Sin vuelos disponibles, se lanzó a cruzar el Atlántico con un objetivo en mente: volver a ver a sus ancianos padres.
Un navegante argentino desafió con su velero al coronavirus y al océano Atlántico, en un cruce solitario de 85 días para reunirse con sus padres en Mar del Plata.
Juan Manuel Ballestero, de 47 años, zarpó de Porto Santo, en la isla de Madeira, en Portugal, el 24 de marzo, cuando un tercio de la población mundial se encontraba bajo órdenes de confinamiento y los muertos se contaban ya por miles.
A poco de iniciar su odisea, comprobó cuánto había cambiado todo debido a la pandemia.
“En Cabo Verde las lanchas me chocaban la embarcación para no dejarme entrar a puerto. Me di cuenta que el mundo había cambiado de una manera drástica para un navegante solitario”, relata a la AFP en el puerto de Mar del Plata, 400 km al sur de Buenos Aires.
Al temor de enfermar en altamar se sumó la incertidumbre sobre un eventual rescate. El tránsito marítimo estaba por aquellos días reducido al mínimo por el cierre de puertos.
“Las noticias eran muy malas, escuchaba ‘murieron mil, dos mil, 70 mil’… y no tenía nadie con quien hablar. Para mí era el fin del mundo”, relata sobre la experiencia que, cree, lo llevó al límite.
“Sentí la persecución de los puertos cerrados y me supe solo”, dice.
Pero en su periplo halló compañía y distracción en los delfines que lo seguían durante algunos tramos. “Me mantuvieron feliz, les debo mucho”, afirma.
En Mar del Plata lo esperaban su madre Nilda, de 82 años, y su padre Carlos, de 90, angustiados por el avance de la pandemia en Argentina, donde ha causado más de 100.000 contagios y casi 2.000 muertes.
“Mi único plan era estar en casa, cuidándolos”, explica sobre la motivación que lo mantuvo a flote.
– “Encerrado en libertad” –
En los 85 días que duró el viaje hubo siete de extremo dramatismo cuando el “Skua”, un velero de 8,8 metros de eslora, quedó inmóvil en el Ecuador.
“El marino pierde el control cuando no hay viento porque te quedas solo en el medio del océano”, dice sobre ese episodio, que considera una revelación.
“En la impotencia traté de entender por qué estaba en medio del Atlántico. Y supe que lo había hecho porque hay una pandemia, un virus mortal, porque la gente estaba muriendo, mi familia estaba en riesgo y yo también”.
Fue una semana entera paralizado y sin combustible. “Empezás a acabar el agua y la comida y el viento no viene y la mente no para”, relata.
“Te sentís encerrado en tu propia libertad porque estás libre, pero no vas a ningún lado. Recé mucho. Medité. Cuando al fin empezó a soplar y se hinchó la vela fue una alegría extrema”, recuerda emocionado.
– Seguir, a pesar de todo –
En la cabina del “Skua” una frase escrita a mano mantiene el rumbo de este navegante: “El mar templa el carácter y enseña humildad”.
La escribió su padre Carlos sobre una fotografía de 1979, tomada cuando fue rescatado con 22 marineros de un pesquero en llamas frente a Cabo Verde.
“En el mar te sentís pequeño, sos más humilde”, reflexiona Ballestero, quien reside usualmente en España, donde hace paseos náuticos.
A bordo del “Skua”, señala unas abolladuras. “Estos son martillazos de impotencia”, dice. “No podía encontrar por dónde filtraba agua hasta que detecté que era por unos tornillos”.
El navegante cuenta que en su travesía pasó por todos los sentimientos posibles, desde desesperación y miedo hasta estrés y tristeza, pero logró sobreponerse.
Después de casi tres meses de travesía, llegó a Mar del Plata el 17 de junio, en un día de tormenta.
“No se puede flaquear en el medio del Atlántico cuando faltan dos mil millas para llegar a casa. El covid nos ha cambiado la existencia y los planes, pero la humanidad debe seguir”, afirma.
Quizás por eso ya planea su próximo itinerario para cuando la pandemia acabe.
“Apenas abran los puertos saldré a navegar al Pacífico. Pronto el Skua va a soltar amarras, no cabe duda”.