Era finales de marzo, y Josh Fiske, un urólogo de Livingston, Nueva Jersey, estaba en el hospital luchando una batalla cuesta arriba contra el coronavirus. Tan solo una semana antes, había corrido fácilmente una ruta de 8 kilómetros alrededor de su vecindario. Pero ahora su cuerpo le estaba fallando.
Sus niveles de oxígeno bajaron peligrosamente y su fiebre se disparó a unos preocupantes 40 grados Celsius. Moverse en la cama lo agotaba. Caminar unos pocos pasos se sentía como “escalar una montaña”. Abrir una botella de té helado era “una enorme tarea”.
Pero Fiske siguió luchando y, finalmente, con la ayuda de sus médicos, quedó fuera de peligro. Sin embargo, a pesar de esto, aun cuando parecía estar seguro de haber esquivado los peores resultados del virus, un tipo diferente de ansiedad lo consumía.
“Empecé a pensar: ‘¿Podré volver a correr? ¿Podré volver a recorrer un campo de golf?’”, se preguntó Fiske, de 46 años, quien corre un maratón o medio maratón cada año. “Son cosas que me encanta hacer”.
El coronavirus ha infectado a millones de personas en todo el mundo. Los atletas tienden a considerarse tal vez mejor equipados que la población en general para evitar las peores consecuencias de la enfermedad que el nuevo virus causa, la COVID-19.
Sin embargo, las entrevistas con deportistas que han contraído el virus, desde profesionales hasta atletas universitarios y aficionados de fin de semana, revelaron su sorpresa ante la potencia de sus síntomas, sus batallas para restablecer sus regímenes de entrenamiento, las persistentes luchas con problemas pulmonares y debilidad muscular e inquietantes episodios de ansiedad sobre si serán capaces de volver a alcanzar sus mejores niveles físicos anteriores.
Los expertos advierten que el virus no discrimina.
Esa fue la lección que Andrew Boselli, un liniero ofensivo del estado de Florida, aprendió cuando los miembros de su familia, incluyendo su padre, Tony, de 47 años, un exliniero de la NFL, comenzaron a mostrar síntomas en marzo.
“Sabía que era joven y saludable”, dijo Boselli, de 22 años, quien regresó a su casa en Jacksonville, Florida, cuando la universidad cerró sus puertas. “Juego fútbol americano en la División 1 y he estado entrenando todo el invierno y la primavera. Pensé que no tenía de qué preocuparme. No me iba a dar”.
Esa actitud optimista se desvaneció días después, cuando despertó sintiéndose torpe y sin aliento. Esa noche, su temperatura corporal subió a los 40 grados.
“Fue lo más enfermo que jamás me he sentido”, contó Boselli, quien siguió sintiendo falta de aliento y fatiga durante una semana y media más.
En Italia, Paulo Dybala, un jugador argentino de la Juventus, describió su propia experiencia desconcertante con los síntomas respiratorios.
“Intentaba entrenar y me faltaba el aliento a los cinco o diez minutos”, dijo Dybala en una entrevista con la Asociación del Fútbol Argentino, “y nos dimos cuenta de que algo no estaba bien”.
Panagis Galiatsatos, médico pulmonar y profesor adjunto de la Universidad Johns Hopkins, dijo que, al igual que muchas otras cosas sobre la enfermedad, las consecuencias a largo plazo para los deportistas que contraen este mal no se conocen en su totalidad. Sin embargo, los atletas representan casos de estudio interesantes para los médicos, dada su buena salud basal en general y la conciencia matizada de sus propios cuerpos.
“Los pacientes que son deportistas me encantan porque a veces detectan cambios sutiles mucho antes de que las pruebas identifiquen una enfermedad”, afirmó Galiatsatos.
Galiatsatos señaló tres complicaciones de la COVID-19 que podrían ser de especial preocupación para los atletas.
En primer lugar, los pacientes con coronavirus, como cualquier persona con una infección respiratoria grave, corren el riesgo de tener problemas pulmonares a largo plazo. A menudo veía a pacientes “que hacía tres meses habían tenido un virus malo y aún no podían volver a respirar normalmente”.
“A veces un virus malo crea una enfermedad de las vías respiratorias similar a un asma”, dijo. “Pueden causar estragos en los pulmones y estos se reconstruyen, pero no bien, y los pacientes quedan con una situación de enfermedad reactiva de las vías respiratorias similar al asma”.
Otra complicación que Galiatsatos consideraba particularmente preocupante para los deportistas, y que los expertos seguían tratando de comprender, era la alta incidencia de coágulos de sangre que los médicos veían en los pacientes con coronavirus. No es recomendable que las personas a las que se les diagnostican coágulos sanguíneos y se les recetan anticoagulantes participen en deportes de contacto.
Por último, Galiatsatos mencionó que las personas que tenían la mala suerte de ir a terapia intensiva podían tener que lidiar con una “debilidad adquirida en la unidad de cuidados intensivos”. Los pacientes conectados a ventiladores y confinados a una cama a menudo perdían entre el 2 y el 10 por ciento de su masa muscular por día, afirmó.
Ben O’Donnell, un triatleta que vive en el condado de Anoka, Minnesota, perdió 20 kilogramos durante una hospitalización de cuatro semanas. Todo ese tiempo estuvo conectado a un respirador y a una máquina de soporte vital de corto plazo.
O’Donnell, de 38 años, un exjugador de fútbol americano universitario que terminó una carrera Ironman hace un par de años y que planeaba participar en otra este otoño, dijo que fue rescatado del borde de la muerte después de luchar contra niveles peligrosamente bajos de oxígeno y contra una insuficiencia renal y hepática en la unidad de terapia intensiva.
A mediados de febrero, como parte de la preparación para intensificar su entrenamiento, O’Donnell se realizó un examen físico exhaustivo de dos días y recibió un certificado de buena salud. Los médicos creen que contrajo el virus cinco días después.
De vuelta en casa después de su angustioso mes en el hospital, O’Donnell se ha propuesto competir en una carrera de Ironman en Arizona este otoño. Reconoció que era una meta ambiciosa.
“No están seguros de si alguna vez recuperaré toda mi capacidad pulmonar”, dijo. “Puede que sí, pero puede que no”.
Si no hubiera contraído el virus, O’Donnell, un ejecutivo de una empresa química, estaría haciendo tres sesiones de entrenamiento de carrera, tres de nado y tres en bicicleta por semana en este punto de su ciclo de entrenamiento. Pero el virus frustró sus planes de vida.
Tras volver a casa, necesitaba una andadera para atravesar el garaje e ir al buzón en la acera de su casa. En su primer intento de hacer ejercicio, dos días después de salir del hospital, caminó durante siete minutos a una velocidad de 2 kilómetros por hora con la ayuda de oxígeno suplementario. Ha estado tratando de añadir un minuto y un poco de velocidad cada día.
O’Donnell dijo que tenía “bastantes dudas” sobre su capacidad de volver a estar en forma para la carrera. Pero se ha motivado con el objetivo secundario de recaudar fondos para el combate al coronavirus y ha estado repitiendo el mismo mantra desde que estaba luchando en su cama de hospital: “No te detengas. No te rindas. Sigue adelante”.