La historia ha demostrado que la concentración del desarrollo de la inteligencia artificial en manos de dos poderosas empresas conducirá a que la tecnología se despliegue de formas que perjudicarán a la humanidad.
Los gigantes de la tecnología Microsoft y Alphabet/Google se han hecho con una gran ventaja en la configuración de nuestro futuro que posiblemente esté dominado por las inteligencias artificiales. No son buenas noticias. La historia nos ha demostrado que cuando la distribución de información se deja en manos de unos cuantos, el resultado es la opresión política y económica. Si no intervenimos, esta historia se repetirá.
En tan solo unos meses, Microsoft batió récords de velocidad con la incorporación de ChatGPT, una forma de inteligencia artificial generativa en la que planea invertir 10.000 millones de dólares, como una marca conocida. Y el mes pasado, Sundar Pichai, director ejecutivo de Alphabet/Google, dio a conocer una serie de herramientas de inteligencia artificial, que incluyen herramientas para correo electrónico, hojas de cálculo y la redacción de todo tipo de textos. Aunque se debate si la reciente decisión de Meta de regalar su código informático para la inteligencia artificial acelerará su progreso, la realidad es que todos los competidores de Alphabet y Microsoft siguen muy rezagados.
El hecho de que estas empresas estén intentando superarse entre sí en ausencia de salvaguardas impuestas externamente, debería darnos al resto de nosotros aún más motivos para preocuparnos, dado el potencial de la inteligencia artificial para hacer mucho daño a los empleos, la privacidad y la ciberseguridad. Las carreras armamentistas sin restricciones no suelen acabar bien.
La historia ha demostrado una y otra vez que el control sobre la información es fundamental para saber quién tiene el poder y qué puede hacer con él. En los albores de la escritura en, la mayoría de los escribas eran los hijos de las familias de la élite, sobre todo porque la educación era cara. En la Europa medieval, el clero y la nobleza tenían muchas más probabilidades de saber leer y escribir que el pueblo raso y para reforzar su posición social y su legitimidad.
Las tasas de alfabetización aumentaron a la par de la industrialización, aunque quienes decidían lo que se publicaba en los periódicos y lo que se podía decir en la radio, y luego en la televisión, tenían un enorme. Pero con el auge del conocimiento científico y la difusión de las telecomunicaciones llegó una época de múltiples fuentes de información y muchas formas distintas de procesar los hechos y razonar las implicaciones. El acceso a la información sobre el mundo exterior debilitó y, en última instancia, ayudó a destruir el control soviético sobre Polonia, Hungría, Alemania Oriental y el resto de su antigua esfera de influencia.
A partir de la década de 1990, el internet ofreció formas aún más baratas de manifestar nuestras opiniones. Pero con el tiempo, los canales de comunicación se concentraron en unas cuantas manos incluido Facebook, cuyo algoritmo exacerbó la polarización política y en algunos casos bien documentados también avivó las llamas del odio étnico. En regímenes autoritarios, como el de China, las mismas tecnologías se han convertido en herramientas de control totalitario.
Con el surgimiento de la inteligencia artificial, estamos a punto de retroceder aún más
Parte de esto tiene que ver con la naturaleza de la tecnología. En lugar de evaluar múltiples fuentes, la gente confía cada vez más en que la tecnología emergente proporcione una respuesta singular y supuestamente definitiva. No hay una manera fácil de acceder a las notas a pie de página o a los enlaces que permiten a los usuarios explorar las fuentes subyacentes.
Esta tecnología está en manos de dos empresas cuya filosofía está enraizada en la noción de “máquinas inteligentes”, que hace énfasis en la capacidad de las computadoras de superar a los humanos en actividades específicas. Deep Mind, una empresa ahora propiedad de Google, está orgullosa de desarrollar algoritmos que pueden vencer a expertos humanos en juegos como el ajedrez y el Go.
Como era lógico, esta filosofía se vio amplificada por una reciente (mala) idea económica según la cual el único objetivo de las empresas debe ser maximizar la riqueza de los accionistas a corto plazo. Estas ideas combinadas están consolidando la noción de que las aplicaciones más productivas de la inteligencia artificial sustituyan al ser humano. Por ejemplo, eliminar a los dependientes de las tiendas de comestibles en favor de los quioscos de autopago hace muy poco por la productividad de los que siguen empleados, además de molestar a muchos clientes. Pero permite despedir a los trabajadores e inclinar aún más la balanza de poder a favor de los gerentes.
