la tutela de sacerdotes Jesuitas.

Con su fino estilo, de manera clara y objetiva, cuenta don Jorge Conte Porras en su libro “Meditaciones en torno a Victoriano”, cómo algunos esclavos originarios del pueblo Ngäbe-Buglé, en el  área de Coclé, principalmente en la ciudad de Natá de los Caballeros, desde el siglo XVI y posteriormente, se fueron uniendo sentimentalmente y formando pareja con otros esclavos provenientes de diferentes latitudes centroamericanas (incluyendo México y el Caribe). De tal forma que un par de siglos después, algunos Libertos y Corcinos coclesanos, al retirarse a la sierra a forjar su nuevo hogar por sus venas corría un coctel, de valentía, inteligencia y arrojo de varias razas. 

Los esclavos de confianza, a los que se premiaba con su libertad destacaban por su inteligencia, fortaleza y habilidades manuales. No me extrañaría que José de la Rosa, padre de Victoriano, y su madre la mestiza María Pascuala, fuesen descendientes de estos y heredaran la sangre de esta casta reforzada.

El Cholo imitó el trabajo de su padre como recolector de impuestos (regidor) en su comunidad coclesana. Su colega, Pedro Hoyos, de Sincelejo, Colombia, que realizaba el mismo trabajo en el área de San Carlos, sobrepasaba maliciosamente los límites de su responsabilidad y abusaba de los cholos de El Cacao, cobrándoles nuevamente el impuesto que ya Victoriano había recaudado. El constante reclamo de Lorenzo en misivas que envió al gobernador de Penonomé y a Hoyos, generó tal fricción entre ambos que el colombiano lo amenazó de muerte repetidas veces.

En una disputa entre ambos, Lorenzo, en defensa propia, mató a Hoyos. Al día siguiente Victoriano se presenta voluntariamente ante las autoridades y relata lo ocurrido. No obstante, es condenado a nueve años de cárcel. Por su buen comportamiento y desempeño, se convirtió en recluso de confianza; aprendió diversas ocupaciones (peluquero, sastre, etc.) y algo de artes de guerra de sus compañeros de celda, casi todos liberales.

Mientras purgaba su pena se enteró de la infidelidad de su cónyuge, María Lorenza Morán y, esta vez, demostrando su cristiana educación, más que pensar en revanchismos machistas, le escribe una nota al obispo de Coclé, solicitándole procediera a anular su matrimonio por los hechos ya conocidos. Cumplida su pena Lorenzo se dedica a la agricultura y al negocio de la sal.

Belisario Porras, por necesidad logística y recordando su amistad con el difunto José de la Rosa, involucra a Victoriano en la guerra, prometiéndole que la lucha también sería para eliminar el abuso que sufría su raza bajo la tiranía de los godos. Le solicitó que conformara un equipo con su gente de la sierra para transportar las armas y parque que recién arribaban en la motonave Momotombo a las costas de Chame. Concluida exitosamente la batalla de “La Negra Vieja”, Lorenzo obtiene su grado militar de capitán para dirigir el “batallón de cholos”.

Existían diferencias entre las estrategias de los generales Belisario Porras y Emiliano Herrera. En La Chorrera, luego de larga discusión, se acordó cómo sería el ataque liberal a la ciudad. Herrera, luego de vencer en Corozal, se adelantó a lo planeado y llegó hasta Perejil (Perry´s Hill).

Las autoridades extranjeras (cónsules de Reino Unido, Francia y Estados Unidos), preocupadas por la seguridad de sus propiedades (ferrocarril, comercios, puertos y otros), en una visita a la colina de Perry, convencieron a Herrera de atacar por un solo lugar para evitar arrasar con la ciudad.

Estas mismas personalidades, luego de lo acordado con Herrera (a manera de doble espías), les recomendaron a los conservadores por dónde esperar el ataque y donaron ametralladoras calibre cincuenta y equipo de trincheras. La tragedia estaba programada. Siguiendo la estrategia acordada en La Chorrera, en la madrugada Porras proveniente de Farfán desembarca en Boca la Caja. Sus ojos se humedecieron viendo a lo lejos el revolotear de los gallotes sobre cadáveres liberales. Ante la masacre del Puente de Calidonia Porras informa a Victoriano que tras el fracaso de la lucha él retornaría a Nicaragua y le recomienda que se devuelva con su gente a la sierra. Victoriano hace lo suyo, no sin antes llevarse algunos pertrechos de los que había cargado desde Chame, y los esconde enterrándolos allá en su región.

