El deceso de un israelí y el intrincado conflicto que dejó atrás

El deceso de un israelí y el intrincado conflicto que dejó atrás
Las fuerzas de seguridad de Israel y los servicios de emergencia trabajan en una zona alcanzada por un cohete disparado desde la Franja de Gaza, en Ramat Gan, cerca de Tel Aviv, el sábado 15 de mayo de 2021. Foto, Corinna Kern/The New York Times.

Casi dos semanas después del ataque en este lugar, hay una pila de madera, aluminio enroscado, cristales rotos y escombros cerca del sitio en que impactó el cohete en una calle rodeada por edificios de apartamentos de tres pisos dañados.

En la puerta de madera del pequeño apartamento de Gershon Franco, de 56 años, se ven cuatro agujeros por donde penetró la metralla de un cohete de Hamás que lo mató. Era la tarde del sábado 15 de mayo, el sabbat, en este bullicioso pueblo al oriente de Tel Aviv. 

La muerte de Franco no ha atraído mucha atención. Según su vecino, Ovitz Sasson, era un israelí pobre y solitario que no tenía parientes cercanos. El apartamento de una sola habitación de la víctima mide aproximadamente 18 metros cuadrados. Sus pertenencias siguen apiladas en su interior. Franco estaba lejos de la Franja de Gaza, en el lugar equivocado y en el momento equivocado, cuando una guerra transitoria le hizo una visita inesperada. 

El carácter de los ataques indiscriminados de los cohetes de Hamás, diseñados para generar caos y pánico entre la población civil en rincones aleatorios de Israel y que mantuvieron cerrado el aeropuerto internacional durante el conflicto más reciente que duró once días, es lo que enfurece a muchos israelíes. Lo que ven, como dijo el viernes el Ministerio de Relaciones Exteriores en un comunicado, es a Hamás “disparando contra la población civil israelí desde emplazamientos civiles dentro de Gaza”. 

“Mi madre se mudó a un hotel, está totalmente abatida”, señaló Sasson. “¿Cómo pueden hacer esto?”. 

Franco fue una de doce personas asesinadas en Israel; más de 230 palestinos fueron asesinados en Gaza, entre ellos, 67 niños. 

Casi dos semanas después del ataque en este lugar, hay una pila de madera, aluminio enroscado, cristales rotos y escombros cerca del sitio en que impactó el cohete en una calle que ahora está rodeada por edificios de apartamentos de tres pisos dañados. Entre los escombros hay un retrete. Hay trabajadores ocupados en reparar los apartamentos, colgar las persianas e instalar vidrios nuevos en los escaparates. 

Casi todos los trabajadores son palestinos. Han viajado más de tres horas desde su casa en la Cisjordania ocupada para arreglar los daños provocados por los palestinos de Gaza. Trabajan para contratistas israelíes. Resanan las cocinas que hay debajo de banderas israelíes que han colgado desde el ataque a todo lo largo de los edificios circundantes. 

Uno de los hombres se identificó como Nahed Abdel al-Baqr de Zeita, una aldea cerca de Nablus. ¿Cómo veía eso de estar reparando lo que provocó Hamás para un patrón israelí, con un telón de fondo de banderas israelíes? 

“Así es la vida”, comentó con una leve sonrisa. “Nada cambia”. 

Así es la vida en Tierra Santa, donde lo absurdo siempre se esconde detrás de lo trágico, donde la paz siempre puede imaginarse, pero nunca implementarse, y donde la existencia de los árabes y los judíos está en conflicto y entrelazada al mismo tiempo. 

Las líneas que los políticos trazan en los mapas en un intento de definir o resolver el conflicto, son desafiadas por la inestabilidad y las duras exigencias de la economía. Los estallidos de la guerra interrumpen esta realidad, pero no le ponen fin.

