ANTES QUE NADA, LOS CURADORES DE CONTENIDO BLANCOS TIENEN QUE DEJAR DE ACUMULAR PODER.
La historia sobre los latinos en Estados Unidos es vieja… y falsa. Inventada hace varias generaciones por hombres blancos para satanizar a los mexicanos y luego a los puertorriqueños, la caricatura racista de los latinos que nos muestra como un monolito extranjero amenazante persiste, aun cuando dos tercios de nosotros nacimos aquí y en conjunto provenimos de más de 20 países distintos.
Aunque se nos puede ver en todos los rincones de este país, desde las grandes ciudades hasta los pueblos pequeños, los latinos brillamos por nuestra ausencia en los medios y la cultura de Estados Unidos, lo cual nos vuelve vulnerables. El presidente Donald Trump lo sabe y explota estas ficciones para su beneficio político.
Trump tiene cómplices. Los curadores de lo que se comunica en los medios, el arte y el entretenimiento han excluido o representado de manera errónea a los latinos desde hace mucho tiempo, en particular a los latinos indígenas o negros, lo que ha ayudado a construir el andamiaje cultural del gobierno actual. Para neutralizar estas viejas falacias, tenemos que ir tras sus facilitadores y transformar las estructuras de poder en la cultura y los medios, además de difundir y defender a los narradores latinos. Debemos mostrar nuestro poder como comunidad.
El representante Joaquín Castro de Texas habló sobre esto en una columna reciente para Variety: “Existe un nexo peligroso entre la retórica política racista y las imágenes negativas de los latinos como criminales e invasores que los estadounidenses ven en sus pantallas”. Castro añadió: “Hollywood necesita reconocer y afrontar su injusticia y su exclusión sistémicas de nuestras comunidades”.
En realidad, toda la industria cultural y mediática debe rendir cuentas, al igual que los anunciantes e inversionistas que financian sus acciones.
Solemos decir que “la cultura cura”. Pero la industria cultural de Estados Unidos, la cual genera imágenes seductoras que retumban por todo el mundo, está entre los principales culpables de la creación de los estereotipos latinos. Los latinos compran más entradas al cine per cápita que cualquier otro grupo, pero en las 1200 películas más taquilleras estrenadas entre 2007 y 2018, los latinos conformaron solo el 3 por ciento del elenco protagonista o secundario (y somos el 19 por ciento de la población).
Cuando estamos en pantalla, por lo general se nos representa de formas muy limitadas. Un informe de Opportunity Agenda del 2019 reveló que solo el 25 por ciento de los personajes de televisión que son inmigrantes latinos fueron presentados como personas con empleo, mientras que el 88 por ciento fueron representados como presos o criminales. Sin historias alternativas sobre latinos comunes y corrientes, las narrativas de Trump convencen a una audiencia influenciada por la serie “Narcos” de Netflix.
Las élites blancas no pueden silenciar a una comunidad inmensa y vibrante durante décadas y esperar que eso no traiga consecuencias. Para los latinos en la era Trump, esas consecuencias son mortales y se han manifestado en sucesos como el huracán María, el tiroteo del Walmart en El Paso y la pandemia, además de en el gran aumento de los crímenes de odio.
Los artistas y organizadores latinos están marcando el camino. En el mundo editorial, el 3 por ciento de los empleados en 2018 eran latinos, una estadística que ayuda a entender la sorpresa de la industria cuando la comunidad latina se indignó por los estereotipos en la novela “American Dirt”. El movimiento liderado por escritores Dignidad Literaria y Latinx in Publishing se están organizando para exigirle a la industria que cuente historias latinas, y que las cuente bien.
Las protestas realizadas por activistas chicanos cuando Disney intentó registrar la frase “Day of the Dead” (Día de muertos) fueron fundamentales para lograr que la película “Coco” se convirtiera en un éxito de taquilla culturalmente astuto. Ya sea para moldear una película o cancelar su producción, las protestas y boicots acompañados de apoyo estratégico a alternativas pueden funcionar.
Mucho se ha escrito sobre la toxicidad de los estereotipos de los narcotraficantes, y gente perteneciente a la industria se ha estado organizando también contra ellos. Los latinos pueden aprender de Color of Change, una organización que investigó cómo los programas de televisión policiales tergiversan la imagen de la comunidad negra e hizo una campaña para eliminar dichos programas, lo que dio como resultado la cancelación de la serie “Cops”. Nunca se debe subestimar la fuerza de la mala publicidad y el poder de la gente.
Los hechos son tan importantes como las ficciones. A mediados del siglo XIX, cuando turbas de personas blancas linchaban mexicanos, los medios en español cubrían esos asesinatos, lo que detonó las protestas públicas y finalmente generó un cambio. Periodistas latinos como Rubén Salazar (asesinado por un oficial de policía del condado de Los Ángeles durante la Moratoria Chicana hace 50 años), Juan González, Roberto Lovato, Sonia Nazario, Maria Hinojosa y Tanzina Vega han desempeñado papeles heroicos, pero hay muy pocos de ellos, en particular dentro del género de los artículos de opinión.
