El dilema está en contener acciones que amenazan la economía mundial y desarmar las excusas de los ayatolás
Desde la devastadora guerra contra Irak de los años ochenta, que los persas aún llaman la Guerra Impuesta, Irán siempre ha jugado a amagar y no dar en sus intervenciones militares. En las últimas tres décadas, Teherán ha estado presente, de una u otra manera, en la mayoría de los conflictos regionales, dijo en su página editorial el diario catalán El Periódico.
Sin embargo, por lo general, ha actuado a través de terceros. Lo que suele conocerse como proxis, o intermediarios que permiten luchar contra un adversario sin comprometerse directamente. Es lo que vemos estos días, con la movilización de una pléyade de milicias financiadas y armadas por el régimen iraní que se enfrentan de modo subsidiario contra Estados Unidos e Israel.
Con la invasión de Gaza por parte de Israel, esta estrategia podría estar cambiando. Los misiles lanzados directamente por Irán, en los últimos días, contra enemigos reales o supuestos ubicados en Irak, Siria y Pakistán podrían poner en cuestión el fundamento de lo que ha sido hasta ahora el famoso Eje de la Resistencia puesto en pie por los ayatolás tras la invasión norteamericana de Irak.
No sabemos si este cambio es definitivo, pero de serlo, las consecuencias serían mayúsculas. Que un país tan importante como Irán decidiera apoyar su narrativa antioccidental con una implicación militar directa podría acabar de encender la vastísima región que va del Mediterráneo hasta la frontera con la India.
Pese a haber sufrido severas sanciones económicas, Irán cuenta con casi 100 millones de habitantes, un ejército de 700,000 soldados, recursos petrolíferos y una excepcional centralidad geográfica que le permite controlar pasos marítimos decisivos para el comercio mundial y fronteras extensas. De ahí el debate sobre cómo responder a la creciente actividad de sus proxis. Las milicias chiís palestinas (Hamás y la Yihad Islámica), libanesas (Hizbolá), de los hutíes de Yemen (Ansar-Allah) o de los chiís iraquís (Fuerzas del Movimiento Popular).
El dilema está entre actuar para contener actuaciones que pueden desestabilizar la economía mundial, como las de los hutíes en el Mar Rojo, sin cortarle del todo a Irán la posibilidad de ejercer cierto poder disuasorio en la región. Efectivamente, nada hay más peligroso, para un país gobernado por un Consejo de Guardianes de la Revolución con mentalidad de acosados, y con la posibilidad de tener la bomba nuclear en cuatro días, que dejarle sin oxígeno.
Aunque nadie ha podido demostrar que Irán estuviera detrás de la decisión de Hamás y otros grupos terroristas de llevar a cabo la matanza de más de 1,200 israelíes, el pasado 7 de octubre, la actuación desestabilizadora de las milicias proiraníes es un hecho incontrovertible.
Ponerle fin requiere de una acción defensiva para proteger los intereses de la comunidad internacional en el mar Rojo. Sin embargo, también urge rebajar los motivos por los que Teherán cree poder actuar a su antojo o que le dan herramientas para presentarse como un adalid de todo el islam, aunque a veces sea con pretextos, como ocurre con la causa palestina.
En este sentido, -opinó El Periódico- es necesario recrudecer los esfuerzos para conseguir un alto el fuego en Gaza y abrir una nueva etapa en Oriente Medio -como intenta hacer la Unión Europea- que conduzca a la constitución de un Estado palestino que pueda vivir en paz y seguridad junto a Israel.