Tzahi Gavry, el contratista israelí que emplea a los palestinos, comentó: “Lo que vemos en televisión es a los partidarios de línea dura, pero no es todo lo que hay. Algunos de nosotros también sabemos convivir. Ninguno de estos tipos provoca problemas; he estado trabajando con ellos muchos años. Hacen un trabajo que los israelíes no quieren hacer”. 

Al-Baqr, de 56 años, quien después mencionó que le preocupaba revelar su identidad, se levanta todos los días hábiles a las 3 de la mañana, toma un autobús, negocia que lo dejen en un puesto de control para entrar a Israel y aborda otro autobús a Ramat Gan. Trabaja hasta cerca de las 3 de la tarde. El viaje de ida y vuelta es de aproximadamente siete horas. 

Nos contó que gana alrededor de 185 dólares al día, menos 20 dólares de su viaje diario y cerca de 150 dólares al mes que le paga a un mediador palestino que le garantiza su permiso de empleo y su paso sin problemas por los puestos de control para entrar a Israel. Eso es mucho más de lo que podría ganar en Cisjordania. Con esto mantiene a una familia de seis hijos. 

Su postura está entre los pragmático y lo resignado. Todos hablan de paz, planteó, pero es posible que un pequeño conflicto sea suficiente para que comience otra guerra. Los políticos de ambos lados se olvidan de la gente para la que trabajan; solo se llevan el dinero. “Nosotros podemos salir adelante”, señaló. “Pero nuestros gobiernos no”. 

Gavry mencionó que, en su infancia, su madre le decía que cuando se uniera a las Fuerzas de Defensa de Israel, no tendría que pelear porque el conflicto palestino-israelí ya habría terminado. “Ahora, mi hijo tiene 14 años y es muy probable que vaya a combate cuando le toque hacer su servicio”, comentó. 

Sus pensamientos se ensombrecieron. “Trabajamos, bromeamos y comemos juntos”, comentó, y señaló a los palestinos. “Pero si algún día los llaman para defender Jerusalén, vendrán todos los musulmanes. A fin de cuentas, no nos quieren aquí”. 

El cohete que mató a Franco fue uno de los más de 4000 lanzados desde Gaza por Hamás durante el conflicto. Podría haber caído en cualquier lugar y matado a cualquiera. 

Una característica de las recurrentes guerras transitorias entre Hamás e Israel es que los blancos de Hamás son indiscriminados, mientras que los de Israel son desproporcionados. Según la legislación internacional, tanto los daños indiscriminados como los desproporcionados a la población civil pueden considerarse crímenes de guerra. Sin embargo, ninguno de los dos lados jamás se pondrá de acuerdo sobre cuál.

Sasson, un cocinero jubilado, vive al otro lado de la acera del apartamento que Gavry fue a reparar. El cohete rompió sus ventanas. Todavía está impactado. “De repente, todo explotó”, nos dijo. 

Sasson, de 51 años, desde su balcón puede ver la pequeña habitación de Franco, así como la puerta de madera con cuatro agujeros de metralla. Franco, quien tenía diversos padecimientos de salud, no tenía ninguna habitación blindada para refugiarse.

“Era sabbat”, afirmó Sasson, día que los judíos por tradición reciben con velas, vino y una hogaza trenzada de jalá. “El jalá estaba en la mesa cuando impactó el cohete. Si hubiera sabido que el señor Franco estaba solo, lo habría invitado a mi casa y se habría salvado”. 

Sasson estaba sollozando, todavía conmocionado, y con los ojos suplicaba que lo consolaran. “Mi padre llegó aquí desde Rumania en 1950”, comentó. “Y ahora esto”. 

Del muro que estaban reparando en otro de los apartamentos dañados, colgaba ladeado un letrero que decía “Hogar, dulce hogar”.

 

Conflicto de Israel, Palestina y Hamás
Cúpula de Hierro, el sistema de defensa del Estado de Israel, en un intento por interceptar los cohetes lanzados sobre Tel Aviv desde la Franja de Gaza, el 16 de mayo de 2021. Foto, Corinna Kern/The New York Times.

 

 

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