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Muerte del papa Francisco debilita al frente progresista en la batalla ideológica global con la ultraderecha

Muerte del papa Francisco debilita al frente progresista en la batalla ideológica global con la ultraderecha

“Papables” como Robert Sarah, que defiende la falsa teoría del reemplazo racial en Europa, o Raymond Burke, conspiracionista y trumpista, propugnan un giro copernicano en el pontificado

La religión también es política internacional. Siempre lo ha sido. Ha formado el sustrato ideológico de buena parte de los conflictos de la historia, y ha modelado la visión del mundo y la acción exterior de los líderes que las practicaban, informó el medio español El Periódico.

Pero en Roma ha habido papas católicos más centrados en la doctrina y la fe y otros con más ganas de influir en los debates políticos globales. El alemán Benedicto XVI no será recordado por sus posicionamientos sobre las guerras del siglo XX o el capitalismo. El polaco Juan Pablo II, por el contrario, fue durante su pontificado el azote del comunismo. Para muchos, incluso, una figura clave en la caída del telón de acero.

El papa Francisco intentó ser más como este último. Su activismo político fue constante y agresivo. Y la bandera que enarboló era, por lo general, la de los valores progresistas en lo que atañe a los asuntos del mundo.

Cardenal Robert Sarah.

El jefe de Estado del Vaticano se oponía a la creciente influencia de la ultraderecha internacional. El pontífice argentino sostuvo una batalla ideológica frontal contra los excesos del capitalismo salvaje, la falta de acción contra el cambio climático provocado por el hombre, el maltrato a los inmigrantes practicado por líderes como Donald Trump o la guerra de Israel en Gaza.

Lo hizo de forma constante y por escrito, en encíclicas como Laudato Si o en sus motu proprio; o verbalmente, en decenas de entrevistas, en las que fue prolífico, o en sus comunicaciones urbi et orbi.

En estos asuntos, si Jorge Mario Bergoglio hubiera pertenecido a un grupo parlamentario europeo, podría haber sido de los socialdemócratas o de los verdes y, quizá algo menos, de los populares; pero nunca de la ultraderecha que representan Santiago Abascal, Giorgia Meloni o Marine Le Pen.

Estaba enfrente. En muchos casos, como el del presidente de Estados Unidos, de forma explícita. En otros dosieres, eso sí, el papa Francisco se mantuvo en la línea conservadora de sus predecesores.

“El papa Francisco ha sido muy explícito y progresista en los asuntos relacionados con el impacto de la internacional de las políticas de derechas sobre los seres humanos, como el trato injusto de los inmigrantes o el negacionismo del cambio climático”, dice a Teresa Coratella, directora en Roma del centro de pensamiento ECFR.

El desaparecido Papa San Juan Pablo II, llamó a una “Nueva Evangelización”

“En eso ha sido como Juan Pablo II. Pero, como él, ha sido muy conservador y cercano a los líderes conservadores en cuestiones sociales como la familia y la igualdad de derechos de la mujer en la sociedad, aunque mostrara más empatía”.

Para Michele Dillon, experta en catolicismo estadunidense de la Universidad de New Hampshire, el papa Francisco “ganó una gran influencia moral, especialmente en la cuestión del cambio climático”, y era “un líder internacional respetado cuando articulaba sus discursos sobre las obligaciones políticas y morales de las naciones por ejemplo en sus discursos ante Naciones Unidas”.

“Los argumentos de Francisco y el vocabulario que escogía -por ejemplo la noción del medio ambiente como ‘bien común’ o la desigualdad causada por la ‘economía de la exclusión’- han permeado a la forma en que vemos esos asuntos y le sobrevivirán”, añade.

El choque de Bergoglio con la Iglesia Católica de Estados Unidos es paradigmático en este sentido. Uno de cada cinco adultos del país norteamericano se declara católico. La mitad son republicanos y la otra mitad, demócratas, según el Instituto Pew Research.

El pasado 10 de febrero, Bergoglio escribió una carta a los obispos estadounidenses pidiéndoles que se resistieran a la deriva anti migratoria de Donald Trump.

“He seguido con atención la importante crisis que está teniendo lugar en los Estados Unidos con motivo del inicio de un programa de deportaciones masivas”, escribió el papa. Mostraba su “desacuerdo” con las medidas que igualaban “la condición ilegal de algunos migrantes con la criminalidad”.

Reconocía “el derecho de una nación a defenderse y mantener a sus comunidades a salvo de aquellos que han cometido crímenes violentos o graves”, pero cargaba contra la deportación de “personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente”.

“Un auténtico estado de derecho se verifica precisamente en el trato digno que merecen todas las personas, en especial, los más pobres y marginados”, decía, para terminar, exhortando “a todos los fieles de la Iglesia católica, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados”.
Irónicamente, la última autoridad extranjera que vería el papa Francisco con vida sería la del vicepresidente estadounidense, J.D. Vance, que se declara católico practicante.

El posicionamiento del papa Francisco contra las políticas de Trump, y su relativo progresismo, le granjearon la enemistad de los obispos ultraconservadores estadounidenses.

Desde entonces, ha ido ganando críticos en la curia estadounidense. Uno de ellos será una figura de máxima importancia en el frente ultraconservador en el próximo cónclave: Raymond Burke, cardenal trumpista que divulgó todo tipo de teorías de la conspiración durante la pandemia de covid y activista contra la inmigración.

A él se le ha unido el “papable” Robert Sarah, cardenal africano que defiende la falsa “teoría del reemplazo” racial en Europa, que propugna que hay un plan para reemplazar a los blancos de raíz judeocristiana en el Viejo Continente.

El choque muestra que, aunque el posicionamiento político del papa tiene un efecto de refuerzo de ciertas narrativas y de menoscabo de otras, el impacto concreto solo puede valorarse a largo plazo.

“No importa cómo de popular sea el papa o quién sea -Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco- sabemos por las encuestas que la mayor parte de los católicos norteamericanos, sudamericanos o europeos forman sus ideas en la mayor parte de asuntos de forma independiente a las encíclicas papales, ya sea sobre aborto, cambio climático, moralidad sexual o desigualdad económica”, opina Michele Dillon.

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