El patrocinio olímpico refleja el dilema que enfrentan las compañías transnacionales que operan en el país: arriesgar el acceso a una China cada vez más sensiblera o lidiar con el riesgo a la reputación asociado con hacer negocios en la nación asiática.
En la parte inferior de la ladera en la que los tablistas de nieve competirán en los Juegos Olímpicos de Invierno 2022 en Pekín, un letrero electrónico muestra ciclos de anuncios de compañías como Samsung y Audi. Las latas de Coca-Cola están decoradas con los aros olímpicos. Procter & Gamble ha abierto un salón de belleza en la villa olímpica. Visa es la tarjeta de crédito oficial del evento.
El presidente estadounidense, Joe Biden, y un puñado de líderes occidentales han declarado un “boicot diplomático” a los Juegos Olímpicos de Invierno, que comenzarán la siguiente semana; aun así, algunas de las marcas más famosas del mundo estarán ahí.
La prominencia de estas compañías transnacionales, muchas de ellas estadounidenses, le ha restado fuerza política a los esfuerzos de Biden y otros líderes para sancionar a China por sus abusos a los derechos humanos, incluyendo una campaña de represión en la región occidental de Sinkiang que el Departamento de Estado de Estados Unidos ha declarado un genocidio.
El patrocinio olímpico refleja el dilema que enfrentan las compañías transnacionales que operan en el país: arriesgar el acceso a una China cada vez más sensiblera o lidiar con el riesgo a la reputación asociado con hacer negocios en la nación asiática. Cuando se trata de los Juegos Olímpicos de Pekín, la decisión ha sido clara.
Aunque los patrocinadores han sido blanco de las protestas de los activistas de derechos humanos en varios países, en gran medida los han ignorado y han optado por, más bien, mantener satisfecha a China y a su clase emergente de consumidores nacionalistas.
Las compañías argumentan que los Juegos Olímpicos no son políticos y que han invertido cientos de millones de dólares en acuerdos que comprenden varias Olimpiadas, no solo la de Pekín. En conjunto, los trece principales patrocinadores olímpicos tienen contratos con el Comité Olímpico Internacional (COI), los cuales suman más de 1000 millones de dólares.
“Parece que proceden como si todo fuera normal”, opinó Mandie McKeown, directora ejecutiva de la Red International del Tíbet, una coalición que ayudó a organizar protestas a más de 200 grupos a favor de los derechos que exhortan a un boicot a los Juegos Olímpicos. “Es literalmente como si hubieran enterrado su cabeza en la arena”.
No obstante, para las compañías, el riesgo de hacer enojar a los consumidores chinos al criticar las políticas de su país es alto. Ejércitos de voces patrióticas en las redes sociales chinas han denunciado con fuerza a las marcas extranjeras por los desaires que han percibido, críticas a menudo amplificadas por el gobierno y los medios oficialistas del Estado.
Adidas, Nike y otras compañías de ropa enfrentaron boicots en toda China tras expresar preocupación sobre los reportes de trabajos forzados en Sinkiang, la región en la que el Partido Comunista ha detenido en masa y llevado a campos de reeducación a millones de uigures musulmanes. Cuando la minorista de moda H&M prometió dejar de comprar algodón de Sinkiang, un boicot de parte de los consumidores chinos le costó alrededor de 74 millones de dólares en ventas perdidas durante un trimestre.
Incluso Intel, uno de los principales patrocinadores olímpicos, enfrentó reacciones el mes pasado después de que la compañía publicó una carta que llamaba a los abastecedores internacionales a evitar comprar productos de Sinkiang. Ante la furia, Intel reescribió la carta unos días después para retirar la referencia a Sinkiang.
Solo cuatro de los principales patrocinadores (Omega, Intel, Airbnb y Procter & Gamble) respondieron a las solicitudes de emitir comentarios. Omega, la firma cronometradora oficial y administradora de datos de los Juegos Olímpicos, mencionó que desde que comenzó su alianza con los Juegos Olímpicos en 1932, “ha sido nuestra política no involucrarnos en ciertos temas políticos porque no contribuiría al avance de la causa del deporte en la cual yace nuestro compromiso”.
Airbnb y Procter & Gamble afirmaron que estaban enfocadas en atletas individuales y enfatizaron su compromiso con todos los Juegos Olímpicos en lugar de, en específico, Pekín. Un representante de Intel comentó que la compañía “continuaría garantizando que nuestro abastecimiento global cumple con las leyes y las regulaciones vigentes en Estados Unidos y en las otras jurisdicciones en las que operamos”.
“El esquí y el deporte no se deben meter en la política”, aseguró Justin Downes, presidente de Axis Leisure Management, una compañía y contratista de hospitalidad que trabaja en conjunto con el Comité Olímpico Canadiense y otros para colaborar con la logística y los suministros.
Casi todos los patrocinadores olímpicos tienen códigos de ética o compromisos corporativos de responsabilidad social para honrar los derechos humanos, pero estos juegos han puesto a prueba cuán lejos están dispuestos a llegar para alzar la voz contra violaciones reconocidas por varias entidades.
En China, esas violaciones han incluido la mano dura en Sinkiang, así como la continua represión del Tíbet, la erosión de las libertades políticas en Hong Kong y las amenazas de hacer valer el reclamo territorial de China sobre Taiwán.
Entre los patrocinadores olímpicos más importantes, solo Allianz, según se sabe, se ha reunido con activistas que exhortan a un boicot de los juegos. Pero la compañía no ha dicho nada al respecto. Una protesta la semana pasada afuera de sus oficinas en Berlín congregó a solo siete personas.
Muchos de los principales patrocinadores parecen esperar que los Juegos Olímpicos pasen sin que ellos atraigan mucha atención.
Los activistas afirman que los patrocinadores y el COI tienen la capacidad económica para influir en las autoridades chinas, pero tienen miedo de ejercerla.
“Si cualquier otro gobierno en el mundo hiciera lo que el chino está haciendo en Sinkiang o incluso en Hong Kong, muchas compañías simplemente se irían del país”, opinó Michael Posner, un exfuncionario del Departamento de Estado que ahora trabaja en la Escuela de Negocios Stern, de la Universidad de Nueva York.
Posner recordó las decisiones de compañías de retirarse de lugares como Birmania y Etiopía, así como las campañas para boicotear a Sudáfrica cuando este gobierno, durante la era del “apartheid”, envió a equipos conformados solo por personas blancas a los Juegos Olímpicos.
“China es una excepción”, afirmó. “Es tan grande, tanto en cuestión de mercado como al ser un gigante de la fabricación, que las compañías sienten que no se pueden dar el lujo de estar en la mira del gobierno, así que solo mantienen la boca cerrada”.