La nueva guerra en contra de la mala calidad del aire

La nueva guerra en contra de la mala calidad del aire
Foto: Neal Boenzi, The New York Times. Esmog en el distrito de Manhattan de Nueva York el Día de Acción de Gracias, el 24 de noviembre de 1966.

En enero de 1912, en lo más duro del invierno de Nueva York, se inauguró un complejo de apartamentos poco común en el lado este de la ciudad.

El complejo East River Homes fue diseñado para ayudar a las familias pobres a protegerse de la tuberculosis —una temible enfermedad que se transmite por el aire— al darle un giro a las viviendas oscuras y mal ventiladas. Los pasillos llevaban desde la calle a espaciosos patios interiores, donde las escaleras al aire libre llegaban a cada apartamento. Las ventanas de piso a techo daban a balcones donde los residentes enfermos podían dormirse. Las azoteas atraían al exterior a los inquilinos al tener pórticos cubiertos y sillas reclinables sobre las cuales convalecían los pacientes con tuberculosis.

“Se cree que este tipo de vivienda no solo sirve como una ayuda eficiente en el tratamiento concreto de casos de tuberculosis inicial, sino que un beneficio todavía mayor será su incidencia como medida de prevención”, escribió Henry Shively, quien dirigía una clínica de tuberculosis y desarrolló la idea del complejo.

Una de las lecciones fundamentales de la pandemia de COVID-19 es que el aire fresco es importante. Pese a que al principio las autoridades estaban renuentes a reconocer que el coronavirus de transmitía por aire, pronto fue evidente que el virus se propagaba con facilidad a través del aire del interior. Cuando la pandemia se prolongó, los especialistas comenzaron a exhortar a los administradores de inmuebles a que aumentaran sus sistemas de ventilación y a los estadounidenses a que dejaran las ventanas abiertas. El mensaje era que un edificio bien ventilado podía ser una defensa contra la enfermedad.

No era una idea novedosa. Hace más de un siglo, cuando las enfermedades infecciosas asolaban las ciudades de Estados Unidos y Europa, los reformadores de la salud pública pregonaban el poder de la ventilación y comenzaron a aparecer casas, hospitales y escuelas al aire libre en Nueva York, Londres y otros lugares a ambos lados del Atlántico.

Pero durante el siglo pasado, la sociedad abandonó esa idea. Los avances científicos hicieron que los virus fueran problemas que se podían resolver a nivel individual y biomédico con medicamentos y vacunas y no a través de infraestructura o cambios de la sociedad. Los horizontes se llenaron de torres con aires acondicionados. Una crisis energética alentó a los ingenieros a sellar herméticamente las estructuras. Y, para cuando llegó el coronavirus, los estadounidenses pasaban los días en escuelas, oficinas y casas que casi no recibían oxígeno.

 

Foto: Lewis Hine, vía Biblioteca del Congreso vía The New York Times. Muestra una vivienda de vecindad en Elizabeth Street en el distrito de Manhattan de Nueva York en 1912. Hace un siglo, un edificio bien ventilado podía ser un baluarte contra las enfermedades, pero con la llegada de COVID-19, cuando los edificios apenas podían respirar, los estadounidenses ganaron una renovada apreciación de los beneficios para la salud del aire limpio.

“Así que contraemos un virus que se propago casi por completo en el interior y se topa contra nuestra infraestructura de construcción que sabemos que no está diseñada para proteger la salud”, señaló Joseph Allen, experto en edificios saludables en la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard.

Tres años después, muchos estadounidenses tienen una nueva valoración, ganada a pulso, de los beneficios que tiene aire limpio para la salud. Pero a algunos especialistas les preocupa que las lecciones no se aprendan. La emergencia de salud pública del COVID ya ha terminado y la atención de la población se ha puesto en otras amenazas que se transmiten por el aire, como el cáustico humo de los incendios forestales que en fechas recientes ha asfixiado a muchas ciudades del este. Debido a estos acontecimientos, podría ser tentador volver a sellar nuestros edificios.

Según los especialistas, eso sería un error, sobre todo en una era en la que con seguridad habrá más pandemias y crisis de la calidad del aire. Ellos afirman que, con el fin de estar mejor preparados para el futuro, tendremos que evitar las equivocaciones del pasado.

“Hay una verdadera historia de olvido, sobre todo en Estados Unidos”, comentó Sara Jensen Carr, una arquitecta de la Universidad del Noreste que estudia el vínculo entre el diseño y la salud. “Creo que estamos a punto de volver a olvidar la importancia del aire fresco”.

