A los 17 años, Serena fue la primera persona negra en obtener un título individual de Grand Slam desde Arthur Ashe en 1975 y la primera mujer negra en salir victoriosa de uno de esos torneos desde Althea Gibson en 1958.
Ella es un símbolo. Un personaje. Una atleta que ha sobrepasado por mucho los pasos precursores de su hermana y llegó para reinar en un deporte enclaustrado, en su mayor parte blanco. Serena se rehúsa a quedarse ahí.
Durante el anuncio de sus planes para retirarse del tenis, Serena Williams comentó el martes que se iba a centrar en su vida más allá de los deportes y que más bien iba priorizar ser madre, diseñadora de moda, capitalista de riesgo y mucho más. Diseñará su futuro como ella considere que le quede mejor.
Esto es tan de Serena.
Williams siempre ha hecho lo que ha querido, siempre ha operado en sus propios términos. Esto la ha vuelto especial, alguien con una habilidad única y a quien se le ha querido de una manera particular… y a veces le ha generado críticas. Le ha ayudado a ser una de las atletas más grandiosas que nos haya honrado con su presencia: una mujer negra que tuvo los orígenes más humildes de Estados Unidos y creció hasta convertirse en una estrella cuya magnética atracción va más allá de los límites del deporte.
El anuncio, en un artículo de portada de la revista Vogue publicado el martes, de que iba a dejar el tenis después de participar, este mismo mes, en el Abierto de Estados Unidos fue apropiado para la figura trascendental en la que se ha convertido.
Es fácil olvidar que su viaje hasta el campeonato, el cual incluyó 23 títulos individuales de Grand Slam, apenas debajo del récord de 24 que estableció Margaret Court, comenzó con una victoria en el Abierto de Estados Unidos en 1999. A los 17 años, Serena fue la primera persona negra en obtener un título individual de Grand Slam desde Arthur Ashe en 1975 y la primera mujer negra en salir victoriosa de uno de esos torneos desde Althea Gibson en 1958.
Williams se convirtió en la personificación de la grandeza atlética —y llevó en los hombros las aspiraciones de equidad racial y de género— durante al menos dos décadas.
A lo largo del camino, le demostró al mundo el poder increíble de romper barreras y destruir normas. El artículo de Vogue, una narración en primera persona, se siente reveladoramente simbólico, aunque se esperaba desde hace mucho tiempo, debido a las dificultades de Williams para competir en años recientes. No reveló la noticia en su cuenta de Instagram, en ESPN o en una conferencia de prensa pospartido. No, Williams hace lo que quiere, cuando quiere, de la manera que quiere.
Por supuesto que tiene en el marcado rápido de su teléfono a Anna Wintour, la editora de Vogue, quien ama el tenis. Por supuesto que iba a anunciar que rompería con el tenis por medio de una de las principales revistas de moda en el mundo.
Serena Williams nunca ha dejado que el tenis la defina.
Con la noticia del retiro, nuestros recuerdos de ella llegan en olas. Ay, cómo le encantaba entretener y montar un espectáculo. ¿No era eso lo que nos atraía? Tenía una habilidad, un anhelo, una voluntad que exigían ser vistos. Verla dar zancadas en una cancha central de un Grand Slam durante un partido de primera ronda o una final presurizada era la mejor forma de entretenimiento. Atrajo a multitudes al momento y trajo consigo a quienes de otra manera nunca habrían visto un partido de tenis.
Esos nuevos aficionados y muchos amantes comprobados del tenis que habían visto el juego durante años la apoyaron cuando tuvo dificultades o se vio envuelta en disputas por la manera feroz con la que a veces perforó las normas del decoro en la cancha.
¿Quién podría olvidar el Abierto de Estados Unidos en 2018, cuando tuvo un choque acalorado con el juez de silla quien le descontó primero un punto y luego todo un juego hacia el final de una derrota frente a Naomi Osaka? Todo el espectro de su carrera en el tenis —las decenas de victorias excitantes y las derrotas que a veces resultaban tortuosas— se entrelaza en el tapiz que es Serena Williams.
La raza nunca se puede dejar de lado cuando hablamos de Serena o de Venus Williams, la hermana mayor que comenzó todo. Su negrura y su estatura física, las cuales contrastaban con un mundo del tenis donde tan solo unos pocos compartían un aspecto similar, se sentían impresionantes.
Ashe y Gibson fueron buenos jugadores que a veces fueron grandiosos. Yannick Noah, hijo de un padre negro camerunés y madre blanca, ganó el Abierto de Francia en 1983. Una pizca de otros jugadores negros, hombres y mujeres, dejaron marcas breves pero importantes en el tenis.
Nadie pasó sobre el juego ni lo dominó con la consistencia violenta de las hermanas Williams.
Serena le añadió un desafío audaz a la tarea, como lo predijo con certeza su padre, Richard Williams, quien, incluso cuando Venus estaba destacando primero en la escena tenística, mencionó que Serena iba a convertirse en la mejor de la historia del tenis.
Tan solo la élite de la élite puede cambiar la manera en que se juega su deporte. Piensa en la influencia de Stephen Curry en el baloncesto moderno y su fijación con los disparos de larga distancia. O el impacto revolucionario de Tiger Woods en el golf. Agrega a Williams a ese grupo.
Otras desarrollaron un juego de poder antes que ella —por ejemplo, Jennifer Capriati—, al igual que hubo otros tiradores de triples antes de Curry. Williams llevó el juego a nuevas alturas. Llegó a esa final del Abierto de Estados Unidos de 1999 contra Martina Hingis, quien se había catapultado a la cima de la clasificación jugando con fineza y explotando todos los ángulos como lo recetaba la vieja guardia. Después de que el poder, la velocidad y la determinación de Williams despacharon a Hingis 6-3, 7-6, el tenis nunca volvería a ser el mismo.
Ahora, Williams planea terminar esta fase de su vida después de su último partido en el Abierto de Estados Unidos, ya sea una derrota en primera ronda u otra conclusión contra todo pronóstico: ganándolo todo, a los 40 años, después de apenas haber pisado una cancha en la gira durante el último año.
Williams no se retirará con facilidad. Lo dejó claro cuando anunció lo que definió como su “evolución”, la cual incluirá tratar de tener otro hijo. Williams hizo notar que sus intentos chocaban con la continuación de su carrera en el tenis, un hecho con el que los atletas profesionales varoniles no tienen que luchar.
Esta parece la última etapa de su carrera, pero Williams nunca nos debería sorprender. No me impactaría si tal vez con un segundo hijo o más, apareciera de nuevo en la gira profesional, aunque sea tan solo por una probada del protagonismo que dan los deportes.
Si Serena Williams lo quiere hacer, lo hará. Es lo mínimo que sabemos.