El papa se reunió con algunas de las víctimas de este conflicto que dura años y que tiene en su origen el control por un territorio rico de minerales, de minas de diamantes, del coltán necesario para los aparatos electrónicos.
El papa Francisco no pudo ir a Goma, en el este de la República Democrática del Congo, a pesar de que estaba previsto porque en los últimos meses la violencia y los ataques se han recrudecido, pero las víctimas de la guerra acudieron hoy a Kinsasa para llevarle los machetes con los que los guerrilleros mataron a sus seres queridos.
En la nunciatura de la capital de la RDC, el papa se reunió con algunas de las víctimas de este conflicto que dura años y que tiene en su origen el control por un territorio rico de minerales, de minas de diamantes, del coltán necesario para los aparatos electrónicos.
Las víctimas relataron ante el papa sus terribles historias y le dejaron los machetes, los martillos, las armas que usan los milicianos que arrasan sus poblados.
“Me llamo Ladislas Kambale Kombi. Nací en Eringeti el 15 de julio de 2006. Soy agricultor. Mi hermano mayor fue asesinado. Mi padre fue asesinado en mi presencia, en Ingwe, hacia Kikungu, en el territorio de Beni, por hombres con pantalones y camisas militares. Desde mi escondite, vi cómo lo cortaban en pedazos, y luego colocaron su cabeza cortada en una cesta. Finalmente se fueron con mamá. No sabemos qué hicieron con ella”, fue uno de los testimonios.
“Por la noche, no puedo dormir. Es difícil entender tanta maldad, esta brutalidad casi animal”, agregó Kambale.
Y agregó: “Por eso pongo ante la Cruz de Cristo vencedor un machete igual al que mató mi padre” y a este gesto siguió el de Léonie Matumaini, un niño de la Escuela Primaria de Mbau, que dejó “un cuchillo igual al que mató a todos los miembros de mi familia en mi presencia y que me fue entregado por los verdugos, pidiéndome que la entregara a los soldados de las Fuerzas Armadas del República Democrática del Congo”.
La joven Bijoux Mukumbi Kamala, secuestrada y violada durante casi dos años por el comandante de uno de los grupos armados, donó al papa la alfombra donde dormía, “símbolo de mi miseria como mujer violada” y “la lanza igual a aquellas con que fueron atravesados los pechos de muchos de nuestros hermanos”.
Ante el papa, estos testigos de la violencia en el este del país que ha provocado millones de muertos durante décadas, pronunciaron una oración de perdón de sus agresores: “Dios nuestro, de quien tenemos nuestro ser y nuestra vida, hoy ponemos los instrumentos de nuestro sufrimiento bajo la cruz de tu Hijo. Nos comprometemos a perdonarnos unos a otros y a huir de todo camino de guerra y conflicto para resolver nuestras diferencias”.
“Te pedimos, Padre, que con tu gracia hagas de nuestro país, la República Democrática del Congo, un lugar de paz y de alegría, de amor y de paz, donde todos se amen y convivan en fraternidad”, suplicaron.
En su discurso, el pontífice les dijo: “Estoy cerca de ustedes. Sus lágrimas son mis lágrimas, su dolor es mi dolor. A cada familia en luto o desplazada a causa de poblaciones incendiadas y otros crímenes de guerra, a los sobrevivientes de agresiones sexuales, a cada niño y adulto herido, les digo: estoy con ustedes, quisiera traerles la caricia de Dios”.
El pontífice condenó “la violencia armada, las masacres, los abusos, la destrucción y la ocupación de las aldeas, el saqueo de campos y ganado, que se siguen perpetrando en la República Democrática del Congo. Y también la explotación sangrienta e ilegal de la riqueza de este país, así como los intentos por fragmentarlo para poderlo controlar”.