Las recientes declaraciones del presidente electo de Estados Unidos sobre el Canal, ampliamente rechazadas a nivel interno como internacional, han coincidido con dos importantes acontecimientos que resaltan el valor de nuestra vía interoceánica: La muerte del presidente Jimmy Carter y la conmemoración de los 25 años del Canal en manos panameñas, tras su reversión el 31 de diciembre de 1999.
En 1977, tras una intensa lucha generacional, Panamá firmó los tratados canaleros con Estados Unidos, eliminando para siempre el oprobioso tratado Hay Bunau Varilla y la mayoría de las causas de conflicto existentes entre las dos naciones.
Las profundas convicciones cristianas y de justicia social que adornaron la gestión particular del presidente Carter, pudo mostrar a Panamá y al mundo un rostro diferente del Ugly American que tanto delineó la política de ese país, para el pequeño pero digno Panamá y para América Latina, durante todo el siglo XX. Ya Panamá había vivido en carne propia una experiencia humillante siendo parte de Colombia.
El Canal, bajo nuestra exclusiva administración desde 1999, ha sido ejemplo de eficiencia, responsabilidad y seguridad para el comercio mundial, refutando con creces las tantas aves agoreras que decían que no seríamos capaces de hacerlo bien sin el apoyo de los estadunidenses. Lo hemos hecho mejor, con grandes réditos para el país. Inclusive, el Canal fue ampliado a un juego adicional de esclusas, con lo cual ganó más importancia mundial.
Pero, de ser tan exitoso, ¿por qué los panameños sienten que el Canal no les pertenece, que no es parte del bienestar colectivo, como tantas veces repitió el general Torrijos? Eso mismo me preguntó el periodista colombiano Jaison Calderón en una entrevista sobre el tema que me hiciera en la televisora colombiana NTN24.
Es que la historia del triunfo por la recuperación del Canal no se inició en 1999 cuando lo comenzamos a administrarlo por completo. Nace desde finales de los 70, cuando los edificios y viviendas de los llamados “zonians” pasaron a manos panameñas.
¿O es que nos hemos olvidado de las consignas populares de aquellos años cuando gritábamos en las calles “y las áreas revertidas se las dan a las queridas”, en alusión a la rebatiña que se formó con esas viviendas otorgadas a amigos de los militares y del PRD, los llamados torrijistas?
¿O es que creen que la gente no resiente que en la Junta Directiva de la Autoridad del Canal se repitan nombres de ministros, allegados al poder, primos, banqueros, parientes del presidente, con marcadas excepciones como lo es el caso del profesor Luis Navas Pájaro, histórico dirigente social?
Hasta tenemos directivos del Canal perseguidos por la justicia y permanecen en sus cargos como si nada. Otros que han tenido conflictos de intereses con la operación del Canal, pero han seguido allí. Poderosos y, por lo tanto, intocables.
Le comenté ese día al entrevistador que, para el presente año fiscal el aporte del Canal a las arcas públicas ascendió a $2,400 millones. Sin embargo, para el mismo periodo lo que el país debe cancelar en intereses de su exorbitante deuda externa es superior a esa cifra, la friolera de $2,474 millones o sea que “en la operación en ese período” perdimos $74 millones.
No es un secreto lo que el panameño piensa de la exorbitante deuda externa multiplicada en los últimos 15 años, particularmente en los cinco años de Nito Cortizo y Gerardo Solís. Robo a mano armada de los gobernantes y sus secuaces que hicieron con los fondos públicos lo que a bien tuvieron.
El Canal es de todos. Ha habido propuestas de que una parte de los fondos del Canal se utilicen para crear becas para estudiantes brillantes. Se ha sugerido que el Canal fomente más el conocimiento de su operación ante las nuevas generaciones, sobre todo en las escuelas. Habría un abanico de sugerencias que podrían coadyuvar a ese propósito.
Como concluí en la mencionada entrevista, en este momento lo que necesitamos es un gobierno que les enseñe a los panameños cómo se puede apretar el cinturón para impedir que se sigan dilapidando los recursos públicos y demuestre que se puede gobernar con los mejores y los más capacitados, sin el flagelo de la corrupción. Así podremos salir adelante y afianzaremos ese sentimiento que lamentablemente pareciera se pierde, de que el Canal nos pertenece a todos.