Las agencias de inteligencia estadounidenses están investigando los esfuerzos de Arabia Saudita para reforzar su capacidad de producir combustible nuclear que podrían llevar al reino a desarrollar armas nucleares.
En semanas recientes, agencias de espionaje hicieron circular un análisis clasificado sobre un proyecto interno de Arabia Saudita, en colaboración con China, que busca desarrollar la capacidad industrial para producir combustible nuclear. El análisis ha hecho sonar las alarmas sobre la posibilidad de que Arabia Saudita y China estén colaborando en secreto para transformar el uranio en bruto en algo que después podría enriquecerse hasta crear combustible de armamento, según funcionarios estadounidenses.
Como parte del estudio, han identificado una estructura recién terminada cerca de un área de producción de paneles solares en las afueras de Riad, capital de Arabia Saudita que, según sospechan algunos analistas gubernamentales y expertos externos, podría ser una de varias centrales nucleares clandestinas.
Los funcionarios estadounidenses dijeron que los esfuerzos sauditas aún están en sus primeras etapas, y que los analistas de inteligencia aún no sacan conclusiones definitivas sobre algunos de los sitios analizados. Afirmaron que, aunque el reino haya decidido desarrollar un programa nuclear militar, le tomaría años tener la capacidad de producir una sola ojiva nuclear.
Los funcionarios sauditas no han ocultado su determinación de seguirle el paso a Irán, el cual se ha acelerado desde que el presidente Donald Trump abandonó el acuerdo nuclear con Teherán de 2015. El príncipe heredero Mohamed bin Salmán prometió en 2018 que su reino trataría de desarrollar o adquirir armas nucleares si Irán continuaba su labor de fabricar una bomba.
La semana pasada, el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, liderado por el representante demócrata de California, Adam B. Schiff, incluyó una disposición en el proyecto de presupuesto para inteligencia en la que le solicitaba al gobierno entregar un informe sobre los esfuerzos sauditas para desarrollar un programa nuclear desde 2015, un indicio evidente de que el comité sospecha que hay un proyecto nuclear no declarado en curso.
El informe, según estipuló la disposición, debe incluir una evaluación del “estado de cooperación nuclear entre Arabia Saudita y cualquier otro país que no sea Estados Unidos, como la República Popular China o la Federación Rusa”.
Un artículo publicado el martes en The Wall Street Journal informó que a los funcionarios de Occidente les preocupaba una central distinta en Arabia Saudita, en el desierto al noroeste del país. The Journal reportó que esta era parte de un programa en colaboración con China para extraer concentrado de uranio del mineral de uranio. Ese es un primer paso necesario en el proceso de obtención de uranio para su enriquecimiento, ya sea para un reactor nuclear de uso civil o, en un nivel de enriquecimiento mucho más elevado, para un arma nuclear.
Arabia Saudita y China han anunciado públicamente varios proyectos nucleares colaborativos en el reino —que incluyen uno para extraer uranio del agua de mar— con el objetivo declarado de ayudar al mayor productor de petróleo del mundo a desarrollar un programa de energía nuclear o convertirse en exportador de uranio.
Desde hace décadas, los funcionarios de inteligencia han buscado evidencia de que los sauditas quieren convertirse en una potencia de armas nucleares, con temor de que este deseo pueda derivar en una carrera armamentista nuclear más amplia y desestabilizadora en Medio Oriente. Hasta el momento, Israel es el único Estado con armas nucleares en la región, un estatus que nunca ha confirmado de manera oficial.
En la década de 1990, los sauditas ayudaron a financiar la exitosa labor de Pakistán para fabricar una bomba. Sin embargo, nunca ha quedado claro si Riad tiene derecho sobre algún arma paquistaní, o su tecnología. Además, a 75 años de la detonación de la primera arma nuclear utilizada en una guerra —el 6 de agosto es el aniversario de la explosión de Hiroshima— solo nueve naciones poseen armas nucleares.
No obstante, desde la debacle de la invasión de Irak en 2003, basada en deducciones erróneas de que Sadam Husein pretendía reiniciar el otrora sólido programa nuclear del país, las agencias de inteligencia hasta ahora se han mostrado reacias a advertir sobre el progreso nuclear por miedo a repetir un error colosal.
