Por lo general, el sentido común nos dice que el gobierno de Israel no tiene una estrategia para la Franja de Gaza más allá de derrocar a Hamás.
“Israel no tiene un plan posguerra para Gaza, advierten los expertos”, informó la BBC en octubre. En noviembre, The Washington Post publicó que “el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu ha recibido críticas por no proponer un plan bien definido para Gaza en caso de que Israel logre vencer a Hamás”. En un encabezado de Foreign Affairs en diciembre, se lamentó “la estrategia torpe de Israel en Gaza”.
Sin embargo, hay señales de que algunos miembros del gobierno israelí en efecto tienen una estrategia, o al menos una preferencia, para lo que ocurrirá a continuación. Eso está implícito en el tipo de guerra que ha librado Israel, lo cual ha hecho que en su mayor parte sea imposible vivir en la región de Gaza. Además, un número cada vez mayor de funcionarios israelíes lo están diciendo en voz alta: no solo quieren expulsar a Hamás de Gaza. Quieren que también se vayan muchos de los habitantes de la zona.
Los llamados a favor del desplazamiento de la población comenzaron mucho antes de que Gaza quedara hecha ruinas. Seis días después de la masacre de Hamás contra pobladores israelíes del 7 de octubre, el Ministerio de Inteligencia propuso reubicar a los gazatíes de manera permanente a la región del Sinaí en Egipto. El 14 de noviembre, el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich dijo que apoyaba “la migración voluntaria de los árabes gazatíes en todo el mundo”. Cinco días después, la ministra de Inteligencia Gila Gamliel respaldó “el reasentamiento voluntario de los palestinos gazatíes, por motivos humanitarios, fuera de la Franja”.
El periódico Israel Hayom informó el 30 de noviembre que Netanyahu había pedido al ministro de Asuntos Estratégicos, Ron Dermer, uno de sus confidentes más cercanos, que desarrollara un plan para “reducir” la población de Gaza “al mínimo” abriendo las puertas de Egipto y las rutas marítimas hacia otros países. Netanyahu también habría instado al presidente Biden y a los dirigentes del Reino Unido y Francia a que presionen a Egipto para que admita a cientos de miles de refugiados de Gaza.
En ocasiones, los funcionarios israelíes han restado importancia o negado esa información. La oficina de Netanyahu calificó el plan de traslado del Ministerio de Inteligencia de “documento conceptual” y la embajada de Israel en Washington aclaró que lo dicho por la ministra de Inteligencia era solo una opinión personal. Otros influyentes ministros del gobierno —como el de Defensa, Yoav Gallant, y Benny Gantz, rival de Netanyahu y antiguo jefe del Estado Mayor del Ejército israelí que se incorporó al gobierno después del 7 de octubre— se oponen al traslado de la población de Gaza fuera de la Franja, según Israel Hayom. Como se supo la semana pasada, Gallant ha presentado una propuesta según la cual palestinos no vinculados a Hamás o a la Autoridad Palestina administrarían el territorio, y otros países supervisarían la reconstrucción.
No obstante, en los últimos días se ha hecho más fuerte la idea de que los palestinos abandonen Gaza. El 25 de diciembre, durante una reunión de su partido, el Likud, un legislador instó a Netanyahu a crear un equipo para facilitar la salida “voluntaria” de palestinos de Gaza. Al parecer, el primer ministro respondió que el gobierno estaba “trabajando” para encontrar países dispuestos a acogerlos.
El ministro de Seguridad Nacional de Israel comentó algo similar posteriormente, y The Times of Israel afirmó el miércoles que el reasentamiento voluntario desde Gaza se está convirtiendo gradualmente en “una política oficial crucial del gobierno”.
