Las elecciones no se ganan con insultos

Las elecciones no se ganan con insultos
Analista político.

En este extraño periodo electoral, con solo 90 días para hacer campaña, veremos cosas diferentes, pero que se asemejan a lo que ocurre en otras latitudes. Son varios los candidatos con asesores foráneos. En sus análisis podrían equivocarse al tratar de equipararnos a alguno de los países donde han trabajado antes.

Todo indica que los estrategas de uno de candidatos presidenciales le habrán aconsejado que, entre más insulta, pisotea y denigra a sus contrincantes, más posibilidad de triunfo tiene.

 Que, entre más bravucón luzca en la pantalla, más alto hable y más denuncias interponga, más votos de los llamados inconformes atraerá a su redil. Pensarán que esa táctica, que de nueva no tiene nada, puede replicarse aquí.

Esa fue la utilizada por Javier Milei en su triunfo en Argentina, donde llamaba a todos los demás como parte de la despreciable y maldita “casta política” que había que erradicar para siempre. Según él, esa “casta” era la responsable de la gran crisis social, política y económica. Solo así se podría sanear a la Argentina de toda la miasma que los gobiernos anteriores la habían llenado.

El único que se salvaba de todo el estiércol que lo rodeaba, era él, inspirado en su perro muerto, el famoso Conan. Fueron clásicos los insultos y obscenidades  de Milei a los peronistas y a los seguidores del expresidente Mauricio Macri. Para el demencial candidato, con serios desequilibrios emocionales, pertenecía a la misma pestilente basura.

No hizo Milei más que ganar la elección y, antes de asumir el cargo, se tuvo que tragar por entero sus palabras y sin eructo alguno. Llamó a gobernar con él al “corrupto” de Macri y a una parte importante de esa casta podrida y desfasada que tanto insultó y vilipendió, en su inesperado ascenso al poder.

Carecía en sus filas de gente con experiencia en la cosa pública. No le quedó más remedio que cogobernar con los que antes llamaba los responsables de la crisis que, de acuerdo a sus extrañas creencias, eran los primeros que debían ser aislados para siempre de administrar Argentina.

A los estrategas foráneos se les olvida que están en Panamá, donde necesitamos nuestras propias recetas para afrontar nuestros particulares problemas. En esto de las comparaciones ya hasta hacen mención a Nayib Bukele, el autócrata salvadoreño.

La política de un país no puede concebirse, como hizo Milei, como una de buenos y malos. De puros e impuros. De corruptos e impolutos. Los tiempos de los bandidos y vaqueros se acabaron hace rato.

 La dirección de un país tiene muchos matices y demasiadas aristas que no se pueden distinguir de una sola vez, ni tampoco se pueden prever con anticipación. Menos encerrar en soluciones que pudieron dar éxito en otros lares, pero que aquí constituirían un gran fracaso. Sabrá Dios a qué costo.

 ¿Quién le puede decir a un gobernante que se prepare, porque en 15 días, vendrá un terremoto o un huracán que causará mucha muerte y destrucción? ¿Quién podrá pronosticar que, como consecuencia de más lluvias y el cierre de algunas de las vías marítimas del mundo, nuestro Canal tendrá un crecimiento inusitado?

Los gobiernos no contratan adivinos ni pitonisas, sino funcionarios, a quienes debemos exigir que sean los más preparados y responsables, que muestren la mejor capacidad y posean el liderazgo más equilibrado.

Panamá, en particular, no necesita, más gente conflictiva que vean todas las bruscas que posan en los ojos de sus adversarios, pero ignorando las grandes vigas que pesan sobre los suyos.

Lo que requiere es encontrar la manera de gobernar con los mejores, incluso si antes fueron sus adversarios para que, entre todos y con todos, echemos hacia adelante la pesada carreta del desarrollo nacional con la mayor justicia social posible.

Las soluciones para un país, como el que encontrará quien gane las elecciones el 5 de mayo, no podrán estar en manos de aquellos para los cuales todo es un conflicto, un reclamo y una permanente descalificación del adversario, el cual, repitiendo la recientísima experiencia argentina, requerirá de la ayuda de todos para que juntos se logre levantar el país.

Prefiero uno experimentado, aunque con defectos conocidos que pueden ser corregidos, a uno, como decimos en Panamá, que se crea la gran vaina y la Coca Cola en el desierto y que, en lugar, de echar el país adelante, termine incendiándolo más de lo que está. ¿No les parece?

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