Ante la salida de la población católica y la inestabilidad política, esta romería se abandonó en la década de los sesenta para retomar en 2017 aunque de manera más humilde: el trayecto hasta el mar se limita ahora a las inmediaciones del templo.
Cientos de fieles y curiosos asistieron este martes en la capital tunecina a la procesión de Nuestra Señora de Trapani, que toma su nombre de la ciudad homónima italiana, y que cuenta con más de un siglo de tradición a la que sus herederos se aferran con orgullo.
La ciudad costera de la Goleta, conocida en el pasado como la “Pequeña Sicilia”, fue ejemplo de la diversidad cultural y religiosa y su legado está más vivo que nunca: hoy celebra misa recitada en francés por el arzobispo italiano, Ilario Antoniazzi, en una iglesia católica de un antiguo barrio judío de un país de mayoría musulmana y acompañado del ritmo de devotos del África subsahariana.
Aida, originaria de esta localidad y de familia musulmana, trae flores a la virgen, como hacía su abuela, y enciende media decena de velas para pedir la protección de los suyos.
“El 15 de agosto forma parte de mi vida, si no puedo venir tengo la impresión que algo malo me va a ocurrir, es mi amuleto. El año pasado no estaba en Túnez, pero pude acudir a una iglesia en Roma para cumplir con la tradición”, relata esta vecina.
Ante la salida de la población católica y la inestabilidad política, esta romería se abandonó en la década de los sesenta para retomar en 2017 aunque de manera más humilde: el trayecto hasta el mar se limita ahora a las inmediaciones del templo.
Este año, sin embargo, la virgen recorrió varios cientos de metros en un intento por ganar más terreno y hacer de esta procesión el gran evento que fue en su día, señala un miembro de la organización.
La parroquia de San Agustín y San Fidel, construida en 1848, se encuentra discretamente entre bloques de viviendas y frente a un gran mural en homenaje a la célebre actriz Claudia Cardinale, a la que le gusta definirse como “una tunecina en Italia y una italiana en Túnez”.
Entre el siglo XIX y XX, hasta 100.000 italianos se instalaron en el país magrebí, entonces bajo protectorado francés, de los cuales el 90% eran sicilianos y llegaron a representar el 10% de la población total, explicó el investigador Alfonso Campisi.
Los préstamos en el dialecto árabe, la cocina- siendo Túnez el segundo consumidor de pasta del mundo- y la arquitectura entre otros, han marcado para siempre este patrimonio, como relata en su documental “Sicilianos de África, Túnez tierra prometida”.
“Los italianos huían de la miseria y eran mano de obra barata en Túnez, a donde llegaban en pequeñas embarcaciones como vemos hoy en día en sentido contrario. La historia se repite”, afirma este trapanés que lleva 25 años viviendo en el país y critica un sistema “injusto y humillante” de visados que coarta la libertad de movimiento de los tunecinos.
Según el último informe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), de las 70.000 llegadas de migrantes este año a la costa italiana- que se encuentra a apenas 130 kilómetros de distancia- 37.700 lo hicieron desde Túnez en pateras, en su mayoría subsaharianos.
El arzobispo Antoniazzi no es ajeno a esta realidad y lamenta durante la eucaristía cómo la migración ve erróneamente a Europa como “El Dorado” e invita a los jóvenes a trabajar para mejorar su patria.
“Cristianos, musulmanes y judíos viajamos en el mismo barco, que debe llegar a buen puerto: la prosperidad de este país”, insiste el religioso, mientras lanza una última oración a la Madona de Trapani, protectora de los migrantes.