El país sirvió como campo de pruebas para otros conflictos bélicos, como los combates en Japón o la guerra de Vietnam
Fotografías y documentos históricos se unen para denunciar a través del arte el peligro que todavía supone para la población los restos de municiones no detonadas que dejaron las tropas de Estados Unidos, en bases y otros espacios, durante décadas de ejercicios bélicos en Panamá, informó la agencia EFE.
La exposición Bombas no detonadas, del fotógrafo y arquitecto panameño Alfredo J. Martiz, que se inauguró esta semana en el Museo del Canal en Ciudad de Panamá, profundiza en el impacto social de los antiguos polígonos de tiro estadounidenses abandonados y tomados ya por la naturaleza, donde se ocultan artefactos sin explotar que, de forma accidental, generan muertes y amputaciones entre la población.
La construcción del Canal por parte de Estados Unidos, inaugurado en 1914, trajo consigo la presencia de tropas estadunidenses en el istmo durante unos 85 años, una presencia militar destinada a la protección de la vía interoceánica, pero que también sirvió como campo de pruebas por el clima tropical del país para otros conflictos bélicos, como los combates en Japón durante la II Guerra Mundial o la guerra de Vietnam.
Estados Unidos mantendría en Panamá hasta 15,000 efectivos militares en 10 bases distribuidas a lo largo del Canal interoceánico tras la firma de los Tratados Torrijos-Carter de 1977, que pusieron fin a la presencia castrense estadunidense en territorio panameño el 31 de diciembre de 1999.
Uno de los aspectos que mayor controversia generó en torno a esas prácticas bélicas fue su programa activo de armas químicas que data de entre 1930 y 1968, en el que según un informe del Movimiento de Reconciliación (FOR), para 1940 Estados Unidos tenía disponible en la Zona del Canal 84 toneladas de gas mostaza, 10 toneladas de fosgeno y 800 proyectiles de fosgeno o 647 cilindros químicos.
Además se efectuaron al menos 130 pruebas en la isla de San José en el Pacífico, y según los documentos disponibles sobre 18 de esas pruebas, unas 4,387 municiones químicas fueron detonadas.
Durante una visita a la isla en 2002, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ) identificó ocho municiones químicas de fosgeno y cloruro de cianógeno, que fueron probados en esa isla por el ejército estadunidense y abandonados tras la Segunda Guerra Mundial, y no sería hasta 2017 cuando Estados Unidos culminaría “con éxito” la destrucción de esas municiones químicas sin detonar.
En un principio, la idea de Martiz era “mucho más conceptual, mucho más abstracta, y pensaba trabajar exclusivamente con material de archivo y mezclarlo y manipularlo”, poniendo “en diálogo” fotografías que hizo de la antigua Zona del Canal, de bases abandonadas, o de la “naturaleza volviendo a retomar estos espacios”, con imágenes históricas de archivo.
Pero el enfoque del proyecto cambió cuando conoció el caso de Sabino Rivera Santamaría, que en junio del 2004, cuando tenía 42 años, ingresó en un polígono y murió tras pisar un mortero.
Su hermana, Cecilia Soto Santamaría, se lo narró por casualidad a Martiz durante una visita de campo, y su historia, dijo, fue “tan estremecedora” que le hizo replantarse “lo que estaba haciendo y cómo iba a contarlo”.
Y no fue el único en morir en la zona por la explosión de munición abandonada. Según Cecilia, también “el padrastro de una vecinita”, y otro de sus familiares, “aparte de los niños que murieron con una granada”.
El artista explica que fue el relato de la muerte de esos niños, mientras se encontraba con su hijo de tres años, lo que más le impactó.