Diferentes personas, sobre todo más jóvenes, la repentina amenaza de guerra y de otra espiral descendente en las relaciones con Occidente les hace sentir una pérdida inminente de gran parte de la libertad y de las oportunidades que se conservan en Rusia.
MOSCÚ — Cuando esperaba a sus amigos en los bellos jardines del anillo de bulevares de Moscú, Svetlana Kozakova reconoció que no había dormido en toda la noche. Se la pasó revisando las noticias en su teléfono celular luego de oír el discurso que dirigió un afligido Vladimir Putin a la nación, en el que prácticamente amenazó a Ucrania con iniciar una guerra.
“Las cosas van a ser bastante inciertas en realidad, y lo más probable es que muy tristes”, comentó Kozakova.
Durante meses, los rusos pertenecientes a todos los bandos políticos ignoraron y calificaron como una maquinación descabellada en la guerra de desinformación de Occidente contra el Kremlin las advertencias de Estados Unidos de que era posible que su país pronto invadiera Ucrania. Pero esta semana, luego de que varias apariciones de Putin en televisión dejaron atónitos y atemorizados a algunos observadores veteranos, esa sensación de desdén despreocupado se ha convertido en un profundo desasosiego.
Las encuestas afirman que tal vez la mayor parte de los rusos apoyan el reconocimiento formal que dio Putin esta semana a la independencia de los territorios respaldados por Rusia en el este de Ucrania, sobre todo porque no era decisión de ellos y porque ninguna fuerza política importante dentro del país se ha pronunciado en contra.
No obstante, de acuerdo con el Centro Levada, una encuestadora independiente, uno de los temores más grandes de los rusos es ir a la guerra. Y ahora esa posibilidad está más cerca de volverse realidad.
“El odio que se podía percibir en él con tanta claridad no era fingido”, comentó Gleb Pavlovski, un analista político y antiguo asesor de Putin, al referirse al discurso iracundo del líder ruso y a una críptica reunión con su Consejo de Seguridad que fue televisada el lunes. Pavlovski reconoció que los acontecimientos de esta semana lo habían obligado a reconsiderar su escepticismo en cuanto a que el presidente iniciara la guerra contra Ucrania. “Esto no es un juego”, aseveró.
Esa sensación premonitoria se agudizó el miércoles cuando Moscú señaló que los líderes separatistas en el este de Ucrania le habían pedido ayuda a Putin, lo cual fue considerado de manera generalizada en Occidente como una justificación inventada para proceder a la invasión. El Pentágono mencionó que la mayor parte de los soldados rusos cerca de la frontera de Ucrania estaban listos para el combate y que un ataque a gran escala parecía inminente.
A temprana hora del jueves, en un video publicado en internet en el que hablaba en ruso, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, hizo un llamamiento directo al pueblo ruso. Lo exhortaba a no prestarle atención a la propaganda rusa y a hacer todo lo que pudiera para impedir una guerra en la que podrían morir decenas de miles de personas.
“¿Los rusos quieren la guerra?”, preguntó Zelenski al final de su discurso. “A mí me encantaría responder esa pregunta, pero la respuesta depende de ustedes: los ciudadanos de la Federación Rusa”.
Sin embargo, muchos rusos siguen estando de acuerdo con la narrativa del Kremlin de que Rusia se ve obligada a contraatacar los poderes de Occidente decididos a destruirla. El discurso de Putin del lunes, con todo y su emotividad, estaba a tono con las quejas de muchas personas mayores de Rusia que siguen resintiendo la pobreza posterior a la caída de la Unión Soviética y el prestigio perdido que vino con ella.
Pero a otras personas, sobre todo más jóvenes, la repentina amenaza de guerra y de otra espiral descendente en las relaciones con Occidente les hace sentir una pérdida inminente de gran parte de la libertad y de las oportunidades que se conservan en Rusia.
Tigran Khachaturyan, un estudiante de historia de 20 años que paseaba a Gatsby, su perro de raza corgi, en los Estanques del Patriarca, un parque de Moscú, comentó que, gracias a que ha estudiado el pasado, sabía que el recrudecimiento de las tensiones internacionales originarían un deterioro dentro del país. “He visto muchos ejemplos de Estados que buscan satisfacer sus diversas ambiciones imperialistas y se olvidan del objetivo del Estado: el bienestar de la gente que vive dentro de él”, comentó Khachaturyan. “Yo no respaldo esta política y la considero negativa”.
Sin embargo, por desgracia no hay mucho que los rusos puedan hacer para cambiar la trayectoria de su país. Eso fue todavía más evidente después de la reunión del Consejo de Seguridad el lunes en la que, en ocasiones, Putin amedrentó y humilló a sus funcionarios más poderosos e importantes para que le dijeran que debía reconocer los territorios separatistas. Al parecer, el mensaje primordial de este extraordinario espectáculo de lealtad, mismo que el Kremlin grabó, editó y pasó por televisión, fue que solo Putin era quien tenía el poder de trazar el camino de Rusia.
En la sociedad, la oposición a esta agresiva política ha sido silenciada. A los activistas liberales que habrían podido encabezar un movimiento en contra de la guerra los han exiliado o encarcelado, en su mayor parte.
Este domingo se cumple el séptimo aniversario del asesinato en Moscú del político liberal Boris Nemtsov, una de las voces más importantes dentro de Rusia que se opusieron a la anexión de Crimea en 2014. El líder de oposición Alexéi Navalni alertó que Rusia estaba a punto de “desaprovechar la oportunidad histórica de tener una vida normal de calidad a cambio de la guerra, la porquería y las mentiras” y de los lujos personales de Putin, pero Navalni escribía desde la cárcel, donde tiene que pasar un periodo de quince años más.
La idea de una guerra con Ucrania es incomprensible para muchos rusos, en parte porque millones de ellos tienen amigos y familiares en esa región. La anexión de Crimea que Putin llevó a cabo en 2014 fue popular porque muchos rusos sentían un vínculo personal con ese paraíso vacacional de la era soviética y porque esto se logró sin que se hiciera un solo disparo.
El Kremlin ha explicado que su apoyo a los separatistas respaldados por Rusia en el este de Ucrania es una intervención humanitaria necesaria para ayudar a hermanos que están siendo atacados por un gobierno nacionalista ilegítimo. Muchos rusos aceptan ese discurso falso, que es una de las razones por las que más de la mitad de los encuestados le dijeron el año pasado a la encuestadora Levada que apoyarían la independencia de los territorios separatistas o su anexión a Rusia.
No obstante, pese a que los medios de comunicación estatales anunciaron con bombo y platillo el reconocimiento por parte de Putin de los territorios separatistas, los rusos no respondieron con la espontánea euforia que acompañó la anexión de Crimea. El este de Ucrania carece del simbolismo emocional de Crimea (incluso para quienes creen la narrativa del Kremlin sobre las personas perseguidas de origen ruso que necesitan ayuda).
Esta semana, en el centro de Moscú, Alexéi Ivanov, de 53 años, quien trabaja en una empresa constructora, se puso a pensar que ni siquiera la anexión de Crimea había hecho que se sintiera “ni más rico ni más feliz”. Desde entonces, comentó, hay una sensación de que la dirigencia de Rusia gobierna el país enfocada en sus propios objetivos.
“Quieren algo y ya tienen algunos planes”, señaló. “La gente común y corriente no logra captar sus verdaderas intenciones”.