Meses después, mientras Lorenzo se ocupaba de la siembra de arroz que tenía en Gatún, su poblado es arrasado por el coronel Pedro Sotomayor. Al retornar a su vivienda encuentra luto y desolación, las chozas quemadas, niñas y mujeres violadas. La madre de Fidel Murillo murió guindada por los cabellos a un árbol y también, atado desde los dedos del pie, un hermano del Cholo fue así torturado, hasta revelar el escondite de las armas. Los pocos compañeros que sobrevivieron la masacre, armados con dos machetes y una escopeta, al ver llegar a Victoriano repetían a coro “guerra… guerra… guerra”. Aquí nace el guerrillero. Él no era Liberal.  Pan, tierra y libertad, fue su partido. Porras le había prometido en Chame liberar a su pueblo. “Tenía la cara dura y afilada; de frente: ojos de tigre, labios gruesos y nariz fina. A veces, según los vendavales y odios de la guerra, sobre la estrecha frente caían, como gajos negros los mechones de pelo liso”.  (El guerrillero transparente, Changmarín).

Se traslada a La Negrita y crea una estructura militar compleja con vigías estratégicamente colocados e inicia sus ataques; abate constantemente y por sorpresa a comandos conservadores; así recobra armamento y fortalece su ejército.

El general Manuel Antonio Noriega, al recibir noticias de las constantes victorias del Cholo, se traslada desde su escondite en Chepo, para unirse a la indiada. Por su rango, al llegar a La Negrita, exigió ser el jefe, pero Lorenzo le recordó que el jefe civil y militar del Istmo era Belisario Porras, a quien ya había mandado cartas para que retornase y tomara el mando. “Váyase de aquí que la pelea es peleando”. Así despide Lorenzo a Noriega cuando se entera que este se escribía notas con el prefecto conservador de Penonomé. “Es que somos amigos, éramos vecinos allá en Bogotá”. “Así que, si nos agarran, ¿a usted le dan una limonada y a mí me matan?, responde Lorenzo.

“Pero en la guerra solía usar un sombrero blanco y alón, con cinta roja; el fusil, a la bandolera, y una espada grandísima para su tamaño. Encaramado así en la curumba de la sierra, era el verdadero tata de toda la gente de la montaña y el llano”. (El guerrillero transparente, Changmarín).

Tratando de acabar con Victoriano, la espía Leandra del Rosario Gutiérrez, le ofrece una suculenta gallina adobada, pero este ya advertido, se la da a los perros que en pocos minutos mueren. Leandra fue castigada y luego dejada en libertad.

Acosó y venció en las poblaciones de Penonomé, Natá y Aguadulce con ataques sorpresivos, porque “él y la noche eran una sola sombra”. En compañía de sus colegas generales, B. Porras y B. Herrera fueron ganando terreno y acercándose a la capital. En el Wisconsin, los bandos firman la paz y lo traicionan. En San Carlos lo capturan y contradiciendo el tratado recién firmado, lo someten a un Consejo de Guerra. Le negaron la defensa de su amigo abogado Sofanor Moré y en cambio asignan al godo Mallarino, que mal lo defendió.  Así, Sicard Briceño y el “Manco” Huertas celebran la condena. El sacerdote Bernardino de la Concepción lo confesó.

Desde el cadalso, sin rencor y en alta voz: “Señores: Oíd una palabra pública, ya sabéis de quien es la palabra. Victoriano Lorenzo muere; a todos los perdono, yo muero como murió Jesucristo”. En mayo quince, a las diecisiete horas luego de treinta y seis disparos y “con la Virgen en el cielo de la boca”, muere el general guerrillero. Su cortejo fúnebre…una vieja y solitaria carreta con paja.

“Victoriano era extraordinariamente valiente, pero humilde, sencillo, astuto y honrado; de una inteligencia vivaz; sus instrucciones siempre fueron justas… No era un santo ni un criminal: era un hombre… Generalmente permanecía con los hombros encogidos, encapotado, como ese pajarito que hay en nuestros bosques y que llamamos “cocorito”; respetuoso de las demás personas, cortés para saludar, y se desenvolvía con soltura ante sus colegas militares. No era un hombre ilustrado…, pero sabía discernir, leer, escribir y pensar perfectamente bien… Tenía una extraordinaria intuición para calcular las acciones, reacciones y decisiones de las demás personas, por eso parecía adelantarse a sus enemigos; tenía la malicia propia de su raza… Era un buen director de grupo y consultaba a sus inmediatos colaboradores todas las acciones que debían tomarse” (Según Carlos A. Mendoza,  en Memoria de las Campañas del Istmo, citado por Conte-Porras).

Victoriano, muy asidas/a la Patria están tus huellas./Te velaron las estrellas/de las llanuras perdidas./Te curaron las heridas/los bálsamos de una fuente;/Arroyuelos transparentes/murmuran tu eterna queja;/tu imagen nunca  se aleja/del corazón de la gente. (José Franco).

“Fue la tierra tu bandera/ tu grito, la libertad;/ tu esperanza, la igualdad para la cholada entera “. (El cholito que llegaría a general, Changmarín).

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