Vincenzo De Luca, presidente de la región de Campania, se apartó de la estrategia de vacunación del Gobierno que priorizaba a los italianos más vulnerables. En su lugar, trató a Capri y a otras islas vacacionales como casos especiales.
El ferri atracó junto al espectacular azul que dice “Capri, una isla libre de COVID” y los residentes y trabajadores desembarcaron cargando su equipaje y anticuerpos.
Entre ellos estaba Mario Petraroli, de 37 años, recién vacunado y listo para la gran reapertura del lujoso hotel donde trabaja como director de mercadotecnia.
“El gran día”, dijo mientras viajaba en un funicular que se alzaba sobre las aguas turquesas, los jardines en terraplén rebosantes de limones y los hermosos senderos junto a los acantilados.
Llegó a la cima y entró a un pueblo lleno de glamur, famoso por las visitas de Jackie O y J. Lo, sus ensaladas caprese de precios exorbitantes y con una reputación de ser un parque de diversiones para multimillonarios. Todos a su alrededor —los tenderos que desempacan atuendos de Pucci, Gucci y Missoni de bolsas de plástico; los cantineros que ponen hielo en los cocteles Spritz; los carpinteros que martillean para dar los toques finales al club nocturno subterráneo Anema e Core Taverna— ya estaban vacunados.
La historia es diferente en la península italiana, que se alcanza a ver del otro lado del golfo desde el mirador adornado con réplicas de columnas romanas. Ahí la campaña de inoculación ha avanzado a un ritmo desigual, pues muchas personas de la tercera edad ni siquiera han recibido la primera dosis.
“Es muy frustrante”, dijo Petraroli. En Nápoles, donde él vive, su tío de 68 años se contagió del virus a finales de abril mientras esperaba su cita para la vacuna; falleció unos días después.
Esa pérdida convenció aún más a Petraroli de que Capri no debería esperar a que Italia se pusiera las pilas. Creyó que para entonces la temporada alta del verano habría terminado y muchas personas habrían perdido su medio de subsistencia y otras quizá la vida.
Es evidente que Vincenzo De Luca, el hosco presidente de la región de Campania, estuvo de acuerdo.
Como sentía cierta presión por parte de Grecia y España, países que le habían dado prioridad a las campañas de vacunación en sus islas para robarse a los turistas de Italia, De Luca se apartó de la estrategia de vacunación del gobierno que priorizaba a los italianos más vulnerables. En su lugar, trató a Capri y a otras islas vacacionales como casos especiales.
Agilizó la vacunación en Capri al inundar la isla de vacunas. Primero, se inmunizó a los ancianos, luego a los de mediana edad, después a los veinteañeros e incluso a algunos adolescentes, mientras que el resto de la región seguía batallando para vacunar a todos sus residentes de 60 y 70 años.
Luego De Luca vacunó a todos los que trabajaban en la isla.
Massimiliano Fedriga, presidente de la provincia Friuli-Venezia Giulia al norte del país, advirtió que “podrían detonarse tensiones sociales” si Capri, que había evitado los brotes del virus, y otras islas recibían un trato especial. El gobierno nacional en Roma insistió en que los habitantes más jóvenes —incluso en las islas— solo debían vacunarse después de que todas las personas mayores y de alto riesgo estuvieran inmunizadas.
Pero De Luca persistió y el gobierno, ansioso por reiniciar la economía, al final cambió de parecer. Este mes, aprobó que se vacunara a todos los residentes de las islas más pequeñas de Italia, desde Elba hasta las Eolias, que están cerca de Sicilia. También ciudades sin salida al mar, como la estación de esquí de Sestriere, en los Alpes italianos, han intentado incluirse en la vacunación anticipada.
“Es hora de programar tus vacaciones a Italia”, declaró el primer ministro Mario Draghi.
El 8 de mayo, al tiempo que aumentaba la vacunación nacional, De Luca acudió a la famosa plazuela de Capri, en el centro de la ciudad, y declaró que la misión se había cumplido e instó a los turistas a hacer sus reservaciones para vacacionar en las islas.
Ahora Petraroli cruzaba esa misma plaza, mientras pasaba frente a bronceados amantes de Capri que bebían y fumaban, con la cara apuntando al sol. Se adentró en un laberinto de calles estrechas, bordeadas de tiendas de Rolex, tiendas de ropa de marca y Hangout, un popular bar propiedad de Simone Aversa, de 30 años.
“Mis amigos me dicen: ‘Qué suerte tienes, nosotros seguimos esperando’”, dijo Aversa, quien ya está vacunado. Dijo que sus familiares de Florencia se quejaban de que ellos también vivían en un pueblo que dependía del turismo, ¿por qué Capri recibía un trato tan especial?
“Capri es la respuesta a la pregunta de por qué ustedes y nosotros no”, comentó Aversa encogiéndose de hombros. “Porque es Capri”.
“Es una buena temporada para vivir la experiencia de Capri”, dijo Petraroli al llegar al hotel Capri Tiberio Palace, a donde acudió a reposar Kylie Jenner un verano reciente luego de que se sintió mal en su yate, según le contaron unos trabajadores del puerto.
El nombre del hotel hace homenaje al emperador Tiberio, que gobernaba el Imperio romano desde Capri, donde le complacía aventar gente de los acantilados y le enseñaba a Calígula cómo vivir la buena vida. La gente de aquí suele decir que él fue el primer turista de la isla.
Petraroli comentó que los hedonistas de la época actual ya estaban a las puertas, incluso enviaban emisarios para asegurarse de que la situación de la vacuna y la vibra cumplieran con sus expectativas.
“Lo que a ellos les preocupa en realidad es si una vez que están aquí hay algo que hacer”, comentó, mientras los trabajadores cargaban una máquina de expreso y limpiaban las persianas.
Giuseppe Maggipinto, de 53 años, presidente de la cooperativa de propietarios de barcos a motor más antigua de la isla (“¡Todos nuestros patrones y personal están completamente vacunados!”, reza su sitio web), recorrió la isla sin inhibiciones. Navegó por las formaciones rocosas de Faraglione, características de la isla (“Aquí se casó Heidi Klum en un yate”) y por el club de playa de La Fontelina, donde tres bañistas, con las rodillas dobladas y brillantes, yacían bajo el acantilado.
Se quejó de “la histérica polémica de que nos vacunaran”, y sostuvo que, como no tienen un hospital, “si aquí había un brote, no teníamos nada que nos pudiera salvar la vida”.
De nuevo atracó el barco en el muelle, donde más ferris descargaron un puñado de turistas y a algunos residentes que regresaban. Dario Portale, un verdulero local, y su familia estaban entre ellos.
Al día siguiente de vacunarse, la pareja partió hacia Milán —situada en la región de Lombardía, muy afectada por la pandemia— para que su hijo de 10 meses conociera a su madre. Ella tiene 62 años, trabaja en una oficina de correos y no está vacunada.
“Sigue esperando”, comentó Portale.