¿De quién es la culpa?

¿De quién es la culpa?
El autor del artículo es periodista, profesor de Español y magíster en Educación.

El valor del corrector de estilo es indudable no solo en los medios de comunicación, sino en todas las instituciones del Estado y en las empresas privadas donde se redactan diariamente informaciones, avisos, mensajes y cartas, entre otros.

“Pase lo que pase, la culpa siempre será del corrector”, señala Pablo Valle, como una anécdota, en su manual teórico-práctico Cómo corregir sin ofender (Editorial Lumen, Buenos Aires,2001, pág.139).  Esta podría ser la consigna de los periódicos panameños y otros medios digitales, pero, desgraciadamente, no pueden culpar a éste porque ahora no cuentan ni siquiera con uno.

Y es que con la peregrina idea de que, con la eliminación del corrector, para no quebrar financieramente, el periódico se ahorrará una gran cantidad de dinero mensualmente, pero no sabe el mal que se hace a sí mismo y a los lectores.

Podría decirse que pase lo que pase, si ocurren disparates, la culpa siempre será del programa de corrección de la computadora o del grupo de redacción, que con frecuencia  escribe desatinos,  de los cuales dan muestras inequívocas todos los días.

El valor del corrector de estilo es indudable no solo en los medios de comunicación, sino en todas las instituciones del Estado y en las empresas privadas donde se redactan diariamente informaciones, avisos, mensajes y cartas, entre otros, para que el público reciba productos adecuados, o sea, bien escritos con todas las normas académicas. No hay otra forma de realizar este trabajo.

“La corrección es una necesidad, y se hace sí o sí. ¿Por qué, entonces, no hacerla como corresponde?”, afirma Valle. La corrección de textos es una necesidad inaplazable y nadie debe postergarla por el prurito de ahorrarse unos cuantos dólares.

No corregir los escritos periodísticos todos los días, por ejemplo, perpetúa el empleo muchas veces anormal del idioma español y muchos lectores lo asimilan como si fueran correctos.

En un periódico se lee la siguiente entrada de una noticia: “La ministra de Educación reconoció que las matemáticas son el dolor de cabeza de los estudiantes panameños, con un alarmante 24% de fracasos en la educación media. La cosa también es grave en español, donde hay un alto índice de fracasos en el sistema educativo”.

En este caso, el redactor de la noticia debió saber que la ministra solo puede informar sobre el problema de las matemáticas y el español y no reconocer el mal archisabido. Si el medio contara con un corrector de estilo, de seguro  aplicaría la lógica semántica y utilizaría un verbo más acorde con la situación.

También se deben tomar en cuenta no solo los aspectos ortográficos, morfológicos y sintácticos, que ya dan muchos problemas, sino  el semántico, el de los significados. La ministra no debe reconocer los problemas de la educación, pero sí actuar para que se minimicen.

La labor de un corrector no debe entenderse como el de un salvador del idioma, pero sí como el de un guía para mantener lo más apropiada posible la comunicación diaria. Es necesario restablecer la función del corrector en Panamá.

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