Albert Solà asegura ser el hijo del rey emérito Juan Carlos. Ha pasado gran parte de su vida investigando lo que parece ser un cuento de hadas moderno.
El hombre que sirve los tragos en un pub, Albert Solà Jiménez, tiene un historión.
Empieza durante su infancia de huérfano, cuando lo criaban unos campesinos en una isla del Mediterráneo y luego fue llevado a una mansión en Barcelona. Había rumores de su “cuna noble”, dice, que generales y diplomáticos susurraban. Luego vino un agente secreto español que le ofreció reunir las pistas de sus orígenes, explica.
La conclusión fue el desenlace de un cuento de hadas.
“Es bastante simple: soy el hijo del rey”, dijo Solà, mientras llevaba dos copas de vino a los clientes en La Bisbal d’Empordà, un pueblo de 10.000 habitantes en las montañas de Cataluña, el rincón noreste de España en la frontera con Francia.
El extravagante reclamo de paternidad no ha sido verificado bajo casi ningún estándar. Y Solà no sería el primer aspirante real con una buena historia. Ahí está, por ejemplo, Anna Anderson quien durante años fue conocida como Anastasia, gran duquesa de Rusia. Ella alegaba que había escapado sola del pelotón de fusilamiento que asesinó al zar Nicolás II y al resto de su familia.
Además, la familia real española tiene a Leandro de Borbón, el hijo ilegítimo del rey Alfonso XIII y la actriz española Carmen Ruiz. Consiguió el derecho de usar el título de ‘príncipe’ después de publicar unas memorias explosivas tituladas El bastardo real, en 2002.
Todo esto hace que el reclamo de Solà sume otro dolor de cabeza al rey emérito de España Juan Carlos, que renunció al trono en 2014 envuelto en escándalos. Desapareció por completo rápidamente el año pasado solo para reaparecer en los Emiratos Árabes Unidos en medio de investigaciones de sus finanzas. Desde entonces, ha estado pagando una gran cantidad de impuestos atrasados.
Solà, por su parte, lleva décadas asediando al hombre que asegura que es su padre con cartas manuscritas dirigidas a la casa real, entrevistas televisivas, un libro que describe su reclamo, pedidos de ADN real (no concedidos), una demanda de paternidad (desestimada) y, por supuesto, las anécdotas que les cuenta a sus clientes en el bar donde los parroquianos ahora lo conocen como “el monarca”.
¿Pero de verdad lo es? En su casa, a una corta caminata de distancia, hay una caja roja llena de documentos relacionados con el caso, en donde hay dos pistas que llaman la atención.
Una es una prueba genética que se tomó con Ingrid Sartiau, una mujer belga que, como Solà, asegura ser hija de Juan Carlos, pero de otra madre. La prueba, verificada como auténtica por el laboratorio que la realizó, dice que lo más probable es que Solà y Sartiau sean medios hermanos.
El segundo documento es la partida de nacimiento de Solà, que indica que nació en 1956. De ser Juan Carlos su padre, este cantinero del campo sería el primogénito del exmonarca y, por ende, el hombre que —de haber corrido otro destino— sería rey de España.
“Es un caso que podría poner en un brete a la monarquía”, dijo Rebeca Quintáns, escritora española y autora de una biografía de Juan Carlos.
De cierto modo, el caso de Solà es tanto un asunto sobre sus propios orígenes como sobre el pasado del país.
Fue uno de los 300.000 españoles que los expertos como María José Esteso Poves aseguran que quedaron huérfanos durante la dictadura de España, que terminó en los años setenta. Fue una época en la que los niños, de padres tan distintos como opositores políticos y madres solteras, se esfumaban en un laberíntico sistema de adopciones. España ahora considera medidas que harían que esta generación de huérfanos localicen información sobre sus padres.
“El caso es factible porque en esa época, cuando una mujer se quedaba embarazada con un hijo ilegítimo, se ocultaba al niño y se lo entregaba a otras familias”, comentó María José Esteso Poves, autora de un popular libro sobre los llamados niños robados de España.
Pero en El Drac, donde Solà atendía el bar, el tema hace tiempo que se ha zanjado.
Luego de que Solà volvió apresuradamente a dejarle una orden a los cocineros, el dueño, Manuel Martínez, se acercó a la mesa para expresar su opinión.
“Para un pueblo chico como La Bisbal, esto es algo gordo”, dijo. “Que el camarero de El Drac sea el rey legítimo”.
