El funeral de Estado y el luto nacional, seguidos en directo en la televisión pública italiana, cierra la “era de Berlusconi”, aquel carismático político que ascendió en 1994 tras el colapso de la II República, el sistema político de la posguerra corroído por la corrupción.
Pocos personajes ha conocido Italia tan polémicos como el ex primer ministro Silvio Berlusconi, fallecido con 86 años este lunes, no obstante, hoy fue despedido con honores en un funeral de Estado en la catedral de Milán (norte) que reunió a las mayores autoridades del país y a su amplia dinastía.
En Italia parecía que nunca ocurriría, pero Berlusconi, el hombre que marcó las últimas tres décadas de política, aliñadas con todo tipo de controversias, el magnate que entraba cada día en la casa de los italianos con sus televisiones, ya forma parte de la historia.
Sus restos han sido velados de forma estrictamente privada en su villa de Arcore, en la periferia milanesa, pero tres días después de su muerte fueron acogidos y celebrados con un funeral por todo lo alto ante la plana mayor del Estado, como él habría querido.
UN ADIÓS CON HONORES
Esta tarde, su féretro cruzó en coche toda la ciudad hasta los pies del templo, donde esperaban sus cinco hijos, Marina, Pier Silvio, Barbara, Eleonora y Luigi, y su última novia, la diputada Marta Fascina, que lloraba desconsolada.
El ataúd, trasladado después en procesión escoltado, recibió las honras de un piquete del Ejército de tierra, la Marina y la Aeronáutica, mientras las banderas de la plaza -y de todo el país- ondeaban a media asta.
En la calle, cerrada con verjas, miles de seguidores del empresario que aguardaban desde primera hora pese al calor de justicia rompieron en vítores en cuanto el coche fúnebre irrumpió en el lugar.
“Un presidente, solo hay un presidente”, coreaban cientos de apasionados del fútbol, agradecidos por las decenas de trofeos que conquistó con el Milan.
UNA “VIUDA” DESCONSOLADA
Dentro del templo esperaban más de 2.000 almas, entre políticos -tanto aliados como opositores-, empresarios, representantes de los órganos constitucionales, autoridades nacionales y europeas y el presidente de la República, Sergio Mattarella.
El ataúd fue llevado ante el altar del templo y puesto sobre el suelo, decorado con flores blancas y rojas, que con sus hojas verdes formaban la bandera italiana, y una foto oficial del político.
A pocos metros, en primera fila, lloraba desconsolada Fascina, medio siglo más joven y que le ha acompañado durante su enfermedad, la leucemia, y hasta el final.
A su lado se sentaban los cinco hijos del magnate, empezando por su primogénita, Marina, presidenta de la sociedad de cartera familiar, Fininvest, que dedicó alguna caricia sobre el hombro a la “viuda”.
Así como Pier Silvio, responsable del emporio televisivo Mediaset, ambos frutos de su primer matrimonio con Carla Dall’Oglio, y los tres más discretos, Bárbara, Eleonora y Luigi, tenidos con la actriz Veronica Lario, quien una fila más atrás cuidaba de los quince nietos del político.
Muy cerca se vio a la primera ministra, Giorgia Meloni, apoyada por una coalición de partidos derechistas de la que formaba parte el de Berlusconi, Forza Italia, y el aliado de ambos y vicepresidente, Matteo Salvini.
Entre los asistentes estuvo el comisario europeo para la Economía y ex primer ministro italiano, Paolo Gentiloni, y el primer ministro húngaro, Viktor Orban.
SOLO UN HOMBRE
Ante todos ellos, ante el mismísimo poder político reunido bajo los arcos góticos del templo, la homilía de monseñor Delpini recordó lo fútil de la existencia humana, desnudándola de los oropeles del éxito o la popularidad.
“Berlusconi fue a buen seguro un hombre político, un hombre de negocios, un personaje notorio, pero en este momento de despedida y oración, ¿qué podemos decir de él? Que fue un hombre. Fue un deseo de vida, de amor y de alegría. Esto es lo que podemos decir de él, que fue un hombre que ahora se encontrará con Dios”, proclamó.
LA ALARGADA SOMBRA DEL DIFUNTO
El funeral de Estado y el luto nacional, seguidos en directo en la televisión pública italiana, cierra la “era de Berlusconi”, aquel carismático político que ascendió en 1994 tras el colapso de la II República, el sistema político de la posguerra corroído por la corrupción.
Pero al mismo tiempo abre una página incierta sobre su imperio empresarial y político.
En primer lugar, deberá aún esclarecerse el futuro de un ingente patrimonio de más de 6.000 millones de euros entre las compañías de Fininvest, como la televisión Mediaset, o el club de fútbol Monza, además de numerosas propiedades y villas por todo el país.
Pero su larga sombra seguirá también marcando cierto compás en la política nacional porque nadie sabe qué ocurrirá con su partido, Forza Italia, con el que convenció al 8% de los italianos en las generales del año pasado y que, a día de hoy, está huérfano de líder.
La formación no pasa sus mejores momentos, de hecho, ha perdido una enorme influencia en los últimos tiempos, pero su estabilidad es importante para Meloni.
Quizá por eso, nada más conocerse su defunción, la primera ministra corrió a prometer que su Gobierno sobreviviría, que sacaría adelante los objetivos que se había marcado con el viejo Silvio, siempre con la mente puesta en el poder, hasta su último aliento.