El jueves, el repentino estruendo de los helicópteros de ataque Apache de Estados Unidos al noroeste de Siria, dio paso a un tiroteo dentro de un edificio de tres pisos. Este operativo provocó la muerte de Abu Ibrahim al Hashimi al Qurashi, líder del EI.
El audaz operativo de las fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos en Siria que acabó con la vida del líder del grupo del Estado Islámico fue como un crudo recordatorio de que, sin importar qué tanto el mundo quiera seguir adelante, el caos de Siria sigue teniendo repercusiones.
El jueves, el repentino estruendo de los helicópteros de ataque Apache de Estados Unidos en una parcela de pastoreo al noroeste de Siria dio paso a un tiroteo dentro de un edificio de tres pisos rodeado de olivos. Este operativo provocó la muerte de su objetivo, Abu Ibrahim al Hashimi al Qurashi, el líder prácticamente desconocido del grupo del Estado Islámico, o EI, desde 2019. Las autoridades de Estados Unidos señalaron que, cuando lo rodearon los comandos, él mismo hizo estallar una bomba que mató a otras doce personas.
La muerte de Al Qurashi ocurrió días después de que las fuerzas estadounidenses respaldaron a una milicia liderada por los kurdos en una sangrienta batalla de una semana de duración para expulsar de una prisión del noreste de Siria a combatientes del Estado Islámico, lo que fue el mayor asalto en combate de Estados Unidos a ese grupo desde el fin del llamado califato yihadista hace tres años. Esto y el ataque a Al Qurashi han subrayado que Estados Unidos todavía no puede abandonar por completo su participación militar en Siria y que su lucha global de más de dos décadas contra los grupos terroristas está lejos de haber concluido.
Aquí les presentamos cinco conclusiones derivadas de este operativo:
La lucha de Estados Unidos contra el terrorismo sigue en marcha y no se le ve fin.
Las prolongadas intervenciones militares de Estados Unidos y sus socios internacionales destinadas a erradicar el terrorismo han causado estragos considerables, primero en contra de Al Qaeda y luego en contra del grupo del Estado Islámico, el cual nació de la conmoción por la guerra de Irak y el derrumbe del gobierno sirio. Pero, aunque se ha asesinado a un número incalculable de combatientes y se ha eliminado a los líderes, ambos grupos se han transformado en organizaciones más dispersas y con gran habilidad para encontrar nuevos reductos desde los cuales activar una violencia oportunista.
La toma del control de Afganistán por parte de los talibanes el verano pasado, propiciada por el retiro del ejército estadounidense, volvió a dirigir la atención del mundo a la posibilidad de que los terroristas vuelvan a usar ese país como refugio. No hace mucho, en Irak, el grupo del Estado Islámico asesinó a diez soldados y a un oficial en un puesto del ejército y decapitó a un policía frente a las cámaras. En Siria, ha asesinado a muchos líderes locales y extorsionado a las empresas para que financien sus operaciones.
Conforme se desarrolla la campaña antiterrorista de Estados Unidos, las operaciones de comando siguen siendo poco comunes.
En estos últimos años, los operativos de Estados Unidos para combatir el terrorismo en todo el mundo se han llevado a cabo principalmente con ataques aéreos y guerra de drones, lo cual también ha hecho enormes estragos en la población civil, algo que casi no se ha reconocido.
El ataque contra Al Qurashi sirvió como recordatorio de que el ejército estadounidense sigue teniendo la capacidad de realizar operaciones de comando dirigidas, pero que conllevan riesgos.
Esta operación en el noroeste de Siria, en la cual intervinieron más de una veintena de soldados de Operaciones Especiales en helicópteros y que fue planeada durante meses, ejecutada en una noche sin luna y monitoreada desde la sala de crisis de la Casa Blanca en pantallas de video, guarda asombrosas similitudes con los ataques estadounidenses en los que resultaron muertos Osama bin Laden, en Pakistán en 2011, y el ex líder del Estado Islámico, Abu Bakr al Baghdadi, en la misma zona de Siria en 2019.
Sin embargo, debido a la exhaustiva planeación y los riegos para los soldados que implican los ataques de este tipo, se reservan para los objetivos más importantes.
Las autoridades estadounidenses afirmaron que tuvieron el cuidado necesario para que no hubiera víctimas civiles y que, durante el ataque, evacuaron a diez niños del edificio. También señalaron que, al parecer, la explosión fue lo que provocó por lo menos algunas de las trece muertes durante la operación.
