¿Querían los Estados Unidos a Endara?

¿Querían los Estados Unidos a Endara?
Analista político.

A finales de 1988, los encargados del presidente George Bush para atender Panamá eran Néstor Sánchez, en el Departamento de Defensa, y Elliot Abrams, secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos. Ambos seguían la línea: “Noriega es nuestro hombre”.  

De allí que no apoyaron, después de haber alentado desde el Comando Sur, los alzamientos contra Noriega del 16 de marzo de 1988 y del 3 de octubre del siguiente año. Sabiendo en lo turbio que estaba metido, Washington dependía de Noriega. Recordemos que por muchos años fue estrecho colaborador de la CIA.  

Conocí a esos personajes en 1986 aquí en Panamá en visita con varios legisladores invitados por la embajada estadunidense. Mis aprehensiones sobre el régimen expresadas en esas reuniones fueron reportadas textualmente por Abrams y Sánchez a los militares, según constaté años después.  

Tras perder Noriega aparatosamente las elecciones de 1989, ante el fracaso de la vía democrática, Estados Unidos decidió promover la salida del dictador. Intentaron por las buenas, negociando, labor encomendada al diplomático Michael Kozak, quien pensó que Noriega había decidido irse al exilio dorado ofrecido a cambio de abandonar Panamá y entregar el gobierno a una junta de civiles y militares. Aseguran que se despidió de sus compañeros de armas y del presidente encargado, Manuel Solís Palma. La historia del momento revela que fueron otros -ajenos a su entorno familiar y con fuertes vínculos sentimentales temerosos de perderlo todo- quienes lo convencieron de no renunciar.  

Es de suponer que en Washington comenzaron a barajar otras alternativas para sacar del poder a su antiguo aliado, siempre pensando en sus intereses y no en los nuestros ya que, como dijera el vicepresidente Ricardo Arias Calderón, nadie del nuevo gobierno estaba al tanto de lo que planeaban hacer y que terminó en una invasión.  

Desde mayo de 1989, los viajes a Washington se multiplicaron por la atención que la Organización de Estados Americanos (OEA) dio a Panamá, tras la anulación de las elecciones. Nos movilizamos allá Arias Calderón y mi persona, asistiendo algunas veces Francisco Artola, del panameñismo, y Guillermo Quijano, del Molirena, así como Diógenes de la Rosa. En una ocasión, requiriendo de la presencia de abogados, nos acompañaron Rogelio Cruz y Edgardo Molino Mola, decano de Derecho de la Universidad de Panamá.  

En Washington nos esperaban Gabriel Lewis Galindo, muy conectado con los círculos políticos en ese país, que había huido de Panamá ante el asedio de Noriega y el ingeniero José Isabel Blandón, desertor del gobierno, que abandonó su cargo como cónsul de Panamá en Nueva York.

En la OEA, fui testigo presencial de los planes que Estados Unidos tenían para Panamá, una vez que saliera Noriega. En una de esas reuniones estuvo presentes Larry Eagleburger, segundo del Departamento de Estado y posteriormente secretario de Estado, y Bernard Aronson, quien reemplazaría a Abrams. Eagleburger sugirió que, caído Noriega, debía encargarse del gobierno una junta de notables. Mencionó al empresario Joaquín Vallarino, entonces presidente de la Coca Cola, con el perfil para integrarla. Esa junta organizaría, en cuestión de meses, elecciones democráticas.

Arias Calderón, muy molesto, interrumpió la conversación privada y dijo categóricamente que, bajo circunstancia alguna, aceptaría que no se encargara de la presidencia al ganador de las elecciones, Guillermo Endara. Los estadunidenses, ante tanta firmeza del primer vicepresidente de Endara y quizás posible beneficiario de una nueva elección, guardaron silencio.  

 Hacia finales de 1988, la ciudadanía daba como un hecho que el candidato opositor frente a la dictadura sería Arias Calderón, no solo por su excelente preparación, sino por su lucha permanente contra los poderes constituidos y el combativo partido que lo respaldaba.  

Los militares jugaron la carta de la división, pensando que un orgulloso Arias Calderón jamás cedería su candidatura. Los liberales se trancaron en la candidatura de Endara, un excelente abogado corporativo, pero sin cancha política. Había sido secretario de Arnulfo Arias.  

Nunca pensaron que Arias Calderón, para impedir el triunfo del PRD y la jugarreta militar, declinaría con valentía esa candidatura presidencial. La historia nos dice qué pasó y cuál fue el pago que recibió por su hidalguía. Endara, lo expulsó a los 15 meses de haber iniciado sul gobierno. 

Ese episodio, vivido personalmente, demuestra que el gobierno de Estados Unidos no estaba muy satisfecho con que Endara fuese el presidente, importándoles poco si había ganado las elecciones. Gracias a Dios que, en esta ocasión, los deseos del Norte, no llegaron a concretarse y pudimos construir solos el camino democrático que, con sus aciertos y defectos, hemos tenido desde 1989.            

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *