Alemania está lista para seguir adelante sin su icónica canciller.
BERLÍN — En el centro de Berlín, una gigantesca valla publicitaria muestra un par de manos, colocadas en la forma de un diamante, frente al torso de una mujer vestida con una chaqueta verde. “Tschüss Mutti”, dice el anuncio. “Adiós, mami”.
Aunque no haya un rostro, los alemanes saben de quién habla. El diamante, la chaqueta colorida y la palabra “Mutti” son icónicos, al igual que la propia Ángela Merkel.
Después de dieciséis años, Alemania le dice adiós a su antigua canciller. En todo el país, la salida de Merkel ha producido una nostalgia afectuosa, matizada con un poco de ironía. No obstante, también hay cansancio, que casi se convierte en enojo, una inquietud nerviosa de verla partir y comenzar de cero. Como suele pasar con la mayoría de las despedidas, hay sentimientos encontrados.
Para Merkel, una lideresa que nunca buscó elogios, una salida discreta, casi ambivalente, parece adecuada. Sin embargo, también revela la ironía de su mandato. Para algunas personas, las cualidades que garantizaron su éxito —su cautela y coherencia, su firmeza y diligencia— ahora, al final de su periodo como canciller, han sido una razón para contemplar con alivio su partida. La Alemania que creó Merkel, en casi dos décadas de gestión constante, está lista para seguir adelante.
A pesar de toda su calma, el tiempo que Merkel estuvo en el cargo no ha pasado sin tumultos. Orientó a Alemania a través de una serie de coyunturas —el desplome financiero de 2008, la crisis de la deuda del euro que le siguió, la crisis migratoria de 2015 y, claro está, la pandemia. Negoció una tregua, aunque haya sido frágil, entre Rusia y Ucrania, ayudó a negociar el brexit y vio llegar y partir a Donald Trump. Cada uno de esos sucesos tuvo el potencial de desgajar el mundo. En parte gracias a Merkel, ninguno lo logró.
Se sigue debatiendo su papel en estas crisis. Muchos progresistas sostienen que sus políticas de austeridad produjeron más daños que beneficios y muchos conservadores creen que, en 2015, debió cerrar las fronteras de Alemania a los migrantes. No obstante, es poco probable que cambie el punto de vista generalizado. Bajo una gran presión, Merkel fue una conservadora en el mejor sentido de la palabra, pues mantuvo la prosperidad, la cohesión y el propósito del país. Su gran logro no fue lo que construyó, sino lo que logró mantener.
Sin embargo, la conservación se puede convertir en estancamiento en un abrir y cerrar de ojos. Muchas de las políticas de Merkel, que en un inicio gozaron de un efecto estabilizador, tuvieron costos ocultos a largo plazo. Y justo ahora que está a punto de dejar el cargo, esto se está empezando a notar. Cada vez duele más ver la evidencia de sus “pecados por omisión”, como los llamó un historiador británico y experto en Alemania, Timothy Garton Ash.
Veamos el caso de Europa. Durante casi dos décadas, Merkel tuvo una inmensa participación en guiar a la unión frente a una serie de desafíos. No obstante, en el proceso, acumuló problemas para el futuro.
Por ejemplo, en 2016, la canciller encabezó un acuerdo con Turquía para recibir refugiados. La maniobra le puso fin a una crisis migratoria de un año, en la cual más de un millón de migrantes pidieron asilo en Europa. Sin embargo, esta solución dista mucho de ser sostenible, ni para Turquía —donde las dificultades económicas y la cantidad creciente de refugiados amenazan con desestabilizar el país— ni para Europa. Los migrantes, en especial después de la retirada estadounidense de Afganistán y la toma del país por parte de los talibanes, seguirán buscando refugio en el continente. Se debe encontrar una solución factible, que atienda las necesidades de los migrantes y los ciudadanos.
En otras áreas, la estrategia de Merkel también se quedó corta. Su manejo de la crisis de la deuda del euro sirvió para asegurar el futuro del bloque, pero a costa de dejar intactas las dinámicas subyacentes: el sobreendeudamiento de los países del sur y una unión monetaria desequilibrada. Su estrategia conciliatoria con Rusia, en particular el controvertido gaseoducto Nord Stream 2, parece más insostenible que nunca mientras el presidente Vladimir Putin consolida su régimen sin piedad.
