Estados Unidos ha alcanzado un hito en la larga lucha contra el COVID-19: la cantidad total de estadounidenses que mueren cada día —por cualquier causa— ya no es históricamente anormal.
El exceso de mortalidad, como se le conoce a esta cifra, ha sido una medida importante del verdadero impacto del COVID-19 porque no depende de la turbia atribución de las muertes a una causa específica. Incluso si el COVID-19 está siendo infradiagnosticado, la estadística de exceso de mortalidad puede capturar sus efectos. La estadística también capta los efectos indirectos del COVID-19, como el incremento de accidentes automovilísticos, muertes por armas de fuego y muertes por falta de tratamientos médicos durante la pandemia.
Durante las peores fases del COVID-19, el número total de estadounidenses que morían a diario era más de un 30 por ciento más alto de lo normal, un aumento impactante. Durante largos períodos de los últimos tres años, el exceso estuvo por encima del 10 por ciento. Pero en los últimos meses, el exceso de mortalidad se ha reducido casi a cero, según tres mediciones diferentes.
La Human Mortality Database estima que una cantidad de estadounidenses un poco menor de lo normal ha fallecido desde marzo, mientras que la revista The Economist y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) sitúan el exceso de mortalidad por debajo del uno por ciento.
Después de tres años espantosos, en los que el COVID-19 ha matado a más de un millón de estadounidenses y ha transformado partes de la vida cotidiana, el virus se ha convertido en una enfermedad común.
La historia es similar en muchos otros países, aunque no tan positiva.
El poder de la inmunidad
El progreso se debe principalmente a tres factores:
— Primero, alrededor de tres cuartas partes de los adultos estadounidenses han recibido al menos una dosis de la vacuna.
— Segundo, más de tres cuartas partes de los estadounidenses se han contagiado de COVID-19, lo que les proporciona inmunidad natural contra futuros síntomas. (Cerca del 97 por ciento de los adultos se encuentran en al menos una de esas dos primeras categorías).
— En tercer lugar, los tratamientos posteriores a la infección, como Paxlovid, que pueden reducir la gravedad de los síntomas, han estado ampliamente disponibles desde el año pasado.
Casi todas las muertes se pueden prevenir”, afirmó Ashish Jha, quien hasta hace poco fue el principal asesor sobre COVID-19 del presidente Joe Biden. “Estamos en un punto en el que casi todos los que están al día con sus vacunas y reciben tratamiento si tienen COVID-19, rara vez terminan en el hospital y casi nunca mueren”.
Eso también es así para la mayoría de las personas de alto riesgo, señaló Jha, incluidos los adultos mayores —como sus padres, que tienen más de 80 años— y las personas cuyo sistema inmunitario está comprometido. “Incluso para la mayoría, no todas, pero la mayoría de las personas inmunocomprometidas, las vacunas siguen siendo bastante efectivas para prevenir enfermedades graves”, aseguró. “Ha habido mucha información errada que afirma que de alguna manera, si estás inmunocomprometido, las vacunas no funcionan”.
El hecho de que el exceso de mortalidad haya caído a casi cero ayuda a aclarar este punto: si el COVID-19 siguiera siendo una amenaza grave para un gran número de personas, se vería en los datos.
Creo que un punto de confusión ha sido la manera en que muchos estadounidenses —incluidos nosotros en los medios— hemos hablado sobre las personas inmunocomprometidas. Son un grupo más diverso de lo que a menudo se imagina en una conversación casual.
La mayoría de las personas inmunocomprometidas tienen poco riesgo adicional de padecer COVID-19, incluso las personas con afecciones graves como esclerosis múltiple o antecedentes de muchos tipos de cáncer. Un grupo mucho más pequeño, como las personas que han recibido trasplantes de riñón o que están recibiendo quimioterapia activa, enfrentan mayores riesgos.
‘Con’ versus ‘por’
Para mayor claridad, el número de víctimas del COVID-19 no se ha reducido a cero. El sitio web principal de COVID-19 de los CDC estima que han fallecido alrededor de 80 personas por día a causa del virus en las últimas semanas, lo que equivale a aproximadamente el uno por ciento de las muertes diarias en general.
Es probable que la cifra oficial sea una exageración porque incluye a algunas personas que tenían el virus cuando murieron, aunque no haya sido la causa subyacente de su muerte. Otros datos de los CDC sugieren que casi un tercio de las muertes oficiales recientes por COVID-19 han caído en esta categoría. Un estudio publicado en la revista Clinical Infectious Diseases llegó a conclusiones similares.
Aun así, algunos estadounidenses siguen muriendo a causa del COVID-19. “No conozco a nadie que piense que vamos a erradicar el COVID-19”, afirmó Jha.
Shira Doron, directora de control de infecciones de la Facultad de Medicina de la Universidad Tufts en Massachusetts, aseveró que “la edad es claramente el factor de riesgo más importante”. Las víctimas de COVID-19 son mayores y, desproporcionadamente, no están vacunadas. Dada la politización de la vacunación, las víctimas recientes también son desproporcionadamente republicanas y blancas.
Estados Unidos ha alcanzado un hito en la larga lucha contra el COVID-19: la cantidad total de estadounidenses que mueren cada día —por cualquier causa— ya no es históricamente anormal.