El vocero de la familia real no respondió a los pedidos de comentarios para este artículo. (Pero, según los expertos en temas de la realeza, al ser un hijo no reconocido, Solà tendría poca oportunidad de reclamar el trono según la Constitución española).
De perfil aristócrata y ojos hundidos —para muchos es la viva imagen del rey Juan Carlos— Solà asegura que su propio rostro es la evidencia más clara de su linaje. Pero, dijo, desde su infancia había pistas de que era distinto a otros huérfanos.
Para empezar, su nombre original, Alberto Fernando Augusto Bach Ramón, que la gente le decía tenía un tufo aristocrático. Poco después de nacido, fue llevado de Barcelona a Ibiza y entregado a una familia para que lo criaran en una finca.
Eulalia Marí, la mujer de 90 años .cuya madre cuidó a Solà en esos años, dijo que era común criar a los hijos ilegítimos de las familias del continente. Pero el caso de Solà era distinto: Marí recordó que a su familia le pagaban casi el doble por los cuidados habituales, 300 pesetas al mes, una gran suma para la época.
En 1961, cuenta Solà, regresó a Barcelona donde sus primeros recuerdos son de haber vivido en una gran mansión con jardín y muros altos. Una maestra venía durante el día a instruirlo y también recuerda a una mujer mayor —que piensa que era su abuela— que acudía a visitarlo y regalarle juguetes.
A los 8 años, Solà volvió a mudarse, esta vez a casa de Salvador Solà, un campesino en la provincia de Girona, cerca de la frontera con Francia. La familia era pobre, pero otra vez Solà tuvo la impresión de que otras personas cuidaban de su bienestar: luego de aprender a conducir dice que misteriosamente recibió una motocicleta cara y un automóvil, y que se le dio tratamiento preferencial durante el servicio militar obligatorio cuando tenía 20 años.
Estas experiencias le generaron muchas preguntas. En 1982 recuerda haber visitado la maternidad de Barcelona que guardaba los registros locales de adopción. Solà dice que el director parecía reticente a ayudarlo pero cuenta que añadió, crípticamente: “Esta ha sido la adopción más compleja en la historia de este centro”.
Para 1999, Solà vivía en México, donde dijo que los diplomáticos le decían que pensaban que procedía de una familia poderosa. Eventualmente volvió a España y pidió a un juzgado ver sus registros. El juez del caso pidió verlo.
Solà asegura que el juez le dijo que era el hijo de Juan Carlos, que por entonces era rey.
“Fue el jaque mate de esta historia”, dijo Solà.
Sin embargo, en una entrevista, el juez Jorge Maza, ahora retirado, dijo que jamás le había dicho a Solà que era hijo del rey, lo que pone en duda las declaraciones de Solà.
En 2007, Solà acudió directamente a Juan Carlos, al enviarle una carta por fax al Palacio de la Zarzuela, la residencia real.
“Querido padre”, empezaba la carta manuscrita.
Para su sorpresa, recibió respuesta.
La carta de Solà “ha sido despachada con Su Majestad”, decía la nota, en papel membretado del rey, firmado por el jefe de protocolo.
Solà cuenta que al principio se entusiasmó y esperaba respuesta del rey. Pero jamás la recibió. Dice que siguió escribiendo, con un tono cada vez más molesto.
“Dame algunas respuestas y ya no te molestaré”, escribió en una de las cartas. “Se me ha terminado la paciencia”.
Por esa época, y por azar, Solà conoció a un hombre que se identificó como agente español de inteligencia que dijo que creía la versión de los hechos de Solà.
El hombre, que no quiso ser identificado para este artículo dada la naturaleza de su trabajo, dijo que sus colegas alguna vez habían visto una foto de Solà de niño jugando con la madre de Juan Carlos.
Solá dijo que creía que se trataba de la mujer que recordaba durante su infancia en la mansión.
Dicho todo esto, Solà dice que el misterio de su procedencia ha cambiado muy pocas cosas de su vida.
Sigue trabajando como camarero, aunque hace poco dejó El Drac y ahora trabaja en un bar cercano. La movida atrajo un artículo en el diario local y una nueva oleada de clientes que buscaban una foto con “el hijo del rey”.
“Todo el mundo viene a buscarme”, dijo. “No sé si es por mi aspecto o por mi historia, pero están convencidos”.