Estados Unidos pudo haber apresado a Manuel Antonio Noriega sin disparar una bala, evitándose la invasión de 1989. Ellos, expertos en operaciones secretas, lo demostraron cuando encontraron escondido en las montañas de Pakistán al líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden. Además, y lo más fácil para Estados Unidos hubiese sido apoyar los levantamientos internos de oficiales, ya que gran parte de ellos estaban en contra del dictador, lo que fue demostrado en dos ocasiones.
El 16 de marzo de 1988, cuando fui el contacto civil de los alzados, fue la primera sublevación. Contó con el apoyo del Departamento de Estado, pero no de la CIA, donde Noriega tenía excelentes relaciones.
El otro, el 3 de octubre de 1989, en el que los rebeldes, igualmente apoyados por alguna agencia gringa, terminaron asesinados por órdenes de Noriega, aunque él siempre me negó haberlas dado.
Noriega era agente especial de la CIA, desde que un agregado diplomático en la embajada de Estados Unidos en Perú, William Bill Casey, agente de la agencia, después su director por muchos años, lo reclutó como informante siendo cadete militar en ese país. Noriega me reconoció de sus estrechas relaciones con la CIA, agencia a la que le hacía misiones especiales pagas.
Las relaciones de la CIA y otras agencias con los militares eran de larga data.
La expulsión de Panamá en febrero de 1969, del coronel Boris Martínez, líder del golpe del 11 de octubre, por el general Omar Torrijos, fue consultado previamente con los gringos que les dieron el “GO”, al asegurárseles que no generaría problemas internamente.
Igual ocurrió con el golpe de Estado contra Arnulfo Arias, 11 días después de haber tomado posesión. Los gringos siempre fueron el factor decisivo. Arnulfo, al incumplir sus acuerdos con los altos oficiales de la Guardia Nacional, pasando por alto al escalafón, los asustó tanto, que estos cerraron los ojos al darse el golpe, obligándose a huir a la antigua Zona del Canal.
Ellos conocían de las actividades ilícitas de Noriega. Las toleraban por los servicios de inteligencia que les prestaba. El militar panameño tenía contactos que no tenía Estados Unidos, las guerrillas en El Salvador, el FMLN, y Cuba.
Noriega me contó que ayudó a Estados Unidos en la invasión de Granada en 1986 por la llamada que le hizo a Fidel Castro, evitando muerte de civiles en esa invasión. Al secuestrar el 19 de septiembre de 1985, a Guadalupe Duarte, hija mayor del presidente de El Salvador, Napoleón Duarte, éste me llamó para que le pidiera al Nuncio Apostólico José Sebastián Laboa, que hablará con Noriega, su entonces amigo, para que intercediera con el FMLN para lograr su liberación. Tras 34 días de secuestrada, salió de su cautiverio gracias a esa gestión.
La influencia de Noriega se deterioró cuando muere en 1987 el poderoso jefe de la CIA, Bill Casey, su mentor. Además de que su escandalosa relación en el mundo de las drogas, Noriega se niega a enviar fuerzas militares panameñas a realizar operaciones terroristas en Nicaragua para justificar a los gringos intervenir y sacar del poder a los sandinistas.
El 5 diciembre de 1985, visitó Panamá el almirante John Poindexter. director del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. Se reunió con Noriega en Tocumen, quien se hizo acompañar de los oficiales José Hilario Trujillo, un tal Quiel y Moisés Cortizo quien, por haberse graduado en West Point, hablaba inglés.
En esa reunión, Poindexter pidió a Panamá atacar la frontera nica con Costa Rica, y Noriega se negó rotundamente. Gritos salen de la reunión y al terminar, Noriega pidió al mayor Cortizo que profiera a Poindexter varios insultos en inglés: Hijo de puta, maricón. El Almirante, se voltea y le responde: “Te vas a arrepentir Noriega. Verás lo que te pasará”. Allí selló su futuro el militar. Había roto con sus jefes de 40 años.
Lo demás, para justificar la innecesaria invasión, es puro cuento. George Bush, el presidente en ese momento, había sido director de la CIA, y conocía perfectamente las andanzas de Noriega. Querían eliminar las Fuerzas de Defensa y a Noriega. La democracia estaba en segundo plano. Hasta querían un presidente diferente a Guillermo Endara y fui testigo con Ricardo Arias Calderón, cuando el futuro secretario de Estado Larry Eagleburger y el encargado de América Latina del Departamento de Estado, Bernie Aronson, nos plantearon en un salón privado en la OEA, una Junta de Gobierno con notables como J. J. Vallarino. Arias Calderón, enérgicamente le dijo que no. Endara había ganado y había que respetar ese triunfo.
Tal como como viví ese episodio, así cuento la historia.
