Con crecientes dificultades para alcanzar Europa por el Mediterráneo, los migrantes se ven empujados a una travesía más larga y mortífera hacia el archipiélago español de las Canarias, donde se multiplicaron por seis las llegadas a pesar de la pandemia.
Los acuerdos europeos con Turquía, Libia o Marruecos para controlar las fronteras en el Mediterráneo han reactivado la ruta de este archipiélago volcánico en el océano Atlántico a un centenar de kilómetros de la costa norteafricana que años atrás recibía decenas de miles de migrantes.
“La ruta explota en septiembre de 2019, cuando por los nuevos acuerdos con la UE, Marruecos empieza a alejar a las personas de la frontera norte”, punto de partida hacia la costa del sur de España, explica Txema Santana, técnico de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Canarias.
“Si las alejas del norte, las llevas al sur. Y en el sur está Canarias”, añade.
“Eso supone una travesía mucho más larga y que aumenten el numero de muertos”, ahonda María Greco, de la asociación de apoyo al migrante Entre Mares, en la isla de Fuerteventura, la más cercana a África.
“El Atlántico no es el Mediterráneo. Es un océano muy complicado. La distancia, la desorientación y las corrientes hacen la travesía muchísimo más peligrosa”, insiste.
1.000 kilómetros de travesía
Las cifras así lo indican. Mientras las llegadas a la costa mediterránea española cayeron un 50%, en Canarias se multiplicaron por seis hasta 3.446 entre enero y mitad de agosto de 2020, según el ministerio del Interior.
Aproximadamente en el mismo periodo, la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) contabiliza 239 fallecidos en esta ruta, superando ya las 210 registradas en todo 2019 y muy por encima de las 43 de 2018.
Esto supone aproximadamente la mitad de las defunciones o desapariciones en el Mediterráneo, pero con un tráfico de personas diez veces inferior, según los datos facilitados por esta institución.
“Hay una persona fallecida por cada 16 que llegan aproximadamente, que es un nivel alto de incidencia mortal”, asegura Txema Santana de CEAR.
Aunque el flujo de migrantes no llega a los niveles de 2006, cuando se superaron las 30.000 llegadas, para Santana “no es el volumen, sino el estilo de la ruta y lo duro de la travesía lo que impresiona”.
Las embarcaciones no salen solo de Marruecos y Mauritania, los dos países más cercanos, también de Senegal y Gambia, más de 1.000 kilómetros al sur. Y hay más mujeres y menores y, también, más muertes.
“Las personas salen con embarcaciones llenas de gente, precarias y comandadas por gente sin experiencia”, explica Santana.
“Antes venían en embarcaciones robustas, estables. Ahora se ha degradado todo: embarcaciones frágiles, sin patrones, a veces no les dan ni una brújula (…) También bajaron los precios, si antes costaba unos 2.000 euros, ahora pueden ser unos 800. Al final es un negocio”, dice Greco.
Aunque el origen es variado, los migrantes proceden fundamentalmente del Sahel y el noroeste de África. Pero también llegaron de lugares lejanos, como Sudán del Sur o las islas Comoras, en el océano Índico, apunta Greco.
Previsión de aumento en septiembre
Para ellos, el virus no es un impedimento. “Cuando las personas deciden subir a una patera, arriesgando su vida y la de sus hijos, la pandemia no es algo que pese mucho en su decisión”, considera José Javier Sánchez, de Cruz Roja en España.
Pero una vez desembarcan, sí que les afecta porque deben someterse a una prueba PCR y aislarse si alguno de los pasajeros da positivo.
“Nuestros centros no estaban preparados para un aislamiento (…) con habitaciones para seis, ocho personas con baño compartido. Ahora hemos acondicionado habitaciones más pequeñas con baños individuales. Eso es un reto”, explica Sánchez.
Tampoco estaba preparada la administración que, según denuncia María Greco, no está atendiendo las solicitudes de asilo y protección internacional ni informando a los recién llegados de sus derechos.
Desde CEAR, Santana pide acelerar los traslados del archipiélago hasta la península para evitar la saturación de los centros de acogida si, como prevén, las llegadas aumentan en septiembre, un mes idóneo para embarcarse porque el viento es favorable y el mar está más calmado.