Todos los sectores tenemos que ponernos de acuerdo en una hoja de ruta. No hay tiempo que perder, Dios quiera que volvamos cuanto antes a la normalidad. Seguir en las calles es profundizar en el error. Como reza nuestro himno, “al trabajo sin más dilación”.
El país está sumido en una gran crisis. Dios sabrá cómo va a terminar este gran lío. Para muchos, lo de la mina fue el detonante. No sería extraño pensar que los ciudadanos están cansados por la pobre actuación de nuestros funcionarios públicos.
Poca transparencia en el manejo de sus funciones, muchos cuestionamientos lógicos que apuntan a actos de corrupción en ciertas instituciones, mala asignación de los recursos del Estado, porque pareciera que se olvidan que dichos fondos provienen de los ciudadanos y empresas que pagan impuestos. Hay que poner un alto al despilfarro y a la ineficiente asignación de dichos recursos.
Para nadie es un secreto que un poco más de lo que nos aporta el Canal se destina a financiar a los más necesitados de Panamá. Esos fondos van destinados, en gran medida, a los sectores más pobres. Sin embargo, ha llegado la hora que los panameños empecemos a reflexionar. Seguir por ese camino no necesariamente significa que vamos a lograr el objetivo. Es decir, sacar a los más necesitados de la pobreza.
Pensemos, porque lo regalado pudiera estar produciendo el efecto contrario. Siempre nos han enseñado que a la gente, es mejor facilitarles la caña que regalarles el pescado. Entonces, reitero, tenemos que reflexionar. Esas dádivas, que en cierta medida hay que otorgarle a ciertos sectores marginados, podrían estar creando una sociedad ajena y no productiva.
Tal es el caso de nuestros hermanos originarios. Sabemos que cuentan con un porcentaje significativo del territorio nacional y lo que tenemos que preguntarnos es, ¿qué producen? ¿Cuánto están aportando al desarrollo de la nación para que todos podamos sentir que lo que reciben de nuestros impuestos tiene una justificación racional?
Entonces, tocará medir eso porque ya el país se pregunta precisamente eso. Nadie duda de que los queremos apoyar, pero por algo a cambio. Y eso significa que con el pasar del tiempo debemos asegurarnos que se vuelvan productivos de forma tal que, en la medida que contribuyan al desarrollo nacional van a ir necesitando menos subsidios, para que el Estado pueda reasignar los mismos en otros sectores a los cuales les urge apoyo.
Como país tenemos la responsabilidad de poder garantizar salud “igual para todos”, como dijo en alguna ocasión ese grande de la salud, el Dr. José Renán Esquivel. Y allí no para la cosa. Necesitamos recursos para mejorar el transporte público, ese que utilizan los más necesitados. También hay que disponer y asignar recursos para la recolección de la basura, fuente de enfermedades y que hoy día es, sencillamente, una oda a la desidia.
Pero, por sobre todas las cosas, lo que más necesita nuestra querida Panamá, es agua. En primer lugar para alimentar la fuente que provee el dinero para pagar por tantos subsidios, el Canal de Panamá. Y, lógicamente, para que todos los panameños tengamos acceso al “vital líquido”.
No podemos olvidar que nuestro crisol de razas tiene una economía que depende del sector de los servicios que prestamos al resto del mundo. He allí la fuente principal de nuestras divisas. Eso significa que para atraer más inversión privada tenemos que empezar a meditar sobre el país que queremos construir para los próximos 50 años.
Y para lograrlo, todos los sectores tenemos que ponernos de acuerdo en una hoja de ruta. No hay tiempo que perder, Dios quiera que volvamos cuanto antes a la normalidad. Seguir en las calles es profundizar en el error. Como reza nuestro himno, “al trabajo sin más dilación”.