El Cementerio de los Pozos de Cuzco lleva el nombre del lugar de una batalla durante la guerra hispano-estadounidense, donde los marines de Estados Unidos se apoderaron de una fuente de agua que era muy codiciada.
BAHÍA DE GUANTÁNAMO, Cuba — A primera vista, el cementerio que está detrás de una reja cerrada, en un camino de esta remota base de la Marina de Estados Unidos, parece una versión en miniatura del Cementerio Nacional de Arlington. Pero estas lápidas de mármol cuentan una historia muy distinta.
Los bebés nacidos de refugiados haitianos y de marineros estadounidenses descansan aquí. También lo hacen marineros mercantes griegos y noruegos, marineros de las armadas británica y brasileña que murieron de enfermedades hace un siglo, y jornaleros cubanos que se unieron a Estados Unidos después de la revolución de 1959.
La mayoría de las casi 330 personas enterradas en estas tumbas compartían un vínculo común: nunca encontraron el camino a casa.
El Cementerio de los Pozos de Cuzco lleva el nombre del lugar de una batalla durante la guerra hispano-estadounidense, donde los marines de Estados Unidos se apoderaron de una fuente de agua que era muy codiciada. De manera oficial, el camposanto solo está abierto en esta base de 6,000 residentes durante el Día de los Caídos, una tradición que comenzó en 1988.
Pero hace poco, un sábado por la mañana, un marinero abrió una puerta y permitió que un grupo de voluntarios condujera por un camino ventoso, pasando por un matorral repleto de cactus y búnkeres de municiones cubiertos de tierra, hasta llegar al sitio. Habían venido a limpiar las lápidas de mármol blanco que se asientan en ordenadas filas, y al hacerlo ofrecieron un vistazo poco habitual al interior.
Pocos miembros de la Armada estadounidense están enterrados aquí. El más antiguo es Kumaji Makamota, un marinero que murió en un accidente a bordo del acorazado USS Indiana mientras navegaba frente a la bahía de Guantánamo. Sus registros de la Marina muestran que nació el 4 de julio de 1873 en Nagasaki, Japón, se alistó a los 25 años en la ciudad de Nueva York y murió en febrero de 1902 mientras trabajaba como cocinero en la sala de oficiales, preparando comidas para los oficiales a bordo.
Fue enterrado en la base tres veces, algo característico de una era antes de que la Armada enviara a casa al personal de servicio caído. Makamota fue sepultado por primera vez en el Antiguo Cementerio Español cerca de lo que ahora es el embarcadero del ferry de Barlovento, y sus restos fueron trasladados más tarde a un punto en la bahía llamado Cayo Toro Norte. Luego, en la década de 1940, bajo un esfuerzo de consolidación que movió los restos de casi todos los que fueron enterrados en los 116,5 kilómetros cuadrados de la base, Los Pozos de Cuzco se convirtió en su lugar de descanso final.
Aquí también están enterrados seis marineros brasileños del acorazado São Paulo que murieron de influenza a principios de la década de 1920. Unas filas más allá, descansa “Vincent”, en cuya lápida no se registra nada más. Está flanqueado por Florence Bridges, que murió a los 3 años en 1918, y Gertrude Myers Russell, una empleada civil de la base que falleció a los 29 años en 1922.
Cerca de dos docenas de tumbas representan la crisis migratoria de mediados de los noventa, cuando barcos estadounidenses impidieron que decenas de miles de haitianos y cubanos llegaran a Estados Unidos y fueron refugiados aquí en carpas abarrotadas. El epitafio de James Germain dice “refugiado haitiano” y tenía 6 años. Un “refugiado cubano desconocido” murió el 27 de enero de 1994, y otros dos haitianos murieron el 4 de julio del mismo año.
Solo hay un rastro de la prisión de los tiempos de guerra que le ha dado protagonismo a la base desde 2002: un cercado de tela metálica designado como “cementerio islámico” que fue instalado por un imán del ejército en los primeros días de la misión de detención.
Pero aquí no están enterrados los prisioneros de la guerra contra el terrorismo. El Ejército estadounidense repatrió los restos de los nueve hombres que murieron mientras estaban detenidos: tres afganos, tres saudíes y tres yemeníes.
Las tumbas más recientes de la era de la detención pertenecen a cubanos que se mudaron a la base en la década de 1960, en su mayoría jornaleros que eligieron el lado estadounidense en los primeros y tensos días de la revolución de Fidel Castro, o buscaron refugio por el acoso que recibieron por seguir trabajando en la base.
Las relaciones se deterioraron tanto en los años posteriores a la fallida invasión de bahía de Cochinos en 1961 que un comandante de la base les ofreció a los trabajadores de toda la vida la oportunidad de dormir en viviendas estilo cuartel para evitarles la humillación del viaje diario. Se corrió la voz de que los que se quedaran podrían volver a casa en unos seis meses.
Para hombres como Harry Sharpe, eso se prolongó durante toda la vida.
En 1953, comenzó a viajar como jornalero, empujando una carretilla por 12 centavos la hora, y empezó a refugiarse en la base diez años después. Otros miembros de su familia se fueron a Estados Unidos, pero Sharpe decidió quedarse hasta que el cambio político llegara a su Cuba natal, ya sea por la partida de Castro o por el levantamiento del embargo de Estados Unidos.
Murió el 17 de noviembre de 2016, una semana antes que Castro, y descansa debajo de una lápida que dice, simplemente: “Exiliado cubano”.
Asi es. Todos aquellos que allí descansan en paz no vieron ni el dia de volver a casa con sus familiares.