El problema de la dignidad es que un actor no puede hacer mucho con ella. No cuando interpreta a Jackie Robinson, a Thurgood Marshall, o cuando encarna al líder de un reino africano ficticio como Wakanda.
Para un intérprete, la dignidad puede parecer un ancla o un vacío. ¿Qué puede mostrarnos de una leyenda del béisbol o de un titán de la jurisprudencia que no haya sido revelado previamente?
Al interpretar la dignidad, Chadwick Boseman, quien murió el viernes a los 43 años de cáncer de colon, a menudo parecía tener la tarea de representar el peso que eso significa. Pero, al interpretar a esos papeles, él siempre transmitía más que solo fuerza. Más bien se centró en proyectar lo opuesto: la ligereza. En “Marshall”, en vez de insistir en la brillantez y la sabiduría del hombre, Boseman convirtió el concepto de lo procesable de manera jurídica en acciones físicas. Era ligero, rápido, suave y elegante. Solía rociar la verdad con hierbas y especias.
Sorprendentemente, entre su actuación como Robinson y Marshall, Boseman también interpretó a la gran superestrella estadounidense James Brown en “Get On Up”. ¿Algún otro actor había pasado tanto tiempo poniéndose los zapatos de personajes tan enormes en un periodo tan breve? (La película de Jackie Robinson, “42”, salió en 2013; “Marshall” se lanzó cuatro años después). En el negocio del cine no me viene nadie a la mente. Quizás Sidney Poitier. Pero fue el primero y le tocó hacerse sus propios zapatos.
Confieso que me parece extraño que Boseman haya interpretado estos tres papeles tan rápidamente. Al principio, parecía una broma acerca de la obsesión constante de las películas sobre las historias de estadounidenses negros excepcionales o que en Hollywood eran demasiado vagos como para imaginar a alguien más encarnando las excepciones. La verdad es que Boseman arrinconó un mercado con su elasticidad interna y, al menos para mí, explotó los parámetros de lo que debería ser la realización de películas biográficas. En su caso, el hecho de “parecerse a” importaba más que “luce igual a”. Era atrevido y ni siquiera parecía consciente de los riesgos.
¿Qué puede mostrarnos un actor cuando ni siquiera se parece a los personajes que interpreta? Siempre me parece peculiar que no se pareciera a ninguno de los tres hombres. Pero Chadwick Boseman tenía aquellos ojos. No eran los de Robinson, ni los de Marshall o los de Brown. En cada caso, los ojos de Boseman eran demasiado grandes (y su figura, ahora que estamos en materia, era demasiado pequeña). Pero, vaya, su sinceridad y ternura te llegaban a lo más profundo. Eso es lo que sus ojos podían lograr con personalidades enteras: llegar a su punto e ir más allá.
Durante esa racha de “grandes hombres”, la idea de Boseman sobre las leyendas que encarnaba se impuso sobre la verosimilitud. Las películas en sí mismas no eran lo suficientemente audaces como para dejarlo sumergirse de manera profunda o tocar aspectos muy oscuros: “42” se centra más en cómo el propietario de los Brooklyn Dodgers, Branch Rickey (Harrison Ford), manejó el equipo del que formaba parte Robinson. No obstante, Boseman hizo que cada hombre fuera sexy, contemplativo y certero.
“Parecerse a” lo llevó a lugares fascinantes en “Get On Up”, la película de James Brown de 2014. Obtuvo la cinética de Brown y sus maneras de percusionista al conversar, así como su encanto y la mercurial mecha corta de su personalidad. Una audiencia podría haber tenido problemas para armonizar las contradicciones de Brown: los impulsos libertinos y conservadores, su tiranía, paranoia y generosidad, era un hombre que amaba a las mujeres y las golpeaba. Boseman convirtió la fricción de la personalidad de Brown en fuego. La rebeldía de la película, su dura historia de vida, su divergencia con la realidad, son aspectos que probablemente habrían abrumado a un actor normal. Pero Boseman estaba lejos de ser un actor normal.
La película pasó desapercibida ese verano. Lo que todos se perdieron no fue solo una de las mejores actuaciones del año, sino un hito para un género desgastado. A diferencia de Joaquin Phoenix (que interpretó a Johnny Cash) y, finalmente, Rami Malek (Freddie Mercury) y Renée Zellweger (Judy Garland), Boseman no intentó cantar. Estás escuchando la voz de James Brown. Pero Boseman evita cualquier truco de edición. La cámara se acerca mientras, digamos, él permanece inmóvil —inmóvil al estilo de Brown— y graba “Try Me”, a capella. Boseman era tan fluido al hacer la curvatura de la lengua de Brown y en la apertura de su boca mientras esculpía y escupía “I need you” y “I want you to stop my heart from crying” y “heh!” que la voz del cantante bien podría haber sido la del actor.
La carrera de Boseman no despegó hasta que cumplió los 30. Así que un gran “y qué habría pasado si” se cierne sobre su carrera, la mayor parte de la cual la pasó, por supuesto, en el universo Marvel, donde prosperó como T’Challa, rey de Wakanda, el país que defiende como Pantera Negra. Cuando T’Challa aparece en la primera secuela de “Capitán América”, hay un ardor en Boseman que lo convierte en la persona más convincente de la película cuando aparece en escena, que no es mucho, pero es más de lo que esperaba. Pero Marvel siempre tiene un plan, y el plan para Boseman era una película independiente de “Pantera Negra”. Era su cóctel característico entre pensativo y tranquilo. La corona no le pesaba. Así interpretó el papel que lo convertiría en la estrella de cine “Pantera Negra”.
Un aspecto maravilloso de la fama de Boseman era lo poco que parecía importarle estar ligado a esa franquicia. Lo que sea que signifique “Pantera Negra” para millones de personas también significó algo para él. Caminaba por las alfombras rojas con abrigos de diseñador hasta el suelo, trajes bordados, capas de caballero y muchos patrones brillantes, al punto que la ropa se convirtió en su propio sello. Aparente y sorprendentemente, lo hizo mientras también luchaba contra el cáncer. En público, cruzaba los brazos sobre el pecho como lo hacen en Wakanda, un saludo que es una promesa para perdurar.
El misterio más emocionante era pensar hacia dónde se enfilaría la sofisticación de Boseman, además de Wakanda. Había terminado una versión cinematográfica de la obra de August Wilson “Ma Rainey’s Black Bottom”, para George C. Wolfe, con Viola Davis. Y aunque quizás habría dudado sobre si volver a encarnar a otro estadounidense extraordinario, era bueno en eso. ¿Por qué detenerse en Thurgood Marshall? La solemnidad y los ojos redondos, serios y escrutadores de Boseman coincidían mejor con los de James Baldwin. Esa mezcla podría haber sido algo interesante: la mediana edad de Baldwin coincidiendo con la de Boseman, el método digno, y diestro, del actor al abordar las demandas infinitas del pensador que luchó para que este país respetara la dignidad de los afroestadounidenses.
Su escaso parecido con Baldwin resulta secundario ante lo que Boseman podría haber hecho con la erudición y elocución de Baldwin. Porque Boseman no era un imitador. A su manera, era un historiador del magnetismo y la voluntad de otras personas. La excelencia y el liderazgo le hablaban y lo encendían. Por fuerza. Nadie se acerca a tanta grandeza, sin tener una considerable reserva de grandeza en su interior.