A los ucranianos les debemos mucho. Nos han recordado no solo cómo es creer en la democracia, el orden liberal y el honor nacional, sino también a actuar con valentía en nombre de estas cosas.
En los últimos años se ha citado innumerables veces un famoso poema: “El centro no puede sostenerse”, escribió William Butler Yeats, antes de agregar que, “los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de intensidad apasionada”. Las personas lo han recitado con demasiada frecuencia porque era cierto.
Sin embargo, no fue tan cierto esta última semana. Los acontecimientos en Ucrania han sido una atrocidad moral y una tragedia política, pero para muchas personas en todo el mundo también ha significado una revelación cultural. No es que la gente alrededor del planeta crea cosas nuevas, sino que a muchos de nosotros se nos ha recordado en qué creemos y ahora lo creemos con más fervor y convicción. Esta ha sido una semana condenatoria.
Los ucranianos han sido nuestros instructores e inspiradores. Han sido los hombres y mujeres comunes en el video de The New York Times en las filas para obtener armas y defender su patria. Han sido la señora que le dijo a un invasor ruso que pusiera semillas de girasol en su bolsillo. Han sido los miles de ucranianos que estaban viviendo cómodamente en el extranjero y regresaron a su país arriesgándose a la muerte para defender su pueblo y su forma de vida.
Les debemos mucho. Nos han recordado no solo cómo es creer en la democracia, el orden liberal y el honor nacional, sino también a actuar con valentía en nombre de estas cosas.
Nos han recordado que se puede creer en las cosas con mayor y menor intensidad, tenuemente, con palabras, o de manera profunda y ferviente, con una convicción en lo más profundo de tu ser. Nos han recordado cuánto han conspirado los acontecimientos de los últimos años para debilitar nuestra fe en nosotros mismos. Nos han recordado cómo los reveses y las humillaciones (Donald Trump, Afganistán, la injusticia racial, la disfunción política) nos han hecho dudar y ser pasivos con respecto al evangelio de la democracia. Pero a pesar de todas nuestras fallas, el evangelio sigue siendo elogiosamente cierto.
Esta ha sido una semana de fe restaurada. ¿En qué exactamente? Bueno, en primer lugar, en el liderazgo. Hemos visto demasiados fracasos de liderazgo en los últimos tiempos, pero, durante la última semana, Volodímir Zelenski ha emergido como el líder de a pie: el tipo de la camiseta, el comediante judío, el hombre que no huyó sino que supo decir lo correcto: “Necesito municiones, no un aventón”.
No solo fue Zelenski. Joe Biden ayudó a organizar una coalición global con maestría y humildad. El canciller de Alemania, Olaf Scholz, entendió el momento. Emmanuel Macron de Francia y Fumio Kishida de Japón, también. A través de los gobiernos, las empresas y las artes, estuvimos bien liderados esta semana.
Se ha restaurado la fe en el verdadero patriotismo. En los últimos años, desde la derecha, hemos visto mucho nacionalismo étnico agrio, una forma de patriotismo amargado y xenófobo. Desde la izquierda hemos visto un desdén por el patriotismo, de personas que vagamente apoyan ideales nacionales abstractos mientras muestran una gratitud limitada hacia la herencia propia; personas que se enfocan de forma correcta en los delitos nacionales, pero que al mismo tiempo menosprecian los logros nacionales. Mientras tanto, algunas élites se han sumido en un globalismo sin alma, en un esfuerzo de elevarse por encima de las naciones hacia una estratosfera multilateral etérea.
Pero los ucranianos nos han mostrado cómo el tipo correcto de patriotismo es ennoblecedor, una fuente de significado y una razón para arriesgar la vida. Nos han mostrado que el amor de un lugar en particular, de su propia tierra y gente, con todo y sus errores, puede ser parte integral de un amor por los ideales universales, como la democracia, el liberalismo y la libertad.
Ha habido una fe restaurada en Occidente, en el liberalismo, en nuestra comunidad de naciones. Últimamente habíamos experimentado mucha división, dentro y entre las naciones. Pero ahora me levanto por la mañana, tomo mi teléfono y veo con alegría que Suecia está brindando ayuda militar a Ucrania y me maravilla lo que apoya ahora el pueblo alemán. El hecho es que muchas naciones democráticas reaccionaron ante la atrocidad con el mismo sentido de determinación.
Lo mismo ocurre dentro de Estados Unidos. Por supuesto, hay partidistas amargados que utilizan el momento para atacar a la izquierda por ser débil o acusar a la derecha de estar a favor de Putin. Siempre habrá personas a las que no les importará ser fácticamente incorrectos siempre y cuando eso los vuelva socialmente divisivos. Pero en este punto, casi todos los miembros del Congreso están unidos en cuanto a nuestra causa general.
Eso se debe a que hemos aprendido a vilipendiar lo que la gente dio por sentado durante siglos: que los países grandes devorarían a los países pequeños, que los poderosos harían lo que pudieran hacer y que los débiles sufrirían lo que les tocaría sufrir. Esta semana, quizás, hemos llegado a valorar más nuestra ética liberal moderna.
Ha habido cierto ánimo de pesimismo democrático mientras que el autoritarismo se ha propagado y pavoneado. Académicos de izquierda y de derecha han criticado al liberalismo. Esta semana nos ha revelado una visión más clara de la alternativa y luce como Vladimir Putin.
El credo del liberalismo está ganando un segundo aire. Hay una escuela de académicos realistas que imaginan que los asuntos internacionales giran en torno al frío interés nacional y son dirigidos por maestros estrategas de ajedrez. Pero esta semana vimos que las relaciones exteriores, como la vida, son una empresa moral y la rectitud moral es una fuente de poder social y espíritu de lucha.
Lo más probable es que la situación se torne aún más brutal para los ucranianos. Pero la llama moral que alimentaron esta semana podría, al final, seguir ardiendo con fuerza.