La orgullosa artesana santeña reconoció que confeccionar sombreros es su vida. Al paso aclaró que no lo hace por dinero, sino por puro amor.
Si todo empieza con un recuerdo de la infancia, el primero que tiene Nely María Vargas es el de un sombrero de junco. La mejor escena del día en su infancia era cuando su madre se balanceaba en una mecedora a tejer. Ella se acurrucaba a sus pies para observar con detalle todo el proceso.
Le fascinaba cómo su madre convertía la paja de una planta silvestre (junco) en finas trenzas. Luego, con la ayuda de una horma (molde de madera), les daba forma a esas trenzas hasta elaborar un hermoso sombrero de color amarillo.
Doña Nely, de 62 años y beneficiaria del programa Ángel Guardián del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES), tiene su taller en un rinconcito de su casa, ubicado en el corregimiento de La Tiza, un pueblo de artesanos de la provincia de Los Santos, donde sus residentes, en su mayoría personas mayores, viven una vida modesta en sus casas hechas de quinchas.
Hace nueve años, un tumor en la columna le redujo la movilidad a Nely en sus piernas. Para movilizarse debe utilizar una silla de ruedas. Fue desahuciada, pero sobrevivió al cáncer tras superar varias sesiones de quimioterapia. También superó un aneurisma, una isquemia y una trombosis.
A pesar de su discapacidad, se niega a quedarse quieta en su silla de ruedas. Nely es tenaz, perseverante, decidida y una apasionada por la cultura. Ella no teje simples fibras de junco… teje cultura, herencia y tradición.
Su hija, quien lleva con orgullo su mismo nombre, describe a su madre como una mujer aguerrida y luchadora, que ama cada minuto de la vida y que tiene una conexión especial con los sombreros.
“Le contaré algo curioso que me pasó con mi madre. Cuando ella guardaba reposo en casa por las enfermedades que padecía, tomaba la paja de junco para tejerlas. Casi no tenía movilidad en las manos, pero ella insistía, insistía hasta que confeccionaba las trenzas. Le dije que no lo hiciera, que no era bueno para su salud, pero luego comprendí que para ella era una terapia, porque con el tiempo recuperó la movilidad en sus manos”, relató.
La orgullosa artesana santeña reconoció que confeccionar sombreros es su vida. Al paso aclaró que no lo hace por dinero, sino por puro amor.
Aseguró que laborar una pieza es laborioso y consume mucho tiempo de trabajo. Puede tomar hasta siete meses, dependiendo de cuántas vueltas tenga el sombrero.
“De que vale tejer rápido, si luego queda feo el sombrero, es mucho mejor tejerlo despacio, sin apuros. En este trabajo la paciencia lo es todo”, acotó.
Además, hay que recordar que todo el proceso es hecho a mano. Al confeccionar las trenzas, lo primero que se teje es la plantilla, luego viene la copa y por último el ala, que solo se logra con una técnica depurada, que hace que cada sombrero sea una pieza única.
La historia que guarda el sombrero de junco
El folclorista Olmedo Guillén explicó que el sombrero de junco era utilizado en las faenas de campo.
“Era un sombrero de trabajo, que ayudaba a repeler el sol y el calor en los días donde los hombres se ganaban la vida en el ‘monte’, donde pasaban largas horas”, destacó Guillén.
Para el folclorista, esta hermosa artesanía es un símbolo de la cultura panameña y constituye uno de los accesorios folklóricos más antiguos en la historia de la República.
“El sombrero de junco pregona orgullo, identidad y sobre todo cultura”, enfatizó.
Hoy, la realidad es que la confección del sombrero de junco se desvanece con el tiempo. Tanto Nely como Guillen coinciden que son pocos los que lo elaboran, quizás por el tiempo que demanda confeccionar una pieza. Algunos solo tejen las trenzas.
Ante este panorama, Nely hace un llamado a mantener la tradición de sus ancestros. Por eso asegura que, mientras tenga fuerzas, seguirá entrelazando simétricamente las fibras de junco.
Hay un valor incalculable en cada sombrero. En el 2020, uno de los sombreros de Nely fue galardonado en el Concurso del Sombrero del Festival Nacional de la Pollera, que se realiza en la ciudad de Las Tablas en julio de cada año. También el colegio Modelo Presidente Porras le otorgó un pergamino de honor al mérito por su aporte al folclor nacional.
En su pueblo natal, a Nely la reconocen como una artesana experimentada, diestra en estos menesteres. A pesar de que solo cursó el sexto grado, imparte cátedra en el arte de confeccionar sombreros.