En la Casa Blanca, los funcionarios del gobierno de Trump parecen estar relativamente impávidos ante la iniciativa saudita. Dicen que, hasta que se rescinda de manera permanente el programa nuclear iraní, lo más probable es que los sauditas mantengan abierta la opción de producir su propio combustible, lo cual deja abierta la puerta hacia la fabricación de un arma.
Sin embargo, ahora el gobierno estadounidense se ve en la incómoda necesidad de declarar que no pudo tolerar ninguna capacidad de producción nuclear en Irán, mientras aparenta quedarse callado con respecto a sus aliados, los sauditas, a quienes les ha perdonado abusos de derechos humanos y aventurismo militar.
Trump y sus principales asesores han forjado vínculos estrechos con los dirigentes de Arabia Saudita, restándole importancia al asesinato del periodista y disidente saudita Jamal Khashoggi y reclutando al príncipe heredero para proyectos de paz en Medio Oriente, que hasta ahora han sido infructíferos.
Esto también surge en un momento en el que el gobierno de Trump está criticando a China en varios frentes, como su manejo del nuevo coronavirus y sus esfuerzos para reprimir las libertades en Hong Kong. Hasta ahora, la Casa Blanca no ha dicho nada sobre el arsenal de acuerdos nucleares que China ha entablado con los sauditas.
Los voceros del Consejo de Seguridad Nacional y la CIA se rehusaron a hacer comentarios. Un portavoz de la Embajada de Arabia Saudita en Washington no respondió al mensaje de solicitud de comentarios.
El miércoles de la semana pasada, el Departamento de Estado afirmó en una declaración para The New York Times que, si bien no podía hacer comentarios sobre los hallazgos de las agencias de inteligencia, “advertimos a todos nuestros colaboradores de manera habitual sobre los peligros de participar en los negocios nucleares civiles de la República Popular China, incluyendo las amenazas que plantea de manipulación y coerción estratégicas, así como el robo de tecnología. Exhortamos a todos nuestros socios a trabajar solamente con proveedores de confianza que se rijan por estándares sólidos de no proliferación”.
La declaración también decía: “Nos oponemos a la proliferación del enriquecimiento y reprocesamiento”, y que Estados Unidos daría “mayor énfasis” al cumplimiento continuo por parte de los sauditas del Tratado de No Proliferación Nuclear. Instó a Arabia Saudita a finalizar un acuerdo con Estados Unidos “con protecciones firmes de no proliferación que permitirán la cooperación entre las industrias nucleares sauditas y estadounidenses”.
La colaboración entre Arabia Saudita y China sugiere que los sauditas quizá renunciaron a la idea de trabajar con Estados Unidos y recurrieron a China para empezar a construir la infraestructura multimillonaria que necesitan para producir combustible nuclear. Por lo general, China no suele insistir en garantías de no proliferación tan estrictas, y está ansiosa por hacerse del abastecimiento de petróleo de Arabia Saudita.
Los expertos de la región afirman que la estrategia saudita se basa en la idea de que el reino ya no puede confiar en la disposición de Estados Unidos a oponerse a Irán.
Esa idea se volvió más popular en el reino después de que el gobierno de Obama firmó el acuerdo nuclear de 2015 con Irán, conocido como el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por su sigla en inglés), mismo que obligó a Irán a ceder el 97 por ciento de sus reservas de combustible, pero dejó abierta la posibilidad de producción en el futuro.
“Creen que como resultado del JCPOA, no pueden confiar en nadie para controlar a los iraníes, y tendrán que disuadirlos por su propia cuenta”, afirmó Rolf Mowatt-Larssen, exagente de la CIA y director de inteligencia y contrainteligencia del Departamento de Energía.
Según Mowatt-Larssen, la ironía es que Arabia Saudita ha buscado forjar tanto alianzas nucleares civiles como acuerdos de defensa con dos potencias —Rusia y China— que tienen vínculos económicos profundos con Irán.