En el pequeño poblado de El Colte, ubicado en el municipio de Seclantás, los amantes de las artesanías encontrarán El Camino de los Artesanos, un sendero comercial mejorado en fechas recientes donde más de 20 familias y 70 artesanos viven y venden textiles tejidos a mano.
En los escarpados valles Calchaquíes del noroeste de Argentina, en la provincia de Salta, se encuentra una comunidad de tejedores que lleva generaciones produciendo algunos de los mejores ejemplos de ponchos y otros tejidos emblemáticos del país.
En el pequeño poblado de El Colte, ubicado en el municipio de Seclantás, los amantes de las artesanías encontrarán El Camino de los Artesanos, un sendero comercial mejorado en fechas recientes donde más de 20 familias y 70 artesanos viven y venden textiles tejidos a mano en puestos de adobe frente a casas de un solo piso.
El poncho, icónico del gaucho argentino, tiene sus orígenes en la cultura indígena andina, cuando se utilizaba para protegerse del frío y de la lluvia y servía como cobertor para dormir. Su estilo ha evolucionado a lo largo de los siglos para poseer motivos característicos y técnicas que pertenecen a las distintas regiones del país.
“Históricamente, Seclantás se conoce como la cuna del poncho salteño, un símbolo importante de nuestra historia, identidad cultural y artesanal”, comentó Fernando Escudero, cofundador de la agencia de viajes Autentica Salta, que suele traer a sus clientes a comprar a la comunidad artesanal. “Suelo regalar ponchos porque es muy representativo de nuestra cultura y porque duran toda la vida”.
María Fernanda Funes, secretaria de Cultura y Turismo de Seclantás, explicó que el poncho rojo y negro típico de Salta se creó en honor al general don Martín Miguel de Güemes y su ejército de gauchos que combatieron por la independencia de Argentina de la Corona española a principios del siglo XIX.
Esta larga tradición textil ha continuado hasta nuestros días entre las familias de El Colte, donde este arte ancestral se transmite entre generaciones. Cada aspecto del proceso sigue siendo tradicional, desde la manera en la que las fibras se tuercen a mano después de esquilarse de llamas y ovejas y luego, se tiñen con tintes vegetales naturales producidos de materias primas como las cáscaras de nuez, la resina del algarrobo, el betabel y el ceibo, un árbol que florece. Los diseños incluyen los ponchos tradicionales y las ruanas —que son similares a los ponchos, pero con el frente abierto—, así como los chales, los caminos de mesa, los tapetes y las frazadas.
“En la última década, la ruta artesanal, que siempre había estado ahí, ha ido cobrando popularidad en todo el país como un lugar donde se compran artesanías de gran calidad”, comentó Mauricio Abán, alcalde de Seclantás. Agregó que en 2016, la ciudad fue nombrada uno de los Seis Lugares Mágicos de esa provincia. El programa de desarrollo de turismo sustentable, patrocinado por el gobierno local y el Banco Interamericano de Desarrollo, otorgaron financiamiento que le permitió a la región mejorar sus ofertas turísticas.
En consecuencia, El Camino de los Artesanos pasó por un proceso de embellecimiento de 600.000 dólares, que remplazó el camino de terracería por uno pavimentado que minimiza el polvo que puede ensuciar las artesanías. Se instalaron banquetas, estacionamientos, luminarias y baños y se contrató a un arquitecto local para que mejorara el diseño de nueve propiedades de los artesanos con la finalidad de crear una estética unificada a lo largo del sendero. Cada casa se renovó para incluir un local al aire libre hecho de piedra y adobe, así como techos de paja bajo los cuales los artesanos ahora venden sus mercancías.
En años recientes, la tejedora local Paulina Canavides ha ayudado a popularizar esta ruta de artesanías, ya que ha ganado premios locales, regionales y nacionales con sus diseños.
En 2019, Canavides se llevó a casa el primer premio de La Exposición Rural en Palermo, Buenos Aires, la feria de comercio agrícola más importante de Latinoamérica que se celebra anualmente, donde su poncho de fibra de vicuña con lana ética de la Asociación de San Pedro de Nolasco de Los Molinos fue seleccionada como la mejor prenda artesanal de entre miles de piezas.
Canavides explicó que cada una de sus piezas es “un trabajo de amor y le dedico de ocho a diez horas al día durante 15 días para crear un poncho que está bien teñido, bien tejido, bien proporcionado y que es totalmente único”.
Con financiamiento del municipio de Seclantás, Canavides pudo construir un taller para su telar de cintura, así como un espacio para exhibir su amplia gama de artesanías, que incluyen los elegantes ponchos de lana de llama y oveja, frazadas, chales y bufandas. Canavides está más ocupada que nunca surtiendo pedidos a todo el país y planea realizar envíos internacionales en el futuro. Los clientes que visitan su puesto también pueden solicitar prendas a la medida, al seleccionar el diseño, el color y las medidas exactas.
Los precios varían dependiendo del tamaño, la complejidad y la fineza del tejido. Los ponchos de lana de llama (que son más suaves que los de lana de oveja) pueden costar desde 60.000 pesos argentinos (alrededor de 370 dólares), pero mencionó que los precios son inestables debido a la inflación.
“Crecí en esta casa y aprendí a hilar de mis padres y abuelos. En el pasado, tuvimos muchas dificultades para mantener a nuestra familia con el trabajo artesanal. Para poder vender nuestros productos, teníamos que viajar a la ciudad de Salta o a Buenos Aires”, recordó Canavides. “Pero ahora, con tantos viajeros que pasan por la ruta artesanal, vendo piezas desde la puerta de mi casa y puedo vivir bien de mis artesanías”.
Marcela Gonza y sus hermanas aprendieron a tejer desde pequeñas de su madre y sus abuelos, esta tradición se ha transmitido en su familia de generación en generación. Sus mesas de exhibición tienen pilas de varios estilos de ponchos (los “ponchitos” ligeros pueden costar desde 35.000 pesos argentinos), los rebozos (desde 17.000 pesos argentinos) y las alfombras (desde 19.000 pesos argentinos), también ofrece mochilas elaboradas con lana de llama y oveja.
“Para mí, nuestras artesanías simbolizan nuestra cultura: lo que somos, de dónde venimos y a dónde queremos ir”, explicó Gonza. “Es muy importante para mí, más allá de la economía, que nuestros clientes se vayan con algo que les gusta porque no solo están comprando un poncho o un chal, se llevan a casa una parte de nuestro patrimonio, nuestros corazones y nuestra identidad”, agregó.