Y, aunque su decisión de evitar la censura de Hungría y Polonia por sus violaciones al Estado de derecho, protegió al bloque de la desintegración, evadió cuestionamientos esenciales sobre el carácter de Europa. Ante la ausencia de Merkel, los líderes europeos —entre ellos el siguiente canciller de Alemania, quienquiera que sea— tendrán que determinar el rumbo a futuro del bloque. ¿Cómo sortear la rivalidad creciente entre Estados Unidos y China? ¿Hasta qué grado se embarcará en una estrategia autónoma de defensa? Y, ¿cómo combatirá el ascenso de la extrema derecha?
En casa, prevaleció un patrón similar. Veamos la economía. En efecto, el excedente en las exportaciones de Alemania llegó a una cifra récord durante el mandato de Merkel y, en 2019, el PIB alcanzó un máximo histórico. Sin embargo, el costo derivado fue un incremento —hay quienes lo llaman un exceso— en la dependencia del mercado chino, un problema al que Merkel no dedicó un gran esfuerzo a solucionar. Por otro lado, al proteger a la industria automotriz de Alemania de los objetivos más ambiciosos de las emisiones de carbono, Merkel en esencia ha exonerado a los directivos de la necesidad de innovar. Es una de las razones por las cuales las automotrices alemanas están teniendo dificultades para seguirles el paso a sus homólogas estadounidenses y chinas.
Luego, está el cambio climático. Al intentar proteger industrias clave y tener miedo de imponer demasiados cambios a los votantes, Merkel no implementó ningún plan de gran envergadura para reducir las emisiones sino hasta el final de su periodo. Y, aunque la fracción de las energías renovables creció un 45 por ciento durante su tiempo en el cargo, muchos expertos coinciden en que, en su trayectoria actual, el país no logrará su meta de alcanzar la neutralidad de carbono para 2045. A pesar de que en el extranjero se le conoce como la “canciller del clima”, Merkel tan solo ha tomado medidas muy leves para enfrentar el asunto definitorio de nuestro tiempo.
Todo esto da como resultado un país que es acogedor y mimado, y al mismo tiempo, ignorante de los peligros que están al acecho. Ursula Weidenfeld, periodista especializada en economía y autora de una biografía reciente sobre la canciller, ha comparado a la Alemania de Merkel con la Comarca de “El señor de los anillos” de J. R. R. Tolkien. Pacífica y próspera, chapada a la antigua sin mayores contratiempos, presumida al borde del delirio e ingenua de una manera inquietante, pero agradable: la analogía es acertada.
Merkel protegió la Comarca, algo que Alemania esperaba de ella, por lo que la eligió en cuatro elecciones nacionales al hilo. No obstante, al hacerlo, fomentó su propio desapego peculiar del mundo y su poca disposición al cambio, a la innovación e incluso a los debates en torno a distintos caminos para avanzar.
La canciller también quedó atascada en su forma de ver el mundo. Humilde y sin pretensiones, Merkel se percibía a sí misma como una empleada del país. Sin embargo, a cambio de sus servicios, dedicación y competencia, llegó a esperar —incluso a exigir— una confianza ciega en ella. Se volvió cada vez más impaciente con el parloteo infinito de la clase política de Alemania.
Para algunos, su famosa frase durante la crisis migratoria —“Podemos hacerlo”— fue una dosis bienvenida de optimismo. No obstante, para otros, en particular en su propio partido, fue un decreto, un precepto real que venía desde arriba para callar a la oposición y restringir el debate. Tal vez esa tendencia se endureció con el tiempo. Antes de una de las interminables reuniones con los dieciséis gobernadores de Alemania durante la primera ola de la pandemia en 2020, Merkel supuestamente se quejó sobre las “orgías de debates en torno a la reapertura del país”.
Fue un arrebato inusual, uno que enfatizó una intranquilidad creciente sobre sus métodos y logros. Después de todo, la pandemia expuso la falta de servicios digitales de Alemania, la necesidad de modernización de su servicio de salud pública y la vulnerabilidad de las cadenas de suministro de la economía.
Las inundaciones de julio, en las que perdieron la vida más de 200 personas, fueron un trágico recordatorio de que Alemania no saldrá ilesa de los peligros del cambio climático. Con ese telón de fondo, la posibilidad de un cambio —sin importar cuán familiares sean los candidatos— se ha vuelto más atractiva.
Apenas hace un par de años, Merkel recibió el galardón de ser nombrada la “lideresa del mundo libre”. Contra el caos y la disrupción de Trump, el estilo sobrio y sensato de Merkel fue muy envidiado. Ahora, en un giro de tuerca, se desean distintas cualidades. Estoy casi segura de que habrá muchos momentos en el futuro no tan distante en los que Alemania sufrirá al extrañar a Ángela Merkel. Y a pesar de todo: llegó la hora. Tschüss Mutti.
Este artículo apareció originalmente en The New York Times.