Esto significa que no establecemos la agenda nacional, por lo que muchas agresiones a miembros de nuestra comunidad, desde maltrato policial hasta robo de salarios, nunca salen a la luz. El trabajo de movilización dentro y fuera de las salas de redacción es la razón principal por la que los principales medios de comunicación de este país han comenzado a representar a la población a la que cubren, como bien lo documenta el libro indispensable de Juan González y Joe Torres, “News for All the People”.
Si un medio de comunicación estadounidense no tiene en la actualidad varios escritores, editores y columnistas latinos, debería avergonzarse y empezar a contratarlos; las manchetas deben ser públicas y visibles; la regla Rooney de la NFL, la cual exige que cada equipo de fútbol entreviste candidatos de color que no pertenezcan a la organización cuando estén buscando personas para cargos importantes, debe ser implementada por toda la industria; los créditos, artículos, fuentes y salarios deben ser examinados. Apenas 13 por ciento de la redacción de Los Angeles Times es latina, en una ciudad donde casi el 50 por ciento de su población es latina. Como resultado de la organización del sindicato del periódico y su junta latina, el dueño de ese diario se comprometió a lograr que el 25 por ciento de su personal sea latino en los próximos cinco años.
El historial de exclusiones es extenso. Los latinos han quedado fuera de publicaciones prestigiosas que confieren autoridad, galardones y contratos editoriales. La ciudad de Nueva York tiene cerca de 30 por ciento de habitantes latinos, es decir, unas 2,5 millones de historias que contar. Sin embargo, en su página de colaboradores, la revista The New Yorker no parece tener registrado a un solo latino; la revista se negó a confirmar o negar esto. Gracias al sindicato de la publicación, algunas desigualdades en la sala de redacción han sido abordadas en fechas recientes. The New Yorker debería también encargarse de solucionar las desigualdades raciales para que los grupos excluidos, entre ellos los latinos (en particular los latinos no blancos), sean contratados como editores y escritores de alto nivel, y así la revista pueda cubrir Nueva York con credibilidad.
Los financistas e inversionistas que buscan construir el poder latino deben entender que la información es una infraestructura comunitaria esencial. Deben invertir en periodismo latino independiente como el de Futuro Media Group, L.A. Taco, Revista Étnica, Conecta Arizona, 80grados, Radio Ambulante y Latino Rebels en vez de estar siempre financiando organizaciones “diversificadas” pero nunca “diversas”.
El imperio mediático individual del crítico mexicoestadounidense Shea Serrano es un modelo. Serrano creó una beca para apoyar a periodistas latinos emergentes.
También se debe apoyar al periodismo en español: el Centro de Periodismo Investigativo en Puerto Rico desempeñó un papel crucial para derrocar al gobernador Ricardo Roselló; imagínense si tuviéramos un equipo experto de investigadores latinos diseccionando Washington. La crítica cultural, el periodismo fiscalizador y la oportunidad de contar nuestras propias historias son aspectos fundamentales para construir nuestra identidad colectiva y enfrentar las injusticias.
La imaginación también es esencial. Cuando duermes con un ojo abierto, es difícil soñar. Es por eso que nuestro arte es una estrategia de supervivencia. Eso se vio en abundantes cantidades en “Pacific Standard Time: LA/LA”, una serie de exposiciones por toda la ciudad de 2017, financiada por la Fundación Getty. El apoyo de Getty les permitió al periódico La Raza y al Centro de Investigación de Estudios Chicanos de la Universidad de California en Los Ángeles organizar 25.000 imágenes de su archivo para ofrecer una electrizante vista privilegiada del movimiento chicano de la década de 1970.
En la Biblioteca Central de Los Ángeles, el colectivo oaxaqueño Tlacolulokos pintó un maravilloso mural que representa la cultura contemporánea indígena zapoteca, el cual remplazó el viejo mural de la biblioteca realizado en 1933 que mostraba a indígenas estadounidenses arrodillándose ante colonizadores europeos. Aunque hubo algunos problemas con la iniciativa de Getty —en muchas ocasiones dio prioridad a artistas latinoamericanos blancos en vez de a artistas estadounidenses latinos de color—, su ambición y magnitud fue emocionante.
Necesitamos mucho más: cada museo importante debe comprometerse a realizar una iniciativa similar en los próximos tres años, y el personal y los miembros de las juntas directivas de los museos, en particular los equipos que realizan las curadurías, deben ser un reflejo de las ciudades en las que operan o renunciar al financiamiento público y privado.
Imaginemos que Hollywood siguiera el ejemplo de “Pacific Standard Time”: que produjera una película taquillera oaxaqueña basada en los murales de Tlacolulokos; una fantasía futurista afrodominicana; un drama sobre el movimiento chicano; una comedia de amigos guatemalteca. ¿Qué tal si un verano todas las películas taquilleras estuvieran protagonizadas por estrellas latinas salvando ciudades, planetas, personas, extraterrestres?
