Para enfrentar a China, Biden debería prestar atención. Priorizar los asuntos en los que Estados Unidos pueda progresar con China en términos realistas: comercio e inversiones, medidas para el cambio climático y límites para armas peligrosas.
Si todo es una prioridad, entonces nada lo es.
Cuando gestionaba nuestras relaciones con China como diplomática estadounidense, a menudo me hacían esta pregunta: “¿Cuál es nuestra ventaja sobre China?”. Pekín siempre hacía algo que no nos gustaba —comprarle petróleo a Irán, construir un puerto en Camboya, encarcelar disidentes— o no hacía algo que nos hubiera gustado que hiciera, como cumplir las sanciones sobre Corea del Norte o abrir su mercado a los productos agrícolas de Estados Unidos.
Todo el tiempo considerábamos qué palos o zanahorias podíamos desplegar para cambiar la conducta de China. No había respuestas sencillas; durante mucho tiempo, nos frustraron la insuficiencia de nuestra ventaja y nuestra incapacidad de “cambiar a China”. Sin embargo, el creciente poder de China exacerba el problema. Y en esta era de la gran competencia de potencias, nunca había habido tal necesidad de reunir y usar ventajas para influir en las acciones de China.
El mismo presidente Joe Biden ha reconocido que, cuando se trata de China, nos falta ventaja. Pronto, Biden se reunirá con el presidente de China, Xi Jinping. Entonces, ¿de dónde llegará la ventaja tan necesaria para Estados Unidos?
No ayuda que los líderes chinos hayan percibido debilidad del frente estadounidense. Combatir con éxito la COVID-19 y resucitar la economía estadounidense servirán para contrarrestar esas impresiones y mejorar la mano de Biden. Sin embargo, todavía no basta para darle a Washington la ventaja necesaria sobre Pekín.
La principal estrategia del gobierno de Biden para enfrentar a China ha sido reclutar a otros países para que se sumen a su objetivo de contrarrestar a Pekín en todo tipo de asuntos, desde los derechos humanos pasando por la tecnología hasta Taiwán. No obstante, a final de cuentas, la dificultad para establecer prioridades claras podría ser la perdición de Biden.
Si todo es una prioridad, entonces nada lo es, y la ventaja se disipa en una lista de temas urgentes que cambia todo el tiempo.
El presidente Donald Trump se enfocó en el déficit comercial. Aunque se pueden debatir las razones detrás de esa decisión, Trump llegó a un acuerdo para solucionar el problema en menos de dos años. Esto porque los chinos consideraron que resolver ese asunto específico podía estabilizar las relaciones.
Para enfrentar a China, Biden debería prestar atención. Priorizar los asuntos en los que Estados Unidos pueda progresar con China en términos realistas: comercio e inversiones, medidas para el cambio climático y límites para armas peligrosas.
Necesitamos nuevas reglas comerciales que controlen los subsidios y la tecnología, así como reglas para detener la propagación de armas autónomas y limitar su uso. El gobierno de Biden también debería hacer lo posible por garantizar cambios concretos a los sistemas de transporte, construcción y energía a nivel mundial para frenar el cambio climático.
Para obtener la ventaja necesaria, debemos darle a China la posibilidad de un resultado benéfico, el cual para Pekín podría comenzar con el desarrollo de una sociedad que ellos consideren más respetuosa. Las autoridades estadounidenses suelen hablar de “aumentar la presión” sobre los chinos, pero en general las sanciones y los aranceles no han producido movimientos políticos en China. Lo que sí lo ha logrado es la posibilidad de una relación más estable y constructiva con Estados Unidos, una posible motivación detrás del acuerdo comercial provisional de Trump. En la actualidad, los chinos no ven eso sobre la mesa.
En cambio, el gobierno de Biden ha puesto en la mira todo, desde los proyectos de infraestructurachina en otros países hasta los científicos chinos en Estados Unidos, como si todo lo que China hace o fabrica fuera un potencial caballo de Troya que se filtró a la fortaleza estadounidense.
Esta estrategia no solo no cumple con el argumento distintivo del gobierno de Biden de evaluar las prioridades políticas en el extranjero con base en los beneficios que tengan para el pueblo estadounidense, sino que permite que Pekín descarte nuestras inquietudes al considerarlas politizadas. Eso nos pone en riesgo de salir con las manos vacías en temas en los que lo más importante es negociar una ventaja. Si la lista de transgresiones es infinita o no hay una posibilidad de mejoría, Pekín no tiene ningún incentivo para involucrarse o alterar su comportamiento.
Asimismo, enfrentar a China en un montón de problemas dificulta más que otros actores se sumen a nuestra estrategia. Según Biden, quiere colaborar con nuestros aliados para darle forma al comportamiento de los chinos. Sin embargo, al impulsar un esfuerzo vago para “contrarrestar a China”, el gobierno no tomó en cuenta que los aliados de Estados Unidos tienen sus propias prioridades. Algunos no ensalzan los derechos humanos, otros no le rehúyen a la tecnología china ni se unirán a un bloque de seguridad anti-China. Algunos no quieren cortar lazos comerciales o refutar el origen del nuevo coronavirus.
Para tener la ventaja de una influencia conjunta, Biden debe reconocer y darles el peso debido a las inquietudes de los aliados y primero llegar a un acuerdo verdadero —no a medias— sobre la agenda con ellos. Esto requiere tiempo, trabajo arduo y compromiso.
Con una presión conjunta y focalizada, y la promesa de una estrategia constructiva de Estados Unidos, China se moverá. Sin embargo, hace poco también dejó claro que no ve el sentido de cooperar si Estados Unidos insiste en una relación de suma cero. Y el mensaje de la Casa Blanca no deja mucho espacio para el optimismo.
El gobierno de Biden ha declarado que la era de la cooperación con China se ha terminado, que se busca “prevalecer en una competencia estratégica”. La administración está creando coaliciones para disuadir y contener a China a nivel militar y con frecuencia critica públicamente las acciones de China. Por lo tanto, a menos que algo cambie y aparezcan incentivos más persuasivos, no espero que China altere su comportamiento.
Por supuesto, cabe mencionar que, incluso con toda la ventaja del mundo, habrá áreas de desacuerdo con China. Sus protecciones de los derechos humanos son pésimas y el trato que da a sus propios ciudadanos, en especial a las minorías y a los disidentes, es abusivo. Asimismo, los asuntos de soberanía —es decir, Taiwán— son piedras angulares nacionales; es probable que esos temas sigan siendo una fuente de fricción en las relaciones entre China y Estados Unidos.
Por supuesto que Biden debería seguir denunciando los abusos a los derechos humanos de China o seguir presionando sobre el tema de Taiwán, pero debemos reconocer que nuestra capacidad para hacer que China se mueva en esos asuntos es insignificante.
Por eso Biden no debe desperdiciar la ventaja que puede lograr Estados Unidos.
Establecer prioridades claras y garantizar que China sepa que el progreso llevará a una relación constructiva es un punto de partida necesario.
Este artículo apareció originalmente en The New York Times.