En Washington, la velocidad del derrumbe tomó por sorpresa a la gestión de Biden, según funcionarios, y dejó la comprensión de que Biden pasará a la historia como el mandatario que presidió el último acto humillante en un largo y atribulado capítulo estadounidense en Afganistán.
Combatientes talibanes inundaron la capital afgana el domingo en escenas de pánico y caos que supusieron un veloz e impactante fin al gobierno afgano y a dos décadas de Estados Unidos en el país.
El presidente de Afganistán Ashraf Ghani abandonó el país y un consejo de funcionarios afganos, entre ellos el expresidente Hamid Karzai, indicaron que empezarían a negociar con los talibanes para formular la toma de control de la insurgencia. Hacia el final del día, lo único que quedaba por hacer era formalizar el control de los combatientes en todo el país.
La velocidad y la violencia de la victoria de los talibanes por todo el campo y las ciudades en la semana previa encontró desprevenidos al ejército estadounidense y al gobierno. Con vuelos de helicópteros militares estadounidenses organizados apresuradamente se evacuó el extenso complejo de la embajada de Estados Unidos en Kabul, transportando a diplomáticos estadounidenses y trabajadores de la embajada al aeropuerto militar de Kabul. En el aeropuerto civil de al costado, los afganos lloraban mientras suplicaban a los trabajadores de las aerolíneas que enviaran a sus familias a los vuelos comerciales salientes, incluso cuando la mayoría de ellos permanecía en la pista para dar prioridad a los aviones militares.
El esfuerzo frenético de evacuación se desarrolló entre ráfagas ocasionales de tiroteos; el golpeteo de los helicópteros Chinook y Black Hawk estadounidenses en el aire ahogaba el tamborileo del tráfico. Abajo, las calles de Kabul estaban atoradas de vehículos en tanto el pánico había gatillado una carrera para abandonar la ciudad.
Dos décadas después de la invasión de Afganistán por parte de tropas estadounidenses en busca de terroristas de Al-Qaeda que atacaron el 11 de septiembre de 2001, el experimento estadounidense de consolidación nacional quedaba en ruinas, socavado por políticas equivocadas y a menudo contradictorias y por una insurgencia implacable, cuyo poder de permanencia había sido profundamente subestimado por los planificadores militares estadounidenses.
Más de 2,400 tropas estadounidenses dieron la vida y miles más fueron heridos en un esfuerzo por construir un gobierno afgano democrático. Decenas de miles de civiles murieron en la lucha y miles más quedaron desplazados de sus hogares. Solo en los últimos días mientras los talibanes avanzaban por el interior del país con vertiginosa rapidez, miles abandonaron Kabul.
El número de víctimas de la guerra recayó considerablemente en las fuerzas armadas afganas en los últimos años. Pero ninguna cantidad de entrenamiento y material estadounidense, a un costo de 83,000 millones de dólares, fue suficiente para crear una fuerza de seguridad dispuesta a luchar y morir por una nación sitiada que las fuerzas estadounidenses estaban dejando atrás. Las declaraciones públicas de, primero, el presidente Donald J. Trumph y luego el presidente Joe Biden pidiendo una retirada rápida y total de las tropas, hicieron que la moral cayera en picada por todo Afganistán.
En Washington, la velocidad del derrumbe tomó por sorpresa a la gestión de Biden, según funcionarios, y dejó la comprensión de que Biden pasará a la historia como el mandatario que presidió el último acto humillante en un largo y atribulado capítulo estadounidense en Afganistán.
Ahora los afganos súbitamente enfrentan la posibilidad del absoluto dominio talibán. En zonas que los insurgentes han conquistado recientemente no hay señales de que se hayan apartado del estricto código islamista y del gobierno por intimidación que caracterizó su mandato en los años noventa.
En el centro de Kabul la gente empezó a cubrir las publicidades y afiches de mujeres en salones de belleza temerosos de las tradicionales prohibiciones talibanes de mostrar imágenes de humanos y de que las mujeres aparezcan sin velo en público.
En el interior del palacio presidencial desalojado, Al Jazeera emitió lo que la cadena describió como un informe noticioso a cargo de comandantes talibanes flanqueados por guerreros con armas de asalto. La cadena citó a los combatientes diciendo que trabajaban para asegurar Kabul de modo que los líderes del grupo que se encontraban en Catar y fuera de la capital pudieran volver sin peligro.