“Pacific Standard Time” trajo artistas latinos y organizaciones de arte desde la periferia al centro de la conversación artística de Los Ángeles y demostró su dinamismo. Que quede claro: Los latinos no hemos sido ignorados por ser poco interesantes.
Pero con acceso o sin él a los muros de las galerías, los latinos han conseguido maneras de realizar su arte y conseguir audiencia. En Instagram, la fascinante cuenta @Veteranas_and_Rucas celebra a las latinas de Los Ángeles con fotografías e historias. Su creadora, Guadalupe Rosales, ha construido una comunidad de 257.000 seguidores que da visibilidad a mujeres que rara vez son celebradas fuera de su comunidad.
Su popularidad pone en evidencia los placeres de deleitarnos con nosotros mismos, en un momento en el que nuestra exuberancia se siente como una carga. “Nueva Yorkinos”, de Djali Brown-Cepeda, hace algo similar con los latinos neoyorquinos. Cuenta historias de anhelos y migraciones. Estas iniciativas promueven a las comunidades, sacuden la amnesia del país respecto a los latinos y revelan nuestra sed por vernos. Tenemos que apoyar más proyectos de autorrepresentación que logren lo mismo, desde podcasts hasta arte público.
Todas estas iniciativas son importantes. Sin embargo, las historias que contemos una vez que tengamos el micrófono en frente son fundamentales. Por toda América Latina, el discurso racial es una mezcla de raíces indígenas, africanas y europeas, pero quienes suelen salir favorecidos son los que parecen más europeos y tienen un color de piel más claro. Ese es un problema que ha generado críticas contra canales en español como Univisión y Telemundo por parte de organizaciones de base comunitaria como Mijente.
El hecho de que muchos latinos, en particular blancos y de piel clara, se resistan a conversar sobre cómo funciona el privilegio blanco en nuestras propias comunidades, significa que están silenciando a los latinos indígenas y negros. Esa supresión interna refuerza la externa. Debemos desmantelar la supremacía blanca en inglés y en español, y asegurarnos de que los latinos indígenas y negros aparezcan en pantalla, estén detrás de las cámaras y dirijan programas de televisión y salas de redacción.
Para poder reestructurar el poder cultural, los latinos deben presionar desde todos los ángulos. Deben desafiar a los anunciantes, una táctica que Presente.org y otros utilizaron para lograr sacar al antilatino Lou Dobbs de CNN. El activismo de accionistas es otra opción: teniendo al menos 2000 dólares en acciones de una empresa pública, se puede presentar una propuesta que exprese preocupaciones sobre las prácticas de una compañía para que sus inversionistas voten a favor o en contra.
Esto podría significar tener que invertir en compañías de medios y entretenimiento para poder combatir prácticas problemáticas o asociarse con redes de inversores como el Centro Interreligioso de Responsabilidad Corporativa para moldear sus prioridades en torno a la justicia racial. Durante demasiado tiempo los latinos han sido excluidos por las corporaciones que deciden cómo se nos representa; las estrategias de los accionistas tienen un historial de lograr incomodar a las compañías y generar cambios. ¿Y si lográramos que no nos percibieran como víctimas de la cultura sino como sus dueños?
Los latinos han estado luchando contra la supremacía blanca desde que California era parte de México. En los últimos meses, un 21 por ciento de los votantes hispanos afirmaron haber participado en protestas de Black Lives Matter, por ejemplo. Desde los días de Arturo Schomburg, el pionero académico afropuertorriqueño, hasta los de la amistad entre el reverendo Martin Luther King Jr. y César Chávez, así como los Young Lords y las Panteras Negras, las comunidades negras y latinas se han mezclado —de acuerdo con un estudio, un 25 por ciento de los latinos se identifican como afrolatinos— y han trabajado juntos para conseguir justicia (por supuesto, también existen latinos que apoyan a Trump). Las protestas actuales son importantes, pero también tenemos que deconstruir el contexto cultural que nos trajo hasta acá.
Somos el segundo grupo étnico más grande de este país. Muchos de nosotros ya estábamos aquí antes que los ancestros de muchas personas que se hacen llamar estadounidenses. Otros vinieron como víctimas de experimentos coloniales, operaciones encubiertas y acuerdos comerciales estadounidenses.
Sin importar cómo o cuándo llegamos aquí, este país debería estar agradecido con la comunidad latina: durante esta pandemia, los trabajadores del campo, 80 por ciento de los cuales son latinos, han puesto comida en nuestras mesas. Una gran cantidad de trabajadores latinos de otros sectores también han apuntalado este país, a menudo pagando un alto precio personal.
Estados Unidos debe aceptar el hecho de que los latinos son esenciales para su supervivencia y esplendor y que lo han sido desde hace generaciones. Nosotros como latinos también necesitamos saberlo.