La silueta de Elieser emerge de la humareda de hornos artesanales donde unas 200 familias producen carbón de mangle. En las costas de Panamá, viven con el dilema de talar y quemar para subsistir o cuidar el ecosistema y quedarse sin empleo.
“Este es el sustento diario de mi familia, de mis hijos, de mi esposa. Yo tengo 30 años y como desde los 16, 15 años estoy trabajando esto (…). No da riqueza, plata, esto es como para sobrevivir nada más”, cuenta Elieser Rodríguez.
Vive en El Espavé, un pueblo ubicado a unos 80 km al suroeste de Ciudad de Panamá y que tiene como patio trasero una muralla natural de mangle que se extiende por casi toda la Bahía de Chame.
En 2009, el gobierno declaró la zona “área protegida” y allí la tala es un delito ambiental.
– “Buscar alternativas” –
Para Naciones Unidas, los manglares son “una barrera de defensa entre la tierra y el mar, absorben carbono, contribuyen a la seguridad económica y alimentaria, y son el hogar de algunas de las especies más raras y coloridas”.
Pero, para poblaciones costeras, también sirven para producir carbón, una práctica ancestral.
“Mi abuelo dice que cuando él estaba pelado [niño] ya hacían esto. Cuando no existía motor ni sierra, a punta de hacha. Y el papá de él también hacía carbón”, explica.
“Somos más de 200 familias que dependemos del manglar (…) Para mí, si cierran esto, va a ser muy difícil, un golpe muy duro para este pueblo”, considera Darío Hidalgo, de 42 años, encargado de armar los hornos.
El director de Costas y Mares del Ministerio de Ambiente, José Julio Casas, dijo a la AFP que las autoridades deben actuar “cuando se realizan actividades que no están siendo reguladas”. Pero eso no significa que se detenga el proceso, sino “buscar alternativas”, aclaró.
– “Nosotros cuidamos” –
En El Espavé, el mar entra con gentileza por el manglar, formando pasadizos hacia el litoral. Por esos caminos de agua los carboneros salen de mañana con sus lanchas y navegan al menos 15 minutos por el Pacífico hacia zonas de mangles de tronco grueso, para talar con machete y sierra.
A las 11 de la mañana están de vuelta con las ramas.
Israel González, de 46 años, dice que los mangles de troncos delgados no se tocan porque aún están creciendo: “Nosotros cuidamos, porque donde cortamos aquí dejamos siempre dos, tres o cuatro árboles para que la semilla caiga hacia abajo y siga reproduciéndose”.
“Estamos organizando hacer un vivero con toda la comunidad, sembrar 500, 1.000 plantones de mangle, para seguir procesando el manglar”, cuenta.
Casas considera que “la comunidad puede empezar a trabajar con las autoridades para buscar la mejor forma de aprovechar el recurso sin impactar directamente”.
– De cuatro a seis días –
La producción se realiza cerca del puerto en una área equivalente a unos tres campos de fútbol sala, donde arden los hornos que parecen pequeños volcanes.
“Primero se hace el fogón, después se le van poniendo los palos [en forma piramidal], luego la hierba [que los cubre] y después le echamos la tierra [encima]. Cuando ya está ese proceso se le mete la mecha, con fósforo, gasolina y ya prende”, detalla Lesbia Batista, de 48 años.
Su padre, sus hermanos y sus hijos participan en el proceso.
La pequeña montaña de unos dos metros de alto arde unos cuatro días. Luego es apagada con agua y paciencia. Al retirar la tierra, aparecen los pedazos de carbón, demandados por pizzerías y restaurantes.
Armar un horno, entre materia prima y mano de obra, cuesta unos 350 dólares. De cada uno se obtienen 120 sacos, valorados en unos 500 dólares.
– La construcción, un mayor impacto –
La ONU pidió eliminar hacia el 2050 el uso de carbón mineral en la generación de energía.
La ambientalista panameña Raisa Banfield considera que el carbón vegetal puede hacerse de forma sustentable y explica que una ley que subsidia el precio del gas ha evitado que las poblaciones pobres sobreexploten los manglares para uso doméstico.
“El manglar de Chame no está en peligro por esa práctica sino más bien por los desarrollos de alto impacto, hoteleros, inmobiliarios, que amenazan con destruir los manglares para rellenar con playas artificiales”, precisa.
Lesbia, en tanto, se mantiene firme junto a su horno. “Esperamos que nos den una respuesta de cómo vamos a seguir haciendo el carbón o que nos traigan ellos [el gobierno] propuestas para trabajo. No queremos dejar de trabajar ni que nos quiten esto”, sostiene.