Un complejo sistema electoral que requiere un registro previo desmoviliza a votantes afroamericanos, latinos y otras minorías
El 66% de participación de las elecciones del 2020 fue un récord histórico en Estados Unidos. Sin embargo, la abstención de ese tercio no es tanto un símbolo de protesta, como lo pudiera ser en España, sino la consecuencia de importantes barreras para ejercer el derecho a voto, informó el diario catalán El Periódico.
En Estados Unidos votar es un proceso de dos pasos que requiere un registro previo en cada elección, lo que incrementa la complejidad burocrática y el tiempo invertido, por lo que requiere mucha implicación y motivación del votante.
Eso adquiere especial relevancia en las elecciones de noviembre, que van a volver a decidir por un estrecho margen de votos si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca o si Kamala Harris es la primera presidenta de Estados Unidos.
Las barreras para ejercer el voto no afectan a todos por igual, sino que sacan a la luz una persistente brecha racial. La diferencia en la tasa de participación entre votantes blancos y no blancos (afroamericanos, asiático-americanos, hispanos y nativos americanos) ha crecido sistemáticamente desde el 2012.
“Con una brecha racial tan grande en el registro de votantes, está claro que las campañas deben hacer grandes inversiones para movilizar a este poderoso bloque de votantes”, explica a Rodrigo Dominguez, director de investigaciones del Instituto Latino de Política Pública de la Universidad de California en Los Ángeles.
Así, la población más vulnerable a menudo se queda sin votar. Muchos lo califican de sistema electoral ‘roto’ por no cumplir con el objetivo de representación de la población.
“El temor a que la información personal sea compartida con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas es una de las razones por las que algunos votantes latinos elegibles dudan en registrarse para votar. Esta preocupación deriva de la desconfianza en los sistemas gubernamentales, especialmente para las familias con estatus migratorio mixto”, argumenta Dominguez.
En realidad, el registro electoral e inmigración no comparten información, pero el actual clima de tensión política en que la deportación de migrantes es un tema candente de campaña tiene “un efecto disuasorio sobre el registro de votantes”, ya que muchos “optan por evitar cualquier interacción con las bases de datos del gobierno que pueda exponer inadvertidamente a sus familiares al riesgo de deportación”.
Además, incluso para extranjeros nacionalizados que optan por apuntarse, el proceso se complica especialmente si sus nombres han sido traducidos al inglés, como a veces pasa en Inmigración. “El registro de votantes priva a personas de origen migrante de su derecho al voto”, señala Dominguez.
“Estados Unidos tiene una larga y perniciosa historia de discriminación racial”, coincide Kevin Morris, investigador senior del programa de democracia y voto en el prestigioso Brennan Center for Justice.
“Las minorías raciales y étnicas tienen más probabilidades de tener bajos ingresos”, explica lo que las pone bajo “mayor presión socioeconómica” y las convierte en “menos propensas a votar”.
Esto se ha convertido en un arma electoral. Las minorías tienden a votar al Partido Demócrata. Por eso, en estados gobernados por Republicanos – sobre todo en los llamados estados bisagra que pueden ser decisivos para determinar el ganador de la elección – se han aprobado restricciones que desalientan el registro para el voto de los más vulnerables.
“Tenemos que hacer cambios sistémicos, comenzando con políticas que impidan la supresión de los derechos de los votantes”, concluye Dominguez.