Pero en el caso de ataques complejos, es posible que la versión inicial del ejército acerca de los eventos resulte incompleta. Los relatos de operaciones anteriores en ocasiones han resultado contradictorios o equivocados y el Pentágono mencionó que seguía recabando información sobre este ataque.
La confusión en Siria ofrece un refugio para los yihadistas.
A pesar de una guerra civil de una década de duración, el presidente Bashar al Asad sigue conservando el poder, pero el Estado sirio es un caos y hay partes del país que están fuera de su control, además de un imperio de drogas ilegales que prospera en las áreas controladas por el gobierno. En una investigación que realizó el año pasado The New York Times, se descubrió que las élites sirias vinculadas a Al Asad están detrás de una industria multimillonaria que trafica de manera ilícita una anfetamina que se ha convertido en el producto de exportación más valioso del país, el cual supera por mucho a los productos sirios de comercio legal.
El operativo del jueves tuvo lugar en el área de Atme, un pueblo donde se llevan a cabo actividades de contrabando en una zona rural atrasada del noroeste cuya población ha aumentado durante la guerra. Cuando decenas de miles de sirios fueron desplazados, aparecieron enormes campamentos y, según los analistas, los yihadistas con frecuencia se han ocultado entre los civiles que luchan por sobrevivir.
Atme se encuentra en la provincia de Idlib, la cual todavía alberga a muchos grupos extremistas controlados por el Hayat Tahrir al Sham, antiguamente el Frente Nusra, el cual estuvo vinculado con Al Qaeda.
Otra zona de inseguridad está en el noreste de Siria, donde los yihadistas han encontrado refugio tras sortear a las milicias lideradas por los kurdos y respaldadas por Estados Unidos cerca de la frontera con Turquía y en el desierto que abarca la frontera con Irak.
Días antes del operativo, las fuerzas estadounidenses apoyaron a una milicia dirigida por los kurdos en la ciudad de Hasaka en una lucha de más de una semana para expulsar a combatientes del Estado Islámico de una prisión que habían ocupado. En esta batalla murieron cientos de personas y nos recordó la capacidad que tiene ese grupo para sembrar una violencia tremenda.
En el contexto de otras crisis en el extranjero, esto fue una victoria para Biden.
Mientras confronta a Rusia por agrupar soldados en las fronteras con Ucrania y enfrenta una rivalidad cada vez más profunda con China, además de desafíos internos, como la inflación al alza y la intransigente oposición republicana en el Congreso, el presidente Joe Biden se ha adjudicado una victoria política con la misión en Siria. Según las autoridades estadounidenses, logró eliminar a uno de los líderes terroristas más buscados del mundo sin que se perdiera ninguna vida estadounidense.
Después de que los talibanes tomaron el control de Afganistán, los detractores de Biden dijeron que retirar al ejército dificultaría las labores de inteligencia contra las redes de terroristas. La cacería de Al Qurashi, a quien sus oficiales de inteligencia habían estado rastreando desde el año pasado, fue una prueba de que Estados Unidos sigue manteniendo la capacidad de rastrear a los líderes yihadistas en Siria.
La muerte de Al Qurashi ha permitido a Biden, al igual que a sus predecesores en el Despacho Oval, atribuirse el mérito de eliminar a un líder yihadista cuyo grupo es responsable de muchas muertes de civiles en Siria e Irak y de ataques terroristas letales en todo el mundo.
Es probable que el Estado Islámico se mantenga, incluso sin un líder unificador.
En la cúspide de su poder alrededor de 2015, el grupo del Estado Islámico controlaba una zona de Siria e Irak con dimensiones aproximadas al tamaño del Reino Unido. Atraía hordas de combatientes extranjeros de lugares tan distantes como China y Australia y gestionaba una sofisticada maquinaria propagandística que inspiraba o dirigía ataques al exterior, desde Berlín hasta San Bernardino, California. Para diciembre de 2017, tras una ininterrumpida campaña liderada por Estados Unidos, había perdido el 95 por ciento de su territorio.
No obstante, este grupo ha crecido a tal grado que la muerte de un hombre no significa que deje de ser una amenaza.
“No creo que nadie deba hacerse la ilusión de que haber eliminado a este líder de la organización signifique que se le ha dado un golpe mortal al Estado Islámico”, señaló Daniel Milton, director de investigación del Centro de Combate al Terrorismo de West Point. “Ojalá que esto la frene, pero no creo que deje de ser una amenaza en el futuro”.