Foto: Robert Wright, The New York Times. Uno de los patios interiores de East River Homes, un antiguo complejo de apartamentos diseñado para ayudar a las familias pobres a protegerse de la tuberculosis a principios del siglo XX, en Nueva York, el 29 de abril de 2017.

Un buen suministro de aire fresco

En la ciudad del siglo XIX, las enfermedades infecciosas —tuberculosis, cólera, viruela, fiebre amarilla, tifoidea— eran un peligro constante. Muchos aspectos del inmundo entorno urbano, con sus alcantarillas desbordantes y la falta de agua limpia para beber, propiciaban estos brotes. Pero también tenía la culpa la mala ventilación.

En las infames viviendas de la ciudad de Nueva York, muchas de las habitaciones no tenían ventanas al exterior y, en ocasiones, los edificios estaban tan juntos que una ventana abierta no ofrecía mucho viento. Las condiciones eran especialmente sombrías en los apartamentos de los sótanos. “Su ambiente fétido y húmedo, como de sepulcro, al que nunca le llegaba el aire puro ni la luz solar era un mejor recipiente para los muertos que para los vivos”, escribió en un informe de 1853 la Asociación para Mejorar las Condiciones de los Pobres.

La teoría microbiana todavía no había alcanzado la aceptación generalizada; más bien, la teoría tradicional de la miasma sostenía que la enfermedad era el resultado del “aire de mala calidad”. Así que los reformadores sanitarios comenzaron a exigir la renovación de los espacios urbanos, como las mejoras de la ventilación. “Un buen suministro de aire puro, a una temperatura adecuada, es el primer requisito para la salud en todos los lugares”, escribió en un informe publicado en 1865 la Asociación de Ciudadanos de Nueva York.

Nueva York emprendió una variedad de reformas, entre ellas, limitar los apartamentos no ventilados y subterráneos, exigir ventanas al exterior y proporcionar más espacio entre los edificios. Otras ciudades y estados elaboraron nuevos códigos de construcción y criterios de ventilación. “La ventilación va junto con la piedad”, declaró el presidente de la Sociedad Estadounidense de Ingenieros de Calefacción y Ventilación en 1895 durante la reunión anual de esta organización.

Reformas parecidas también entraron en marcha en los hospitales gracias, en parte, al trabajo militante de Florence Nightingale, la enfermera británica que estuvo apostada en un sucio hospital militar durante la guerra de Crimea en 1854. Esta enfermera, quien creía en el poder curativo del “aire del exterior”, ayudó a popularizar los hospitales con pabellones, mismos que contaban con salas largas y angostas que tenían una hilera de ventanas grandes y abiertas a lo largo de cada muro.

 

Todo el edificio está diseñado para favorecer el movimiento de aire fresco”, señaló Annmarie Adams, una historiadora de arquitectura en la Universidad McGill.

El aire del exterior llegó a ser una parte del régimen de tratamiento para la tuberculosis, cosa que motivó el diseño de los sanatorios y propició un movimiento de escuelas al aire libre que promovía que los alumnos asistieran a clases en las azoteas, tiendas de campaña y ferris.

Normas mínimas

Hoy en día, en Estados Unidos, la Sociedad Estadounidense de Ingenieros de Calefacción, Refrigeración y Aire Acondicionado (o ASHRAE, por su sigla en inglés) establece normas de la calidad del aire en interiores ampliamente utilizadas y especifica los índices mínimos de ventilación. Según los expertos, en la práctica, estos índices rigen la manera en que se diseñan los edificios y no cómo son gestionados en el día a día, y muchas estructuras proporcionan menos aire puro del que fueron diseñadas para ofrecer.

Las normas definen que la calidad del aire aceptable en interiores es el aire que no contiene niveles “nocivos” de “contaminantes conocidos” y con los cuales están satisfechos al menos el 80 por ciento de residentes. Pero no se enfocan en las enfermedades infecciosas.

“No dice nada acerca de ‘¿Este nivel de la calidad del aire nos protege del riesgo de contraer alguna infección cuando haya influenza estacional o alguna nueva epidemia como el COVID?’”, comentó William Bahnfleth, ingeniero de construcciones en la Universidad Estatal de Pensilvania y presidente del grupo de trabajo de ASHRAE para las epidemias.

Eso, finalmente, está cambiando. ASHRAE está desarrollando una nueva norma enfocada en reducir el contagio de los virus que se transmiten por el aire para aplicarla tanto en los edificios nuevos como en los ya existentes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *