Las huellas de los niños de Auschwitz que nunca se borrarán

Las huellas de los niños de Auschwitz que nunca se borrarán
Arie Pinsker, superviviente de Auschwitz, observa la galería acristalada del museo de Auschwitz donde hay una montaña de zapatos que pertenecieron a las víctimas del campo. Foto, EFE/Miguel Ángel Gayo Macías.

La iniciativa tiene como objetivo conservar, en su estado original y durante el mayor tiempo posible, el calzado que llevaban miles de niños internados en el campo de exterminio de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial.

Un proyecto para preservar los zapatos de 8.000 niños que perecieron en el Holocausto y evitar que desaparezca lo que, en muchos casos, es la última evidencia material de su existencia, fue presentado esta semana en el campo de Auschwitz.

La iniciativa tiene como objetivo conservar, en su estado original y durante el mayor tiempo posible, el calzado que llevaban miles de niños internados en el campo de exterminio de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial.

Se trata de una acción financiada inicialmente por la Fundación Neishlos y llevada a cabo junto a la organización internacional de la Marcha de los Vivos, la Fundación Aushwitz-Birkenau y el Museo de Auschwitz, en cuyas instalaciones se llevarán a cabo los trabajos de conservación.

Phyllis Greenberg Heideman, presidenta de la organización Marcha de los Vivos, explicó a Efe que el proyecto “es una obligación moral” y aportará “un testimonio material de la brutalidad del régimen nazi” que perdurará muchos años más gracias a este esfuerzo.

Por su parte, Eitan Neishlos, que atesora en una caja de zapatos los recuerdos materiales que aún conserva de su abuela, Tamara Zisserman, asesinada en el Holocausto, subrayó durante la presentación de la iniciativa que “en muchos casos, estos zapatitos en Auschwitz son todo lo que nos queda de los niños judíos que murieron aquí”.

“Con estos zapatos dieron sus últimos pasos antes de ser arrancados de los brazos de sus madres”, enfatizó Neishlos,”y, a la vez, que les quitaron su calzado, les despojaron de sus nombres, de sus sueños y su futuro”.

Arie Pinsker, superviviente del Holocausto, relató cómo a los 14 años llegó a Auschwitz con calzado de verano, asustado y sin saber el horror que le esperaba.

Junto a otros 1.000 niños, de los cuales solo sobrevivieron Pinsker y otros tres, fue sometido a experimentos por los nazis y perdió en el Holocausto a toda su familia, excepto a dos de sus hermanos mayores.

Mientras sus manos se apoyan en los cristales de la galería del Museo donde descansan miles de zapatos de las víctimas de Auschitz, Pinsker no puede contener las lágrimas al saber que “tal vez los zapatos de mis hermanas están aquí”.

Bogdan Barnikowski, otro superviviente del horror nazi, recordó que tras pasar por el campo, que calificó de “puerta del infierno” y ser registrado como el prisionero número 192.731, fue trasladado junto a su madre al campo de trabajo de Berlín-Blankenburg y forzado a retirar escombros de la ciudad.

Ante algunos de los zapatos infantiles que serán preservados, Barnikowski aseguró que “es triste mirar a estos zapatos, pero al mismo tiempo me alegra saber que sobrevivirán como un testimonio de los niños que murieron aquí”.

En Auschwitz fueron asesinadas, aproximadamente, 1,1 millones de personas, de los cuales unos 232.000 eran niños que llegaron sobre todo en la segunda mitad de 1942.

Casi todos eran ejecutados al llegar al campo y solo los que parecían mayores o más fuertes eran empleados como mano de obra esclava; cuando Auschwitz fue liberado en enero de 1945 solo quedaban vivos 500 niños menores de 15 años.

Piotr Cywińsk, director del Museo de Auschwitz, destacó que “el asesinato en masa de niños es imposible de comprender; tanta crueldad, tal injusticia no se puede explicar con política, ideología u opinión” y subrayó el contraste entre “la crueldad e insensibilidad del mundo adulto” y los niños “confiados, curiosos, inocentes e indefensos, que fueron arrojados a un mundo que no podían comprender”.

Frente a él, en una mesa blanca y en medio del entorno aséptico de un laboratorio, una pequeña bota marrón de cuero con un calcetín dentro parece simbolizar la ausencia de tantos niños cuyas vidas fueron truncadas de la manera más cruel, pero cuyas huellas no desaparecerán gracias a este proyecto.

En las dependencias para conservadores e investigadores del Museo de Auschwitz, los equipos científicos fotografían, catalogan y describen minuciosamente cada uno de los zapatos.

No solo la historia detrás de ellos, sino también las distintas características físicas de cada pieza, como el material de que están hecho, la posible existencia de vestigios que permitan localizar a quién pertenecieron o incluso la existencia de inscripciones, hacen que se deba tratar a cada uno de los zapatos como a una pieza única y relevante.

Cada una de las historias detrás de estos pares de zapatos es un hilo más del tapiz de la Historia, debe ser conocida y recordada “para que jamás se repita,” concluye uno de los conservadores.

 “En este caso no se trata de restaurar, sino de conservar. Porque, al igual que no se puede cambiar la historia, lo mejor que podemos hacer es mostrarla tal como fue”, remachó.

 

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