La única opción que les queda a los supremacistas blancos en este momento es encontrar la manera de ayudar a los blancos a mantener su poder, aunque se conviertan en una minoría de la población general.
Para algunos de nosotros, los datos del censo publicados el jueves fueron fascinantes. Para otros, supongo, fueron bastante aterradores.
Gran parte de lo que hemos visto en los últimos años (el ascenso de Donald Trump, la xenofobia y los esfuerzos racistas por consagrar o al menos ampliar el poder blanco al llenar los tribunales de magistrados blancos y suprimir los votos de las minorías), ha tenido su origen en el miedo al desplazamiento político, cultural y económico.
Los acólitos del poder blanco vieron este tren acercarse desde la distancia —que Estados Unidos se estaba volviendo moreno, la disminución de la población blanca y la explosión de la no blanca— e hicieron todo lo posible para evitarlo.
Intentaron frenar la inmigración, tanto la ilegal como la legal. Emprendieron una guerra propagandística contra el aborto y presionaron a favor de los “valores familiares tradicionales” con la esperanza de persuadir a más mujeres blancas para que tuvieran más bebés. Orquestaron un sistema de encarcelamiento masivo que privó de su libertad a millones de hombres jóvenes en edad de casarse, en su mayoría negros e hispanos.
Se negaron a aprobar leyes de control de armas mientras la violencia armada asolaba de manera desproporcionada a las comunidades negras.
Los gobernadores republicanos, sobre todo en los estados del sur, incluso se negaron a ampliar Medicaid como parte de Obamacare. Como señala la Kaiser Family Foundation, “Medicaid es la mayor fuente de cobertura de seguro para las personas con VIH, pues se estima que cubre al 42 por ciento” de la población adulta con VIH, “en comparación con solo el 13 por ciento de la población adulta en general”. También menciona que los beneficiarios de Medicaid con VIH tienen más probabilidades de ser hombres, negros y con doble derecho a recibir Medicare. Así pues, el VIH sigue haciendo estragos en el sur del país, a pesar de que ahora disponemos de tratamientos que impiden la transmisión del virus.
En todos los niveles, en todos los sentidos, estas fuerzas, a sabiendas o no, trabajaron para evitar que la población no blanca creciera. Y, sin embargo, lo hizo.
Como informó The New York Times:
“Los hispanos representaron cerca de la mitad del crecimiento del país en la última década, con un aumento de cerca del 23 por ciento. La población asiática creció más rápido de lo esperado: un 36 por ciento, un aumento que supuso casi una quinta parte del total del país. Casi uno de cada cuatro estadounidenses se identifica ahora como hispano o asiático. La población negra creció un seis por ciento, un aumento que representó cerca de una décima parte del crecimiento del país. Los estadounidenses que se identifican como no hispanos y pertenecientes a más de una raza fueron los que más aumentaron, al pasar de 6 millones a 13,5 millones”.
Mientras tanto, la población blanca, en números absolutos, disminuyó por primera vez en la historia del país.
Estos datos son terribles para los supremacistas blancos. Como me dijo por teléfono Kathleen Belew, profesora adjunta de Historia de Estados Unidos en la Universidad de Chicago: “Esta gente vive este tipo de cambio como una amenaza apocalíptica”.
El tamaño de la población determina, hasta cierto punto, el poder que se ejerce. La única opción que les queda a los supremacistas blancos en este momento es encontrar la manera de ayudar a los blancos a mantener su poder, aunque se conviertan en una minoría de la población general, y la mejor vía para hacerlo es negarle el acceso a ese poder al mayor número posible de minorías.
Ahora estamos siendo testigos de un sorprendente y descarado intento de supresión del voto en todo el país. Creo que esto es solo el comienzo de algo, no el final, y que los esfuerzos por privar de sus derechos a los electores pertenecientes a minorías serán cada vez más descarados a medida que el movimiento del poder blanco se vuelva más desesperado.
Es probable que veamos esta tendencia en pleno apogeo cuando se ponga en marcha el proceso de redistribución de distritos. Como escribió Nate Cohn en el Times, el hecho de que gran parte del crecimiento demográfico de los últimos 10 años se haya producido en la región conocida como el Cinturón del Sol, donde el Partido Republicano controla la redistribución de distritos, les da a los republicanos, que en su gran mayoría son blancos, “otra oportunidad de preservar su poder político frente a las tendencias demográficas desfavorables”.
Es de especial importancia señalar que los cambios en la población no blanca no serán uniformes, sino que se concentrarán en determinados estados. Las personas negras continúan una migración inversa hacia el sur y amenazan con alterar el panorama político en esa zona. Los hispanos representan cada vez más la población en edad de votar en estados clave del suroeste.
A medida que la población no blanca crece en estos estados, también lo hace su poder político. En respuesta, es justo en muchos de estos estados donde ahora intentan suprimir el voto de los no blancos. Por eso resulta tan exasperante la incapacidad y la falta de voluntad del Senado, controlado por los demócratas, de alterar el filibusterismo para aprobar la protección de los votantes. La supresión del voto por parte de los republicanos es un intento de apuntalar el poder de los blancos y disminuir el de los no blancos, y el Senado se los ha permitido.
El traspaso de poder no es un asunto cortés y amable como pasar la sal en la mesa. Las personas con poder luchan, a veces hasta el último momento, para conservarlo. Habrá un cambio, pero no sin dar batalla.