Algunos podrían tachar estas declaraciones sobre el traslado de población de bravatas bélicas. Pero sobre el terreno, ya está en marcha: Gaza se está volviendo inhabitable. Según Naciones Unidas, se calcula que el 85 por ciento de la población de Gaza está desplazada. Incluso si pudieran regresar a sus hogares, muchos tendrían poco adónde volver ya que, según un análisis de The Wall Street Journal, casi el 70 por ciento de las viviendas de Gaza están dañadas o destruidas.
Hasta la fecha, más de 22.000 gazatíes han sido asesinados durante el conflicto, según el Ministerio de Sanidad de Gaza, dirigido por Hamás, y muchos más se encuentran en grave peligro. Según el director de asuntos en Gaza del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas, el 40 por ciento de los habitantes de la Franja corren peligro de hambruna. Dado el colapso de los sistemas sanitarios y médicos de Gaza, hasta una cuarta parte de sus habitantes podría morir en el plazo de un año, sobre todo por enfermedad o falta de acceso a la atención médica, según un cálculo reciente de la profesora Devi Sridhar, catedrática en materia de salud pública mundial de la Universidad de Edimburgo.
Si los combates en Gaza terminan pronto, este cataclismo podría remitir. Pero a finales de diciembre, Netanyahu sugirió que la guerra de Israel en Gaza “duraría muchos meses más”, aunque con menos soldados. Gallant, el ministro de Defensa, ha dicho que podría durar años. Y mientras continúen las hostilidades en Gaza, Israel no permitirá que la mayoría de los desplazados de Gaza regresen a sus hogares por motivos de seguridad, según informó hace poco el periodista israelí Nadav Eyal. Es posible que no regresen hasta dentro de “al menos un año”, sugirió.
En otras palabras, es probable que la catástrofe humanitaria persista. Y cuanto más tiempo pase, más presión sentirá Egipto para aliviarla dejando entrar a los residentes de Gaza. Lo más probable es que los funcionarios israelíes sigan describiendo esa migración como voluntaria, a pesar de haber creado las condiciones que la precipitaron.
Hasta ahora, tanto el presidente de Egipto, Abdulfatah al-Sisi, como el gobierno de Biden han manifestado que se oponen rotundamente a reubicar a la población de Gaza. El Departamento de Estado de Estados Unidos afirmó la semana pasada que el gobierno israelí ha dicho en repetidas ocasiones a funcionarios estadounidenses que el reasentamiento fuera de Gaza no es su política oficial.
Pero, al parecer, algunos miembros del gobierno israelí creen que Egipto —que debe a sus acreedores la importante suma de 28.000 millones de dólares en pagos de deuda el año que viene— es vulnerable a las presiones. Y la política estadounidense siempre puede cambiar: cuando le preguntaron el mes pasado qué debería pasar con los palestinos de Gaza, la candidata presidencial republicana Nikki Haley respondió: “Deberían ir a países pro-Hamás”.
Hay un escalofriante trasfondo histórico en todo esto. Los palestinos de Gaza saben que, si se marchan, es poco probable que Israel les permita regresar. Lo saben porque la mayoría de ellos son descendientes de la expulsión y huida, ocurrida en torno a la fundación de Israel en 1948, que los palestinos llaman la “nakba”. Viven en Gaza porque Israel no permitió que sus familias regresaran a los lugares que entonces pasaron a formar parte de Israel. Cientos de miles de palestinos más fueron desplazados cuando Israel conquistó Cisjordania y la Franja de Gaza en 1967. Tampoco dejó regresar a muchos de esos refugiados.
Los dirigentes israelíes rara vez expresan remordimientos por esos desplazamientos masivos. A veces, incluso los invocan como precedente. Dirigiéndose a los palestinos en Facebook después de que tres israelíes fueran asesinados en Cisjordania en 2017, Tzachi Hanegbi, actual asesor en materia de seguridad nacional de Israel, advirtió: “Así es como comienza una ‘nakba’. Así, sin más. Recuerden el 48. Recuerden el 67”.
Terminó su publicación con las palabras: “¡Ya se lo advertimos!”.
El mundo también recibió la advertencia.