La última ‘lavandería de la Magdalena’ de Irlanda se conservará como monumento

La última ‘lavandería de la Magdalena’ de Irlanda se conservará como monumento
Una mujer pasa por delante de la abandonada lavandería de la calle Gloucester, en Dublín, la última de las tristemente célebres “lavanderías de la Magdalena” en Irlanda, el 12 de enero de 2018. Foto, Paulo Nunes dos Santos/The New York Times.

Operado por las Hermanas de la Caridad y la Providencia, una orden de monjas católicas romanas, este complejo de paredes altas, situado en la zona norte desfavorecida de Dublín, fue la última “lavandería de la Magdalena” que cerró.

DUBLÍN — La última “lavandería de la Magdalena” de Irlanda, en la que miles de madres solteras y otras mujeres no deseadas eran obligadas a trabajar sin remuneración económica en condiciones miserables, con frecuencia hasta morir, se conservará como un monumento financiado por el Estado en honor de todas las víctimas de encarcelamiento y maltrato en instituciones eclesiásticas y estatales, según anunció el gobierno irlandés.

El martes, la acción del gobierno revocó un veredicto anterior del Ayuntamiento de Dublín, propietario del antiguo convento y lavandería, que cerró en 1996, de vender el lugar para remodelarlo y convertirlo en un hotel económico.

Operado por las Hermanas de la Caridad y la Providencia, una orden de monjas católicas romanas, este complejo de paredes altas, situado en la zona norte desfavorecida de Dublín, fue la última “lavandería de la Magdalena” que cerró y es la única que no ha sido demolida.

La decisión de conservar el recinto como monumento público y centro educativo fue resultado de una larga campaña de las organizaciones que representan a las sobrevivientes de las lavanderías y otras instituciones antiguas de reclusión, como las “escuelas industriales” para niños no deseados o revoltosos, las casas de trabajo del condado y los llamados hogares materno-infantiles, donde confinaban a las mujeres que se embarazaban fuera del matrimonio, en condiciones a menudo pésimas, hasta que daban a luz. En los hogares materno-infantiles, muchas mujeres eran separadas de sus hijos, que los médicos o la Iglesia daban en adopción en secreto.

Roderic O’Gorman, ministro irlandés de Infancia, Igualdad, Discapacidad, Integración y Juventud, declaró que la creación de lo que se llamará Centro Nacional de Investigación y Remembranza sería un paso importante para abordar un legado traumático.

“En las últimas tres décadas, Irlanda ha tenido que hacer frente a su historia de abusos institucionales”, señaló O’Gorman. “Este centro proporcionará un lugar de reflexión y conmemoración, al tiempo que garantizará que las generaciones futuras puedan comprender a cabalidad el terrible impacto de esas instituciones”.

Katherine O’Donnell, codirectora de Open Heart City, un grupo activista que hizo campaña para preservar el lugar en propiedad pública, comentó que el anuncio del gobierno era “un gran avance” para una campaña que siempre se ha basado en las voces de mujeres y niños sobrevivientes.

“Este será un lugar en el que podremos reflexionar sobre todas las demás partes de lo que llamamos nuestro patrimonio oscuro, los aspectos en los que nuestro país les falló a sus ciudadanos”, comentó. “Y nos llevará a pensar en cómo podemos mejorar las cosas en el futuro. Muchos sobrevivientes de instituciones de abuso llevan décadas diciendo que quieren ayudar a educar e informar a los jóvenes sobre lo que ocurrió”.

De acuerdo con el anuncio del gobierno, el nuevo centro conservará los edificios de la lavandería y será financiado en su totalidad por el Estado. El Museo Nacional de Irlanda se encargará del monumento, mientras que el Archivo Nacional recopilará, conservará y desclasificará cientos de miles de documentos en el poder del gobierno relacionados con lavanderías, escuelas y hogares que han permanecido cerrados a los académicos e incluso a los propios sobrevivientes.

Gary Gannon, un diputado local que hizo campaña contra la venta del lugar, aseveró que era “increíble” ver una reivindicación tan completa de años de presión popular.

 

Cerrada última lavandería
Viajeros a primera hora de la mañana en Dublín, cerca de la lavandería de la calle Gloucester, el 15 de enero de 2018. Foto, Paulo Nunes dos Santos/The New York Times.

“Es la primera vez en la historia de Irlanda que nos abrimos por completo a la verdad sobre esta parte de nuestro pasado”, afirmó Gannon.

Elizabeth Coppin, quien es hija de una madre soltera y nació en un “hogar del condado” en Kerry, se crió en una “escuela industrial” donde había maltrato y posteriormente fue trasladada a una serie de lavanderías gestionadas por la Iglesia, dijo que le daba gusto el anuncio, pero que el gobierno debía hacer más por los sobrevivientes.

Señaló que ella y sus compañeras sobrevivientes seguían esperando recibir un paquete de prestaciones médicas que le prometió un gobierno anterior hace varios años, y que todavía no tenían acceso a sus propios registros médicos y de nacimiento.

“Ya nos han hecho promesas antes, pero solo hemos recibido migajas”, denunció.

La lavandería de la calle Gloucester, que tomó su nombre de una calle que ahora se conoce como Sean McDermott Street, solía tener unas cien reclusas que trabajaban muchas horas, en condiciones pésimas, sin sueldo y con comida de baja calidad.

Con el nombre de María Magdalena, una figura bíblica representada con frecuencia como una prostituta arrepentida, las lavanderías se consideraban lugares de penitencia de por vida para mujeres y niñas “caídas”, aunque muchas internas eran trasladadas allí desde orfanatos y hogares estatales. Cuando intentaban escapar, la policía solía enviar de vuelta a las reclusas. Se sabe que al menos una decena de estas lavanderías operaron en Irlanda desde el siglo XIX.

Aunque contaban con financiación y contratos del Estado, la mayoría de estas instituciones de reclusión eran gestionadas con fines de lucro por órdenes religiosas católicas, y las malas condiciones de vida, el maltrato físico, el trabajo arduo y la falta de instalaciones médicas provocaban altos índices de mortalidad.

Muchas reclusas que fallecieron fueron enterradas en secreto.

Catherine Corless, historiadora del condado de Galway, utilizó solicitudes de libertad de información para demostrar que casi 800 niños habían muerto en un hogar materno-infantil de Tuam entre 1925 y 1961, pero solo había dos entierros registrados. Una nueva investigación exploratoria del lugar encontró una gran cantidad de restos humanos en lo que parecía ser un depósito de aguas residuales.

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