Los grandes edificios, que también dan sombra, nos han privado de disfrutar del abanico en que se convertían las ramas de los árboles y arbustos cuando el viento de la estación seca -especialmente de diciembre y enero- las azotaba.
Si nos desplazamos por los diferentes sectores de la ciudad de Panamá, podremos observar, indistintamente, las bellezas que nos ofrece la naturaleza. Hace unas cuantas décadas en la principal urbe del país el verdor era increíble, ya fuese de árboles frutales, ornamentales, al igual que las plantas llenas de flores y de hojas coloridas, lo que asemejaba un paraíso.
Debido a diferentes circunstancias y acciones, entre las cuales destaca el “boom” inmobiliario, hemos perdido mucho de ese verdor y de la belleza de las flores como las del guayacán, jacaranda, además de otras especies que habían sido plantadas en esta ciudad y en otros lugares del país.
Los grandes edificios, que también dan sombra, nos han privado de disfrutar del abanico en que se convertían las ramas de los árboles y arbustos cuando el viento de la estación seca -especialmente de diciembre y enero- las azotaba. Es confortable sentir ese aire fresco, el cual trae paz y alegría.
Las áreas más devastadas por el cambio del paisaje natural por las grandes torres de cemento y vidrio, lo son Bella Vista, Betania, San Francisco, Río Abajo, Pueblo Nuevo, Juan Díaz, entre otros.
En naciones como China, Francia, Suiza, Dinamarca y otras, ya se ha legislado al respecto y es obligatorio que en las azoteas y/o techos de los edificios haya vegetación, lo cual es un mecanismo para proteger el medioambiente y, por supuesto, a quienes habitamos en la Tierra (personas, animales y plantas).
El árbol que recrea este escrito está en la Vía España, una cuadra antes de la Farmacia Arrocha. A pesar de ser el solitario del área, acaba de reverdecer, cambió sus hojas viejas por nuevas y llama la atención, porque es un verde precioso. Es un recreo gratuito para la vista.