A las 6:30 p.m., los talibanes emitieron un comunicado diciendo que sus fuerzas se estaban trasladando a las jurisdicciones policiales para mantener la seguridad en zonas que habían sido abandonadas por las fuerzas de seguridad del gobierno. Zabiullah Mujahid, portavoz de los talibanes, publicó la declaración en su cuenta de Twitter.
“El Emirato Islámico ordenó a sus fuerzas ingresar a las zonas de la ciudad de Kabul en las que el enemigo se ha marchado, puesto que existe riesgo de robo y atraco”, decía la declaración, que empleaba el nombre que usan los talibanes para su gobierno. Los integrantes talibanes, agregaba, tenían la orden de no herir a los civiles ni de ingresar a las viviendas. “Nuestras fuerzas ingresan a la ciudad de Kabul con toda precaución”.
Al caer la oscuridad sobre Kabul, la embajada de Estados Unidos advirtió a los ciudadanos estadounidenses que permanecían en Kabul que se refugiaran en donde se encontraban en lugar de intentar llegar al aeropuerto. Los testigos en la terminal de vuelos civiles domésticos relataron que ocasionalmente escuchaban disparos cerca. Miles de personas se agolparon en la terminal y abarrotaron los estacionamientos buscando desesperadamente vuelos salientes.
Dentro de la Zona Verde amurallada en el centro de Kabul, vehículos blindados con diplomáticos, trabajadores de ayuda humanitaria y contratistas de seguridad privada se apresuraron al recinto fortificado cercano a la embajada para que los transportaran por vía aérea al Aeropuerto Internacional Hamid Karzai. Otros fueron en bandada al Hotel Serena, un hotel con mucha seguridad y popular entre los extranjeros.
Cuando las tropas estadounidenses y de la OTAN comenzaron a retirarse en mayo, las fuerzas de seguridad afganas colapsaron rápidamente, a menudo se rendían sin disparar un solo tiro. Muchos aceptaron el ofrecimiento de los talibanes de pasaje seguro y dinero en efectivo, que con frecuencia eran transmitidos por los ancianos de la aldea, y abandonaron las armas y el equipo confiscados por los talibanes.
“La incapacidad de las fuerzas de seguridad afganas de defender a su país ha tenido un papel muy poderoso en lo que hemos visto en las últimas semanas”, dijo el domingo el secretario de Estado Antony J. Blinken, en el programa Meet The Press, dela NBC.
Para el domingo, la embajada estadounidense, epicentro de los esfuerzos de consolidación nacional de Estados Unidos, había cerrado luego de que los documentos delicados fueron destruidos o quemados, dijeron los funcionarios. La bandera estadounidense fue arriada y transferida a la zona de espera del aeropuerto militar.
En la antigua zona de aterrizaje de la misión Apoyo Decidido de la OTAN cerca del complejo de la embajada de Estados Unidos, el sonido ensordecedor de helicóptero tras helicóptero que sacaba a la gente de la Zona Verde resonaba en el pequeño aeródromo.
La pista de aterrizaje era una constelación tachonada de uniformes de diferentes países. Contratistas, diplomáticos y civiles estaban intentando tomar vuelos. La Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán trasladó sus oficinas al aeropuerto.
Al aterrizar uno tras otro los helicópteros, personal militar repartía cajitas de cartón del tamaño de cerilleros que contenían tapones para los oídos y acarreaba a las personas hacia los vehículos. Quienes eran elegibles para volar recibían brazaletes especiales que denotaban su estatus de civiles.
Pero para millones de afganos, entre ellos decenas de miles que apoyaron los esfuerzos de Estados Unidos en el país, no hubo brazaletes. Quedaron abandonados en la ciudad.
Estas eran las escenas que el gobierno Biden esperaba evitar por temor a evocar comparaciones con el desesperado transporte aéreo en helicóptero de estadounidenses y aliados vietnamitas desde una azotea en Saigón cuando la ciudad cayó ante las tropas norvietnamitas en abril de 1975.
Las calles de Kabul estaban copadas y paralizadas por autos y taxis cargados con equipaje y enseres personales de los afganos que se precipitaron al aeropuerto. Algunos pasajeros abandonaron sus vehículos y avanzaron a pie, arrastrando sus maletas a través de las calles con baches.
Los guardias bancarios dispararon al aire para dispersar a las multitudes de afganos que intentaban retirar efectivo de una sucursal que había cerrado en el centro de Kabul. La mayoría de los comercios cerraron, lo que impidió que los afganos se abastecieran de alimentos y otros suministros. Las familias metieron ropa y recuerdos personales en maletas, luego abandonaron sus hogares mientras rogaban y ofrecían sobornos para conseguir algún vuelo que los sacara de la ciudad.
