El éxito de la política destructora de las vacunas es en sí mismo bastante horripilante. Parece que el cinismo absoluto, que se busca incluso a costa de la vida de sus partidarios, sí rinde frutos.
Hace un año parecía razonable esperar que para los primeros meses de 2022 estaríamos hablando en pasado de la COVID-19, o al menos que diríamos que esta enfermedad es un problema importante para la salud y la calidad de vida. Se habían desarrollado vacunas eficaces con una rapidez milagrosa; sin duda, una nación sofisticada como Estados Unidos encontraría la manera de conseguir que esas vacunas se distribuyeran a todos sus ciudadanos con rapidez.
Entonces, ¿por qué no hemos superado la pandemia? Parte del problema ha sido la creatividad de la evolución viral. La variante delta nos sorprendió por su letalidad; ahora la ómicron nos sorprende por su transmisibilidad. Aun así, podríamos y deberíamos haberlo hecho mucho mejor. Y la principal razón por la que no lo hicimos fue el poder de las mentiras por motivos políticos.
Antes de adentrarme en los detalles de esas mentiras y el daño que han causado, seamos claros: sí, esto es sobre política.
Sé que no soy el único comentarista que se ha enfrentado a una gran cantidad de críticas por enfatizar la naturaleza partidista de la resistencia a las vacunas. En todo momento se nos recuerda que muchos estadounidenses no vacunados no son leales a los republicanos, que hay múltiples razones por las que la gente no se vacunará o al menos no se ha vacunado. Todo esto es cierto, pero la política ha desempeñado un papel crucial y creciente.
Para muestra, una encuesta de KFF de octubre, que descubrió que el 60 por ciento de los no vacunados se identificaban como republicanos, en comparación con solo el 17 por ciento que se identificaban como demócratas. O bien, observen el valioso análisis de Charles Gaba de los datos por condado, que encuentra que, en promedio, un punto porcentual más alto del voto por Trump en 2020 corresponde a una reducción de alrededor de medio punto en la tasa de vacunación actual de un condado.
Pero, ¿cómo hizo la política para debilitar lo que debería haber sido un milagro médico? Yo identificaría tres importantes mentiras que siguen repitiendo los políticos republicanos y los medios de comunicación de derecha.
La primera es la afirmación de que el coronavirus no es un gran problema. Se podría pensar que ya deberían haberse retractado, dado que más de 800.000 estadounidenses han muerto de COVID-19 desde que Rush Limbaugh comparó su virus con el resfriado común.
Sin embargo, esa afirmación prevalece. Figuras políticas como Marco Rubio le están restando importancia a la respuesta a la variante ómicron con el argumento de que es “histeria irracional” porque la variante parece causar relativamente pocas hospitalizaciones entre quienes completaron su cuadro de vacunación. Trata de eludir con rapidez esta última calificación, que según la encuesta de KFF han eludido millones de republicanos no vacunados, que se declaran despreocupados por una enfermedad que debería tenerlos muy preocupados.
Y los comentaristas conservadores estallaron de rabia cuando el presidente Joe Biden señaló, con justa razón, que el coronavirus sigue siendo bastante peligroso para quienes no se han vacunado; Tucker Carlson acusó a Biden de tratar a los no vacunados como “infrahumanos”.
A continuación, la afirmación de que la vacunación es ineficaz. “Si las vacunas de refuerzo funcionan, ¿por qué no funcionan?”, tuitearon los republicanos de la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes.
Al parecer, se referían al hecho de que la variante ómicron está produciendo infecciones entre las personas ya vacunadas, pero omiten mencionar la abrumadora evidencia de que incluso cuando los estadounidenses vacunados se infectan, tienen muchas menos probabilidades de ser hospitalizados, o de morir, en comparación con quienes no se vacunaron.
Por último, está la afirmación de que todo tiene que ver con la libertad, que no vacunarse debe considerarse una simple elección personal. Por ejemplo, las autoridades del gobernador de Texas Greg Abbott utilizaron este argumento como base para una demanda que pretende bloquear los mandatos federales de vacunación. El gobierno de Abbott también solicitó asistencia federal para ayudar a Texas (cuya tasa de vacunación es muy baja en parte porque Abbott ha impedido que las empresas privadas impongan requisitos de vacunación) a hacer frente a un aumento de casos y hospitalizaciones de COVID-19. ¿Hace falta decir más?
Los lectores atentos habrán notado que estas afirmaciones republicanas, además de ser falsas, se contradicen entre sí de múltiples maneras. Podemos ignorar la COVID-19 gracias a las vacunas, que por cierto no funcionan. La vacunación es una elección personal, pero dar a la gente la información que necesita para tomar esa decisión con sabiduría es un vil ataque a su dignidad. Se habla de libertad y de libre mercado, pero esta libertad no incluye el derecho de las empresas privadas a proteger a sus propios trabajadores y clientes.
Así que nada de esto tiene sentido; no lo tiene, salvo que se den cuenta de que el obstruccionismo republicano a las vacunas no está al servicio de una ideología coherente, tenía y tiene que ver con la búsqueda de poder. Una campaña de vacunación exitosa habría sido una victoria para el gobierno de Biden, así que había que debilitarla con todos los argumentos disponibles.
Por supuesto, la estrategia antivacunas ha funcionado desde el punto de vista político. La persistencia de la COVID-19 ha contribuido a mantener el pesimismo en el país, lo que, como era de esperarse, perjudica al partido que ocupa la Casa Blanca, por eso los republicanos, que han hecho todo lo posible para impedir una respuesta eficaz a la COVID-19, no han dudado, ni por un momento, en culpar a Biden de no haber conseguido acabar con la pandemia.
Y el éxito de la política destructora de las vacunas es en sí mismo bastante horripilante. Parece que el cinismo absoluto, que se busca incluso a costa de la vida de sus partidarios, sí rinde frutos.