Creemos que la revolución de las inteligencias artificiales podría incluso marcar el comienzo de las oscuras profecías previstas por Karl Marx hace más de un siglo. El filósofo alemán estaba convencido de que el capitalismo conducía de manera natural a la propiedad monopolística de los “medios de producción” y que los oligarcas utilizarían su influencia económica para dirigir el sistema político y mantener a los trabajadores en la pobreza.
Por fortuna, Marx se equivocó en la era industrial del siglo XIX en que le tocó vivir
Las industrias emergieron mucho más rápido de lo que esperaba y las nuevas empresas disrumpieron la estructura del poder económico. Se desarrollaron poderes sociales compensatorios en forma de sindicatos y representación política auténtica para una amplia franja de la sociedad. Y los gobiernos desarrollaron la capacidad de regular los excesos industriales. El resultado fue una mayor competencia, salarios más altos y democracias más sólidas.
Hoy, esas fuerzas compensatorias o no existen o están muy debilitadas. La inteligencia artificial generativa requiere contrapesos aún más profundos que las fábricas textiles y las acereras. En consecuencia, la mayoría de sus oportunidades evidentes ya cayeron en manos de, con su capitalización de mercado de 2,4 billones de dólares y el valor de 1,6 billones de dólares.
Al mismo tiempo, poderes como los sindicatos se han debilitado a causa de 40 años de ideología de desregulación (Ronald Reagan, Margaret Thatcher, los dos Bush e incluso Bill Clinton). Por el mismo motivo, la capacidad del gobierno estadounidense para regular algo más grande que un minino se ha diezmado. La polarización extrema, el miedo a matar a la gallina de los huevos de oro (donantes) o a socavar la seguridad nacional hacen que la mayoría de los miembros del Congreso sigan prefiriendo hacerse de la vista gorda.
Para evitar que los monopolios de los datos nos arruinen la vida, necesitamos movilizar un poder compensatorio efectivo y rápido.
El Congreso necesita afirmar los derechos de propiedad individual sobre los datos subyacentes en los que se basa la creación de los sistemas de inteligencia artificial. Si la gran inteligencia artificial quiere utilizar nuestros datos, queremos algo a cambio para abordar los problemas que definan las comunidades y aumentar la productividad real de los trabajadores. Más que máquinas inteligentes, lo que necesitamos son “máquinas útiles” que enfaticen la capacidad de las computadoras para aumentar las capacidades humanas. Esta sería una dirección mucho más fructífera para aumentar la productividad. Empoderar a los trabajadores y reforzar la toma de decisiones humanas en el proceso de producción, también fortalecería las fuerzas sociales que pueden hacer frente a las grandes empresas tecnológicas. También exigiría una mayor diversidad de enfoques para las nuevas tecnologías, haciendo así más mella en el monopolio de la gran inteligencia artificial.
También necesitamos una regulación que proteja la privacidad y haga retroceder el capitalismo de vigilancia o el uso generalizado de la tecnología para monitorear lo que hacemos, incluso si cumplimos con el comportamiento “aceptable”, tal y como lo definen los empleadores y cómo la policía interpreta la ley, y que ahora puede ser evaluado en tiempo real por la inteligencia artificial. Existe el peligro real de que se utilice la inteligencia artificial para manipular nuestras elecciones y trastocar nuestra vida.
Por último, necesitamos un sistema escalonado para los impuestos corporativos, de modo que las tasas impositivas sean más altas para las empresas cuando obtengan más beneficios en términos de dólares. Un sistema tributario de este tipo haría que los accionistas presionaran a los titanes tecnológicos para que se dividieran, y así reducir su tasa impositiva efectiva. Una mayor competencia ayudaría, ya que crearía una diversidad de ideas y más oportunidades para desarrollar una dirección a favor del ser humano para las tecnologías digitales.
Si estas empresas prefieren no dividirse, el elevado impuesto sobre sus beneficios puede financiar bienes públicos, en particular la educación, que ayudarán a las personas a hacer frente a las nuevas tecnologías y apoyarán una dirección más prohumana para la tecnología, el trabajo y la democracia.
Nuestro futuro no debería quedar en manos de dos corporaciones poderosas que construyan imperios globales todavía mayores con base en el uso de nuestros datos colectivos sin escrúpulos y sin compensación.