Algunos oficiales de policía se despojaban de sus uniformes para confundirse con la población civil. Un periodista de The New York Times vio a varios policías rendirse ante combatientes talibanes. En la plaza Abdul Haq, en el centro de la capital, había cinco hombres que parecían ser insurgentes talibanes; los autos que circulaban por el lugar mostraban su apoyo a los militantes.
En una publicación de Twitter dirigida a los “queridos compatriotas”, Ghani indicó que había tomado la “difícil decisión” de abandonar Afganistán para evitar el derramamiento de sangre. Pidió a los talibanes “proteger el nombre y el honor de Afganistán”.
Ghani se marchó en avión a Uzbekistán con su esposa, Rula Ghani, y dos colaboradores cercanos, según un integrante de la delegación afgana en Doha, Catar, que ha participado en las negociaciones de paz con los talibanes desde el año pasado. El funcionario pidió que no se le identificara al comentar sobre los movimientos del presidente.
Abdullah Abdullah, encarnizado rival de Ghani que contendió contra él en las dos últimas elecciones presidenciales condenó a Ghani por abandonar a sus compatriotas en momento de crisis. “Dios le pedirá cuentas y el pueblo de Afganistán emitirá su juicio”, dijo en un video de Facebook Abdullah, presidente de la delegación afgana en las conversaciones de paz en Catar.
En medio de los temores de que los talibanes clausuren los medios de comunicación independientes en Kabul, como lo han hecho en otras ciudades, los medios de comunicación locales informaron que los talibanes los habían invitado a transmitir la toma del recinto del palacio presidencial.
Las calles se llenaron de escenas de pánico y desesperación al abundar los rumores y escasear la información confiable.
“Saludos, los talibanes han llegado a la ciudad. Estamos escapando”, dijo Sahraa Karimi, directora de Afghan Film en una publicación muy compartida en Facebook. Filmó su escape jadeante a pie, mientras se detenía el velo y gritaba a otros que escaparan mientras podían.
Temprano ese día, se había visto que políticos afganos veteranos abordaron aviones en el aeropuerto de Kabul. La Base Aérea Bagram fue capturada por las fuerzas talibanes a mitad del día domingo, al igual que la ciudad de Khost en el este de Afganistán, según informes noticiosos locales.
La caída de dos de las principales ciudades de Afganistán –en el norte Mazar-i-Sharif el sábado por la noche y Jalalabad, ubicada al este, el domingo– hubiera supuesto un shock hace una semana, pero ambos sucesos fueron eclipsados el domingo por el aterrorizado colapso del gobierno en Kabul.
En el límite oeste de la ciudad, un joven que agitaba una bandera talibán blanca dirigía el tráfico mientras las multitudes se arremolinaban para presenciar el espectáculo. Al menos una de las jurisdicciones policiales de Kabul había sido tomada por militantes talibanes.
Al ponerse el sol detrás de las montañas, más combatientes talibanes ingresaban en la ciudad a bordo de motocicletas, camionetas policiales y un Humvee de fabricación estadounidense arrebatado a las fuerzas de seguridad afganas. Una bandera talibán blanca ondeaba al atardecer encima de una enorme valla publicitaria de Coca Cola.
Según se vaciaban edificios antes habitados por diplomáticos y organizaciones internacionales, un grupo de oficiales de policía afganos vestidos de civil que deambulaban por la Zona Verde vio una oportunidad. Llamaron a las puertas de un recinto y preguntaron a un hombre afgano si el lugar estaba vacío. Era su momento para el saqueo, le dijo el policía al sujeto.
Solo ocho días antes, Zaranj, una remota capital de provincia en el lejano oeste, se había convertido en la primera ciudad en caer ante los talibanes. Desde entonces, una capital de provincia tras otra colapsaron luego de que las fuerzas de seguridad afganas entrenadas por los estadounidenses se rindieran, desertaran o simplemente huyeran luego de quitarse los uniformes. Videos de los talibanes mostraban a militantes manejando Humvees estadounidenses y agitando rifles M-16 en las ciudades conquistadas.
En el aeropuerto de Kabul el domingo, dos infantes de marina de pie en la pista reconocieron que estaban viviendo un momento histórico. Poco antes, dijeron, vieron que alguien se marchaba en un helicóptero acunando una bandera estadounidense mal doblada: acababa de ser arriada del complejo de la embajada cerrada.
Contribuyeron con la reportería Carlotta Gall, David E. Sanger, Lara Jakes y otros empleados de The New York Times.
David Zucchino colabora con The New York Times. @davidzucchino